Un virus con corona: del Estado de bienestar al malestar del Estado

un-virus-con-corona

Los gobiernos se encuentran frente a una disyuntiva: proteger sus poblaciones mediante el valor de lo público, ubicando las tareas de cuidado social por encima de la producción o, en esencia, continuar con el método moderno de explotación generando espacios de mercantilización utilitaria de los sujetos, renovando el stock humano de empleados en su lógica fabril de avance sobre las libertades individuales de los sujetos.

Por Tomás D. Mojo – Abogado UBA
tomasmojo@gmail.com
@tomasmojo

A raíz de los sucesos del último tiempo, un sinfín de reflexiones nos invadieron con motivo de la expansión del coronavirus a nivel internacional. Perspectiva que se intente abordar se encuentra conectada al fenómeno acontecido en los últimos días y que, sin lugar a dudas, significará el fin de una estructura de funcionamiento social para generar, desde una óptica de crisis capitalistas permanentes, un nuevo paradigma de interacción social.

Tal vez sean el coronavirus y sus efectos, la representación de un fin de época y el inicio de un nuevo orden social, dado principalmente por la emergencia de las conflictividades que el Siglo XX generó y los que el subsiguiente no ha podido acomodar, por lo pronto, hasta la fecha.

Partiendo del concepto proveniente -nada más y nada menos- de China que entiende que “toda crisis apareja una oportunidad”, debemos plantearnos si el Covid-19, con sus estrafalarias y técnicas siglas no es, en verdad, la inauguración de un nuevo tiempo, la convergencia de un gran cambio de hilos conductores que dirigen la humanidad hacia un nuevo sentido.

Veamos, entonces, cuáles podrían ser algunos de los nodos de convergencia del fenómeno y, a la luz de las medidas adoptadas por los diversos países, el modo de funcionamiento al que nos estaremos enfrentando en un futuro no muy lejano.

I.

El paso del mundo analógico al digital nos ha permitido observar, paulatinamente un viraje de la tangibilidad de los lazos sociales. La inmediatez del trato humano, en un espacio físico compartido, se modificó por la vinculación remota en espacios completamente foráneos, pero que no dejan de ser simultáneos. Esta pérdida, que no sólo nos impide la vivificación de momentos conjuntos -tales como un aroma, un sonido o una percepción lumínica- ha traído aparejada también la creación de espacios de interacción y concurrencia que aúnan idiosincrasias disímiles que de otro modo no habrían convergido en un espacio común.

Hoy, el aislamiento fruto del coronavirus ha producido la imposición de las relaciones digitales, el alejamiento de la tangibilidad corporal y la inmediatez de la reacción. La falta de espontaneidad y la lógica de lo remoto han hecho que el pensamiento imaginativo y la reacción inmediata se vean suplantadas por estrategias pre-armadas que permiten reducir el impacto de lo indeseable y generar realidades paralelas que no nos enfrentan con los miedos y peligros reales.

Pero esto no sería per se un conflicto social si no se viera aparejado con una estrategia del miedo que, en definitiva, se ha convertido en un mecanismo de control social. La portabilidad viral es intangible, como las relaciones sociales contemporáneas.

No puede observase, tocarse ni olerse. No comparte momentos, pero tiene una característica esencial, y es convertir a su portador en un sujeto de potencial conflictividad.

Quien haya contraído coronavirus se convierte, automáticamente, en un vehículo pandémico, en un daño potencial a la salubridad pública y genera, asimismo, un perjuicio social de características indescriptibles. Esto produce, en relación de alteridad, dos fenómenos. A nivel gubernamental, permite flexibilizar las barreras fijadas por las constituciones liberales del Siglo XIX que ante el avance incesante del Estado lograron erigirse como estandartes de las libertades públicas y la construcción de sociedades democráticas. El coronavirus torna plausible el control gubernamental de todos los espacios públicos, mediante la reclusión de los sujetos en cuarentenas caseras.

Asimismo, en el plano social, convierte a todos en potenciales transmisores de la enfermedad y generadores de un mecanismo de lesión social. Las políticas del miedo, que ya han sido ampliamente estudiadas y desarrolladas en los últimos años -la guerra contra las drogas, el combate contra el terrorismo- hoy encuentran un nuevo aliado, mimético con las relaciones sociales, que tiene como elemento sobresaliente un aspecto innovador: la intangibilidad.

Las drogas, frecuentemente, responden a grupos y estructuras jerárquicas, donde el quehacer laboral está segmentado en fases -producción, comercialización, distribución, etc.- que generan estructuras de pertenencia intrínseca y lazos personales intransferibles de lealtad, todo lo contrario a la horizontalización que genera el Covid-19.

Por otro lado, el combate del terrorismo -y podría, inter alia, extenderse a la lucha contra la “subversión” de la década del 60 en adelante en Latinoamérica- también encuentra un espacio de pertenencia, ideológico, organizado y con mecanismos de representación grupal, de construcción colectiva, que el coronavirus ha venido a destruir o, por lo pronto, modificar.

Hoy el quehacer gubernamental se enfrenta a un aliado: el delator desconocido. La formulación de la denuncia reposa -al igual que antaño, y en eso sí existe una similitud- en la protección del macro, del colectivo, pero que tiene en el sujeto y su individualidad el conflicto emergente. Pero nos preguntamos ¿cuál es la nota distintiva?

Por un lado no nos enfrentamos a un grupo segmentado, sino a la población en su totalidad, y por ello su control es menester gubernamental y, por el otro, la acción dañosa individual -incluso no buscada- que convierte al otro (todos, en verdad) en un sospechoso permanente.

Entonces, el coronavirus nos ha enfrentado a un nuevo enemigo: el otro. Pero no un otro particular, adscripto a un grupo, sino a todos: todos pueden contagiarnos, todos pueden destruirnos. Y esto, en esencia, constituye una herramienta indiscutible para los gobiernos que si bien ya han avanzado en materias regulatorias del control social con mecanismos informáticos, biométricos, trazabilidad, etc., hoy tienen una posibilidad de generar lógicas de aislamiento social que, al igual que las prácticas genocidas, destruyen los lazos de colaboración y exacerban los mecanismos de preservación más rudimentarios como lo son el acopio de mercancías, potenciando la producción en detrimento del consumo lógico.

II.

Desde hace algún tiempo los gurús de los mercados internacionales vaticinan una crisis de gran magnitud. Si bien esto constituye un mecanismo cíclico del capitalismo que requiere la reinvención permanente de sus medios y formas de producción, lo cierto es que la ratio de valor bursátil de las empresas y su verdadero valor se incrementaba incesantemente, contra viento y marea, a sabiendas de la producción de una catástrofe.

Todavía no lo sabemos, pero probablemente sea el coronavirus el catalizador que genere el ordenamiento de las finanzas globales y proponga, al igual que los bienes raíces hace doce años, una nueva lógica del capitalismo moderno.

Generando una relación que entendemos no casual con las comunicaciones y las relaciones sociales modernas, la última crisis global se produjo por la flexibilización existente entre un bien tangible -propiedades-, que históricamente fue refugio de valor, y su traspaso a la intangibilidad- hipotecas, derechos futuros, etc.-. Ahora nos enfrentamos al primer conflicto de intangibilidad absoluta: la lógica de valoración bursátil escapa a la realidad y genera esquemas de cuantificación inexistentes y distorsionados.

Esto, en un contexto de protección estatal, probablemente, no tendría aparejados los problemas a los que aquí nos enfrentamos. El conflicto más grande está dado por las economías emergentes o sub-desarrolladas, dependientes del mercado internacional para la colocación de mercancías básicas -commodities- cuya cotización merma día a día en consonancia con el petróleo y los conflictos geopolíticos de Asia, cuna del coronavirus.

En espacios de trabajo precarizados, donde la informalidad laboral impone el trabajo-supervivencia, el aislamiento producirá, indefectiblemente, la rectificación que el capitalismo requiere de aquellos actores sociales que no tengan por objeto la producción dentro de lógicas masivas de colocación de mercancías. El pequeño productor, el artesano, y todos aquellos sujetos que carecen de inclusión en el sistema financiero, tributario y bancario, en sentido amplio, se enfrentan ante la necesidad de generar espacios de intangibilidad comercial, desde que la inmediatez que generalmente poseen en su comercialización se ve imposibilitada.

Estamos hablando de sujetos cuya supervivencia es diaria, su construcción monetaria es cotidiana, y si no trabajan no pueden alimentarse. El coronavirus, en esencia, como mecanismo de generación de una nueva cohesión social le impone, necesariamente, la creatividad en la formación de una nueva realidad económica, integrándolo a la cadena productiva o, en consecuencia, su exterminio por inanición.

El otro factor al que aquí nos enfrentamos es, además, el colapso de los sistemas previsionales a nivel mundial. En una lógica de pleno empleo como lo fue la de la construcción de los sistemas previsionales tradicionales, el mecanismo cohesionador por excelencia era el trabajo. Hoy, donde los mecanismos de venta digital se ven acompañados por una gran porción poblacional desempleada, los sistemas previsionales tradicionales requieren un reajuste drástico de sus componentes o la eliminación de una gran porción de sus miembros y, en esencia, el coronavirus ha venido a hacer ese trabajo. Se ha ensañado con la población adulta mayor que, improductiva a los ojos del sistema capitalista, se erige como un gasto, sin perjuicio de aquellas economías que más contemporáneamente los han colocado como factores de gasto, no obstante se trata, generalmente, de mecanismos de expansión transitoria del consumo y no de políticas largoplacistas de contemplación del gasto y su estructura.

Entonces, esa intangibilidad económica impone que nuevos mecanismos de venta reacomoden los esquemas tradicionales del capitalismo tardío y, esencialmente, estipulen una reactivación del micro comercio, mediante el consumo de elementos básicos tales como los de primera necesidad -alimentos no perecederos- que embisten contra la lógica actual del consumo, pero que en definitiva tengan por consecuencia la reactivación de elementos de la economía formal que se encontraban decaídos y que potencien los lazos del comercio internacional y la libre circulación de las mercancías, potenciadas por las necesidades básicas (en este caso más que nunca) insatisfechas.

III.

La globalización ha traído aparejada, entre innumerables efectos y consecuencias, un cambio en el movimiento de la población. Antaño, la movilidad transnacional se encontraba reservada para un reducido grupo de personas que, por placer, se trasladaban por el mundo a un alto costo. En los últimos años, y teniendo en consideración que la migración es un Derecho Humano, el movimiento poblacional, la flexibilización de las pautas migratorias y el aumento exponencial del comercio internacional, entre otros factores, han hecho del viajar una nueva realidad.

En algunos casos se viaja por trabajo, incluso diaria o semanalmente y, en otros, grupos sociales relegados históricamente, han podido acceder a la realización de viajes de un modo frecuente que, con mecanismos de financiamiento, les permite formar parte de una estructura habitualmente deficitaria -como lo es la aeronáutica comercial- que los traslada internacionalmente.

Esto puede verse en un espacio particular de los aeropuertos, y es las salas de espera preferenciales o VIP. Antiguamente, quienes viajaban se suponían parte de una misma clase social, por lo que no era necesario generar espacios de diferenciación social, pero en la actualidad sería inimaginable que quienes resultan pertenecientes a una clase distinta, aquellos que viajan por placer como antaño, tengan que compartir su espacio con migrantes, viajantes por trabajo, precarizados, etc., por lo que tienen un espacio exclusivo, poco accesible y diferenciado que les permite seguir perpetuando las lógicas de separación clasista que siempre han imperado en la vida aeroportuaria.

La tecnología, de todos modos, ha permitido el acercamiento familiar mediante el uso de nuevas formas de comunicación que han acercado a las personas en sus tiempos, permitiéndoles compartir cotidianeidades que antiguamente hubieran sido impensadas. Hoy se puede ingresar a la peluquería en Hong Kong, transmitirlo en streaming a un familiar en Estados Unidos y otro en Sudáfrica, quienes opinarán libremente del color de tintura escogido. Antiguamente, entre la detección del embarazo, el envío de la carta continente de la noticia y la obtención de la respuesta, con suerte, no encontraba al destinatario en el hospital aguardando el nacimiento del bebé.

Entonces, el surgimiento del coronavirus precisamente en uno de los países que mayor flujo de turismo y migrantes genera en el mundo, no es casual. Es la emergencia del modo en el que se mueven las personas y su trazabilidad de movimiento responde a la misma lógica de la migración como fenómeno. Podemos, incluso, establecer una simbiosis entre el discurso xenófobo habitual que inunda cada día más nuestros países con el traslado de la enfermedad: así como se critica la “invasión” de productos chinos -sin preguntarnos por su origen en condiciones de esclavitud, etc.- se critica la expansión de la enfermedad. Así, el migrante es el virus y, también, constituye un elemento de peligro, de miedo, de transmisión que, en caso de haber reposado en su espacio dado y habitual, no habría puesto en peligro a la población local. El coronavirus, en esencia, es un migrante más.

IV.

Este fenómeno ha puesto a prueba los sistemas de salud. Ha enfrentado sistemas más tradicionales y cobertores -como Francia, Escandinavia, algunos países latinoamericanos- caracterizados por un plano de mayor cobertura y accesibilidad, frente a sistemas expulsivos, regidos por la lógica de la mercantilización de la salud. Si entendemos la enfermedad como un negocio, esencialmente, el coronavirus ha traído  posibilidades impensadas, desde que la industria farmacéutica, una de las que mayor plusvalía genera, es la que puede obtener un rédito inconmensurable de la situación.

El coronavirus ha dejado expuesto el costo del corrimiento estatal de los sistemas de salud pública y la importancia de entender la magnitud colectiva de la enfermedad. En lógicas gubernamentales donde la protección de la salud se obtiene sólo mediante la adscripción a sistemas pagos, que determinan la pertenencia a una lógica de empleo formal, los conflictos emergentes de una pandemia ponen al descubierto su más cruda cara.

Además, el rol de la investigación se supone crucial en el avance por la obtención de una cura y el fomento estatal a los mecanismos de estudio respecto de cuestiones de salud pública quedan demostrados como una necesidad imperiosa superior jerárquicamente a cualquier mecanismo mercantilista de entendimiento de la lógica investigativa.

Una investigación al servicio público, en consonancia con las necesidades sociales más elementales son un deber estatal, una imposición ética prácticamente, y nos interpela sobre los efectos del corrimiento estatal de los servicios básicos que constituyen los cimientos más esenciales de la vida en sociedad, sea ahora o siempre y es la intangibilidad del capital que lo financia lo que no puede anteponerse ante las lógicas de la atención de la salud, tangible por excelencia.

V.

La pandemia ha puesto de relieve el lado más oscuro de los medios de comunicación y las redes sociales. Estos espacios de intangibilidad de la información, son lugares donde las fake news abundan y el contenido de veracidad se diluye, dando lugar a movimientos -delirantes- que favorecen la desinformación y construyen teorías conspirativas -como los anti vacunas, por citar un ejemplo- en detrimento de la generación de contenidos de calidad que puedan contrarrestar los efectos disvaliosos que presentan los elementos emergentes.

La lógica comunicacional moderna responde a modelos de protección intangible: no se sabe quién emite el mensaje, las propias cuentas verificadas pueden ser -o no- hackeadas y hacer decir cosas que probablemente en su sano juicio no harían sus verdaderos propietarios. En esencia tornan débil el valor de la verdad.

Nos enfrentamos a un nuevo contenido del mensaje cuya veracidad es de difícil verificación e, incluso, permite contradecir al autor mediante elementos de archivo, asumiendo la inmutabilidad de las formas de pensar. Esto, sumado al rol de las redes sociales que permiten la creación de contenido malintencionado o fútil, que también genera desviación de la atención. En un mundo de stories que muestran vidas carentes de conflictividad -y miserias- y parecerían vendernos, en una lógica de épica capitalista, que todo es posible -cuando sabemos bien que no lo es-, la creación de vínculos artificiales, digitales, intangibles, permiten disuadir la gravedad de la ruptura de las órdenes sociales que generan mecanismos de protección colectiva y conciencia social en sentido amplio.

VI.

Recuperando el influjo iniciático, nos preguntamos: ¿podremos ver en esta nueva crisis una oportunidad? El coronavirus nos ha dejado expuesta la importancia y el rol del Estado, su esencia benefactora y protectora porque si “el Estado de bienestar ha desaparecido”, quiere decir que hemos dejado paso a un Estado de malestar, y eso, como la enfermedad, hay que combatirlo. Los mecanismos sociales de interacción, solidaridad y cooperación se encuentran en crisis. La debilidad de la economía, la falta de certeza laboral, la volatilidad mercantil y otros factores propios de la lógica capitalista han hecho emerger una nueva cohesión social que ha destruido los lazos históricos de coexistencia y que, tal vez, encuentre en emergentes como los genocidios modernos -armenio, nazi, etc.- su máxima expresión, sea desde la lógica mercantil, sea desde la lógica del enemigo.

Así como los grupos segmentados, organizados, jerárquicos, y de fácil detección fueron, a lo largo del Siglo XX, los grandes enemigos gubernamentales, hoy, en tiempos de intangibilidad, mutabilidad y falta de permanencia, hemos encontrado en los grupos y factores de movimiento -partículas, virus, migrantes- un nuevo enemigo, un nuevo hostis. Esa partícula, que como la distinción de las clases en sí y para sí, nos convierten en miembros de un colectivo que no tiene elementos cohesivos, comunes, rasgos de identidad, genera una lógica democrática: todos podemos ser enfermos, todos somos enemigos potenciales.

La creencia en el otro ya no es posible. Su tangibilidad, la inmediatez del trato, la relación directa puede encarnar el pasaje a la contracción de la enfermedad, el camino de ida a la desaparición. Se trata de subsistir, se sobrevivir a costa de la existencia.

El coronavirus constituye una suerte de fenómeno marítimo. Así como la pleamar deja ver los restos de basura arrojados incesantemente contra la naturaleza, este nuevo fenómeno nos permite ver emerger los más terribles trazos del capitalismo y el corrimiento del Estado de su lugar de valor. Nos permite ver las consecuencias de un sistema previsional injusto, deficitario, especulativo. Nos permite ver un sistema de salud privado y expulsivo que hace depender la vida de los bienes personales. Ha convertido al Estado en un agente investigativo, ha roto los lazos de coexistencia social y entendimientos mutuo, que han guiado a la humanidad a lo largo de su historia. Nos permitió, en definitiva, ver el costo de cambiar la política por la técnica.

Hoy los gobiernos se encuentran frente a una disyuntiva: proteger sus poblaciones mediante el valor de lo público, ubicando las tareas de cuidado social por encima de la producción o, en esencia, continuar con el método moderno de explotación generando espacios de mercantilización utilitaria de los sujetos, renovando el stock humano de empleados en su lógica fabril de avance sobre las libertades individuales de los sujetos.

El deseo más ferviente, por el otro lado, es la emergencia del rol de la política, el entendimiento de la necesidad de un Estado presente, pero del lado de la sociedad y no de los negociados, tejiendo un nuevo lazo social, una red de contención pública, democrática, digna, que permita a aquellos que han sido expulsados del sistema su reconducción, su inclusión con decencia y el reconocimiento de los derechos que les han sido arrebatados, postergados o negados.

Nos enfrentaremos a una crisis de empleo, donde las restricciones del comercio internacional traerán aparejadas la caída de la producción y el reacomodamiento de los valores relativos de las materias primas, las empresas y el rol del trabajo, por lo que será esencial un Estado que ejerza un rol tutelar pero no invasivo, que delimite las normas más básicas de coexistencia y permita, como con la enfermedad, sanar una sociedad enferma de intangibilidad humana.

Deja una respuesta