Tupac Amaru II, amigo de los pueblos

Un 19 de marzo de 1738 nacía José Gabriel Condorcanqui Noguera, más conocido como Túpac Amaru II, “serpiente resplandeciente”, en lengua quechua. La rebelión que inició por la liberación del yugo colonial forjó su paso a la historia como un símbolo de resistencia y soberanía de los pueblos americanos. 

En aquellos tiempos, tras el “descubrimiento de América” –según la cosmovisión europea–, las distintas poblaciones que originariamente habitaban el continente americano fueron conquistadas y sometidas por los europeos en nombre de una “civilización superior”. A raíz de la concepción de muchos pensadores de religión católica según la cual los habitantes del continente americano no tenían alma, se justificó la conquista, sometimiento, aniquilamiento y saqueo de estos pueblos.

El sistema colonial que se impuso tras la conquista utilizó la dominación por la fuerza sobre la población nativa, el tráfico de esclavos africanos y el monopolio comercial para, mediante la producción de metales preciosos y azúcar o algodón, lograr el desarrollo y la prosperidad de Europa. En otras palabras, la lógica fue enriquecer aquel continente, mientras su combustible fue la explotación de los indígenas americanos.

 De este modo, durante el régimen colonial, América Latina financió materialmente el desarrollo y la prosperidad europea: en el siglo XIX Sudamérica producía el 70% del oro mundial y es por ello que desde el siglo XV se había quintuplicado en Europa la existencia de oro y triplicado la plata. En efecto, gran parte de la riqueza que le permitió a Europa posicionarse en la cima del mundo –razón por la cual ellos se entendían como la civilización, paradójicamente – derivó de la expoliación de estos pueblos.

Uno de los más importantes entre ellos fue el Imperio Inca, que tuvo su capital en la ciudad de Cuzco hasta 1534, año en que los conquistadores españoles al mando de Pizarro tomaron su posesión y la transformaron en una de las ciudades más importantes del Virreinato del Perú.  Sin embargo, recién en 1571 los españoles concluirían con la conquista del Imperio Incaico tras la ejecución de Túpac Amaru I, último inca rebelde, y ascendiente familiar del personaje que hoy nos ocupa.

Además de descender de emperadores incas, el padre de Túpac Amaru II fue Kuraq (cacique) de tres ciudades; es por ello que recibió una instrucción muy completa, de la cual asimiló una doctrina revolucionaria y anti absolutista que sostenía que el depositario real del poder, que siempre emanaba de Dios, era el pueblo y no el Rey, y que el primero tenía derecho a la revolución e incluso al tiranicidio, si el segundo no ejercía el gobierno del reino en beneficio del pueblo. Esta concepción filosófico-política, además de guiar su praxis, tiene muchas similitudes con la doctrina de la reversión del jesuita Francisco Suárez, quien tendría gran influencia en los patriotas artífices de nuestra Revolución de Mayo de 1810.

De su padre heredó el cargo de Kuraq, desde el cual tuvo la dificultad de mediar entre el Corregidor y los indígenas a su cargo. El Corregidor era un funcionario de la realeza española que representaba al rey en las provincias, teniendo entre sus funciones la recaudación de tributos, la organización de la mita, y la “acción civilizadora” sobre los nativos. El nombre del funcionario no da lugar a vaguedad alguna: Corregidor, de indios, claro está.

A raíz de unas reformas fiscales impuestas por el régimen colonial, en noviembre de 1780 Túpac Amaru capturó, enjuició y ejecutó al Corregidor español de Tinta. Esta rebelión fue el comienzo de la conformación de un movimiento anti colonial heterogéneo: desde indígenas y caciques hasta criollos y mestizos coincidían en la necesidad de liberarse de la dominación colonial. De esa manera, el multitudinario movimiento liderado por Túpac Amaru consiguió la abolición de los Corregidores, las mitas de Potosí, el reparto de bienes y toda otra forma de servidumbre y esclavitud, que, dicho sea de paso, los civilizados George Washington y Napoleón Bonaparte apoyaban por aquel entonces-.

Luego de seis meses de combate contra los realistas y tras un frustrado intento de sitiar Cuzco, en abril de 1781 dos seguidores entregaron a Túpac Amaru, junto con su esposa y sus hijos a las fuerzas realistas en un acto de traición. El 18 de mayo, tras presenciar la ejecución de sus familiares, Túpac Amaru desafió a los invasores españoles gritando en quechua “tikrashami hunu makanakuypi kasha” (“volveré y seré millones”); casualmente -o no-, bajo la misma frase sería recordada unos siglos después Evita, otro gran símbolo popular. Tras esto, cortaron su lengua y ataron cada una de sus extremidades a distintos caballos que tironearon en direcciones opuestas para descuartizarlo vivo. Fue en vano, tuvieron que decapitarlo; la tradición oral cuenta que el desencadenamiento de una tormenta de truenos y rayos impidió que los caballos desgarraran su cuerpo. Mejor relato del momento entregó el Flaco Spinetta, en una canción:

(…) Águila de trueno
nudo de la tierra
ven a consolarme hoy

ya que estoy vencido
estaqueado de pies y manos
y este cuero
ya se acorta
pero no mi fe (…).

A pesar de su muerte, la rebelión continuó hasta principios de 1782, cuando el Virrey del Perú le ofreció a las fuerzas rebeldes una amnistía que terminó siendo aceptada. La rebelión que había empezado en el Alto Perú se había extendido en veinticuatro provincias sudamericanas, llegando hasta las actuales Jujuy, Salta, Tucumán y Mendoza. Las secuelas del levantamiento implicaron una bisagra en la historia sudamericana: socialmente dejó un colapso demográfico por el saldo de cien mil muertos; culturalmente significó la desaparición de la cultura Inca, puesto que se prohibió la exhibición de pinturas, símbolos, vestimentas o iconografía incaica; y políticamente, la corona española volvió a tener el control territorial y los cargos de Corregidor y Kuraq fueron eliminados, así como también el reparto de bienes.

La rebelión que lideró Túpac Amaru fue el antecedente de las luchas que se desatarían unas décadas después por las independencias de los pueblos latinoamericanos. Independencias meramente formales, claro, porque la dependencia y el sometimiento continuaron: el sistema de dominación mutó, y por tanto el sometimiento por vía violenta dejó de ser necesario cuando Europa, en particular el Reino Unido de Gran Bretaña, se desarrolló industrialmente. Más bien, bastó con el control extranjero de los ejes de las economías subordinadas –recursos estratégicos, transporte, comercialización, bancos, empresas y financiamiento- bajo un pensamiento que de manera mucho más sutil mantuviera aquella sumisión; y una elite local “iluminada” que, beneficiándose, lo implementara. Elite local que a su vez conservó la matriz ideológica de los conquistadores: Europa era civilización y lo nativo barbarie, por eso se propusieron emular Europa en América; y puesto que lo importante no era realizar un país según su naturaleza y su historia, sino la supuesta civilización, lo nativo tuvo que ser destruido al ser considerado un obstáculo. Así fue que Rivadavia, Sarmiento, Mitre, Alberdi y Roca se encargaron de perseguir al gaucho y de exterminar al indígena.

“Cinco siglos igual”, escribió con razón León Gieco en 1992, quinientos años después de la llegada de los españoles. Efectivamente así es. Perdura en la continuidad histórica la dominación y el saqueo de América Latina independientemente del sistema imperante: siglos atrás fueron conquistadores en carabelas los que transfirieron las riqueza de estas tierras a Europa a través de la violencia; hoy son tecnócratas o CEOs en jets privados que captan el ahorro nacional y lo depositan en sus casas matrices mediante fugas de capitales o remisiones de utilidades. 

El resultado siempre fue el mismo: “nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno”, palabras de Eduardo Galeano que describen la miseria de América Latina como contracara de la bonanza de otros. Cinco siglos después, la libertad y el bienestar de los pueblos sigue siendo una quimera: es por ello que la lucha de Túpac Amaru, un verdadero amigo de los pueblos, merece ser recordada.

Bibliografía

Galasso, N. (2011). Historia de la Argentina. Tomo I. Buenos Aires: Colihue.

Galeano, E. (2021). Las venas abiertas de América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI.

Koenig, M. (2009). Combatiendo al capital: una perspectiva sudamericana del estado nacional en los tiempos de la globalización y la exclusión. La Plata: De la Campana.

Spinetta, L. A. (1982). Águila de trueno Parte I. De Kamikaze.

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