
Geopolítica y actualidad nacional #7
Por Marco Stiuso y Ariel Duarte
¿Quién es quién?
Vamos a comenzar con un juego de adivinanzas sobre algunas declaraciones en torno a nuestra querida moneda: el peso argentino.
En una entrevista, en un canal central, un dirigente político de relevancia nacional debió contestar una pregunta acerca de la posibilidad de dolarizar o eliminar el Banco Central, frente a lo cual se opuso terminantemente. Luego, ofreció su solución: “La Argentina necesita un ancla… Mi ideal es la unificación monetaria del Mercosur, usar el ancla de los bancos centrales con Brasil, Uruguay y Paraguay… esa sería una solución realmente”.(1)
Otro político de las antípodas del primero, señaló: “El peso no va más. El peso está arruinado. El peso está enterrado… El único que tiene un planteo alternativo es Milei. Distinto sería un planteo parecido al de la Unión Europea pero del Sur, con Brasil, con el que tenemos economías recontra complementarias… Nosotros necesitamos una nueva denominación de moneda y un shock distributivo. Como un Plan Austral pero no de una moneda nuestra, exclusivamente, algo más fuerte, puede ser un mix. Nosotros tenemos que ir a una unidad monetaria, porque el carácter bimonetario de nuestro país es un dato de la realidad, la determinación de los precios está totalmente atada al dólar”. (2)
Las coincidencias de ambos dirigentes son dos: que el Peso Argentino ya no tiene futuro; y que la salida de la situación es apalancarse con Brasil y conformar una moneda para el intercambio y pagos en el Mercosur. La idea de un “Euro Latinoamericano” fue también invocada por quien gobierna Brasil en la actualidad, al igual que por quienes están al frente de nuestro gobierno nacional.
El origen del consenso
El consenso liberal de las últimas décadas se construyó sobre la crisis de la Unión Soviética. Antes de ver las primeras grietas del gran Muro alemán, tanto Rusia como China habían incorporado las lógicas eficientistas y digitales de la informática, las telecomunicaciones y las finanzas, en calidad de ejes ordenadores de la vida social y como parámetros del éxito.
El futuro ya no estaba en el desarrollo del campesinado, la agricultura familiar y de las periferias suburbanas industriales, sino en el entretenimiento, el consumo y los servicios que ofrecían las ciudades cosmopolitas.
La década del ‘90 lo cambió todo: la prosperidad de la Cuba comunista pasó a medirse sobre la cantidad de divisas que ingresaban por turismo, catapultado por las inversiones de grandes multinacionales hoteleras de la España socialdemócrata. Mientras tanto, luego de la enorme resistencia a la guerra contra Estados Unidos, los funcionarios vietnamitas ya asistían a los Foros de cooperación y desarrollo globales, pero con la misma vestimenta de sus ex invasores.
El nuevo consenso contemplaba todas las vertientes del pensamiento político, con la promesa o resignación de que el futuro económico ya no estaba en las grandes fábricas, sino en las finanzas, la rentabilidad y los avances tecnológicos de un puñado de corporaciones que ya habían ganado.
La economía pasó a ordenarse entonces sobre el dinero como parámetro para medir la rentabilidad o eficiencia, mientras que el trabajo, la producción, el comercio o el abastecimiento pasaron a ser notas al pie de los índices estadísticos, a la hora de diferenciar un país próspero de uno atrasado.
Para los más nostálgicos de viejas canzonetas del bienestar, reinaba el apotegma “tanto Mercado como sea posible; tanto Estado como sea necesario”, habitual epígrafe de la Economía Social de Mercado. Sin embargo, esa necesidad se resolvía desde el dinero: más emisión monetaria, más reparto de dinero público vía subsidios o asistencialismo, más presión impositiva, mientras que la posibilidad de nueva infraestructura siempre quedó en un eterno “después vemos”.
En lo filosófico, la modernidad líquida se impuso: dejaron de existir las verdades objetivas y absolutas, y el valor de las cosas pasó a ser una sumatoria de subjetividades que desde el constructivismo conforman la “autopercepción” del mundo.
La familia para ese nuevo globalismo ya no era tan importante. Desde el espíritu financista, en el corto plazo, los niños y los ancianos son un plomo, no trabajan ni aportan, son sólo “gasto” o “costo”. Así es que algunos discutían la inconveniencia de tener hijos frente a la posibilidad de viajar o tener una mascota, mientras que otros manifestaban que los ancianos debían trabajar hasta que les diera el último suspiro, y si no buscar un asilo. Desde la década del 90, tener un abuelo o abuela en la casa era motivo de ruptura de las jóvenes familias… “no da”. La filosofía líquida se pasó de rosca en todos los planos, en algunos países de los “más avanzados” de Europa, donde subsisten las monarquías, se llegó a legislar el intercambio sexual entre adultos y menores en los casos en que existiese el consentimiento.
Poco a poco, injusticias sociales como el hambre se convirtieron en variables pendientes de resolver entre otras subjetividades dañadas en el concierto social cosmopolita. Los hambrientos son un nuevo colectivo de identidades ciudadanas a respetar.
En el plano político, la socialdemocracia tuvo un rápido eco en Europa tras la caída del Muro de Berlín, donde el fracaso evidente de las experiencias comunistas obligó a los economistas e intelectuales de tradición de izquierda a adaptarse al globalismo.
Lo que tras los Pactos de la Moncloa de 1977 (3) se señalaba como un hito español, es decir, el acuerdo de todas las fuerzas políticas (comunismo, socialismo, reaccionarios y conservadores) detrás de un programa liberal, a lo largo de los años se convirtió en el camino predilecto por la agenda globalista en todas las latitudes.
La socialdemocracia como concepción universal salió más que victoriosa: en los lineamientos del “Nuevo Mundo” establecidos en el Consenso de Washington (4), los demócratas del Norte fueron tan importantes como los neoliberales. Esa izquierda que parecía debilitada tras la caída del muro, nuevamente se erigió como base fundante de la nueva integración universal llamada Globalización.
Los derechos sociales se convirtieron en “ampliación de derechos” y la justicia social pasó a denominarse “inclusión”. Los dramas humanitarios y ambientales originados en un sistema desigual que se integra desde las cúspides de los bancos y las tecnológicas, pasaron a abordarse desde nuevos instrumentos globales con capacidad de decisión propia.
Mientras parecía que las voces cantantes del globalismo noventoso se expresaban en las figuras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, se evitaba mencionar que el portavoz del decálogo liberal de los ‘90 en nuestro país fue Felipe González, presidente español y secretario general del Partido Socialista Obrero Español, parte de la Internacional Socialista.
En nuestra Patria, este fenómeno de filtración “por izquierda y por derecha” por parte del globalismo liberal fue manifiesto. La socialdemocracia penetró en forma transversal las expresiones partidarias desde la modernización, la ruptura con las tradiciones antiguas, la profesionalización electoral de la clase política. Había que “aggiornarse” a los nuevos tiempos.
Tal es la confusión que se genera en las cosmovisiones globalistas y posmodernas, que poco a poco se desvirtuaron las categorías más elementales de análisis en cuanto a dónde se encuentra el valor de una sociedad, hasta llegar a discutir la existencia de un futuro y si existen realmente los principios y los valores como el amor y la solidaridad.
El hijo del consenso liberal
“La política se corrió hacia la derecha”. “La sociedad se derechizó”. Frases que hemos escuchado muchas veces en los últimos días, sobre las cuales vale la pena reflexionar sobre el sesgo anglófilo que encierran.
Por empezar, izquierda y derecha son categorías del Norte, que ni siquiera logran explicar la orientación geopolítica que la clase dirigente de esos mismos países tienen en relación a nuestra América.
De hecho, la orientación derechista europea contiene entre sus signos un marcado nacionalismo (separatista de la Unión Europea en casos extremos) y el énfasis en la industria nacional. Así, parece que la disputa teórica entre izquierda y derecha en Argentina (y Sudamérica) se limita a cuestiones de “conservadores” o “progresistas”, sin poner en duda el esquema geopolítico y de desarrollo nacional, que en nuestras tierras parece estar atado a una Globalización caducada.
Por otro lado, tanto desde la izquierda como desde la derecha de las potencias, se han apoyado a todas las dictaduras y gobiernos tutelados por el extranjero, que promovieron el hambre para nuestro pueblo y saquearon nuestros recursos.
A su vez, nuestra sociedad nunca pudo haberse derechizado, porque nunca estuvo izquierdizada ni mucho menos en un “centro” que no existe.
Quienes se quejan hoy de la realidad social que vivimos no es porque quieren ver “represión” o que “maten a todos”, sino porque precisamente están cansados de ver cómo los pibes revuelven la basura, el paco copa cada esquina o no existen oportunidades de vivienda ni laburo estable. Ni que hablar de la inseguridad, donde quien labura pone en riesgo la moneda del día o su celular cada vez que va y viene. Nuestro pueblo busca realizarse, no “aniquilar a las minorías” ni “quitar derechos”, postulados que muchas veces se los asocia a “la derecha”.
Resulta bizarro pensar que en un país con 6 de cada 10 niños bajo la línea de pobreza, corramos el riesgo de que “venga la derecha”. Si es que existe tal cosa, deberíamos empezar a considerar que ya está entre nosotros. En definitiva, no nos volvimos de derecha, quizá más bien el liberalismo lo copó todo.
Ahora bien, ¿es el huevo o la gallina? La pregunta es quién apareció primero, si el político liberal o la liberalización de la clase política.
El paradigma liberal que hoy parece ser el común denominador de toda la oferta electoral, es fruto de varias décadas en las cuales se permitió que “lo liberal” copara la agenda de las principales tradiciones políticas nacionales.
Lo que el liberalismo no pudo penetrar desde la economía, lo hizo desde la cultura y lo social. En efecto, la clase política nacida al calor de 1983, al no ofrecer la audacia necesaria para revertir el desguace liberal del Proceso de Reorganización Nacional, comenzó la construcción discursiva de “monstruos” a fin de consolidarse como eternas opciones “menos malas”.
En los ochenta se construyó el cuco de la vuelta de la dictadura, por eso se endiosó el sistema político demoliberal que derivó en el neoliberalismo de los ‘90. Cuando la crisis se hizo carne, la dirigencia optó por construir el fantasma de “volver al pasado”, y en ese esquema lo que se suponía que era menos malo, se convirtió en el statu quo que un nuevo frente denominado “Cambiemos» vino a revolucionar. Pasada la fiesta de deuda y ya con la soga al cuello del Fondo, desde 2019 se construyó el nuevo mito de “la derecha”, abonado por expresiones nacionalistas de otras partes del mundo, lo cual sirvió para convencer (cada vez menos) de la necesidad de mantener todo como está para evitar al demonio mayor.
Lo cierto y concreto es que la liberalización de nuestra clase dirigente poca relación guarda con algunas expresiones catalogadas como “la nueva derecha”. Precisamente, el error en el que hoy caemos es considerar que todo es una cuestión de actitud: si se trata de un outsider loco que grita y putea contra los políticos, rápidamente lo tildamos como parte de la nueva derecha. Sin embargo, sobradas razones hay para romper con el orden social que hemos heredado, el cual alberga 1.000 personas que tienen más riqueza que la mitad de la humanidad y se reúnen todos los eneros en Davos, Suiza, para definir nuestro futuro en el World Economic Forum (WEF) (5).
El extremista que hoy amenaza con tomar el bastón de mando, no es más que un gran hijo del consenso liberal de las últimas décadas, que por supuesto tiene su foto en el WEF como portada de Instagram, a fin de asegurar su verdadera pertenencia. El hijo vio cómo sus padres se convertían en una parva de corruptos de tradiciones políticas múltiples, que prefirieron manotear algo o mirar hacia un costado mientras la guita rápida y los esquemas de la especulación y la renta copaban todos los lugares de decisión. Lo que busca el hijo, entonces, es posicionarse como rupturista de estas prácticas putrefactas de sus padres, pero aprovechando la base que le fue regalada.
Dentro de un mismo esquema demoliberal, el hijo del consenso irrumpe la escena con una agenda coincidente con las necesidades de la mayoría, dejando al desnudo el repugnante desfase de la agenda política con la realidad del pueblo en la última década.
El prisma del trabajo que había copado varias décadas de producción e industria nacional, ya tenía al dinero como única forma de solucionar los problemas sociales. El compás liberal del Dios dinero ya estaba construido para que el hijo del consenso propusiera su semilla mágica de dolarización y cayera sobre tierra fértil.
Por otro lado, las principales figuras electorales enfrentadas en los cuartos oscuros de las PASO -hasta en sus facetas más extremistas-, nos garantizan un piso de consenso en el cual el negocio de las cadenas de suministro globales quedan inamovibles.
Un interesante ejemplo es el de los acuerdos de libre comercio que se pretenden con la Unión Europea, políticas de Estado que fueron sostenidas por todo el arco político desde hace décadas. No importa quién gane, el rol de Argentina como abastecedor de alimentos y energía de países industriales no cambia.
Hoy los tiempos apremian tomar decisiones coherentes, y cuando para nosotros, como pueblo, la realidad ofrece un menú en el cual sólo queda elegir entre la sangre y el tiempo, para los de abajo siempre la mejor opción es el tiempo.
En definitiva, como hombres y mujeres de trabajo que somos, cuando en el truco perdemos por 28, ante la más mínima duda y por más de que la derrota esté asegurada, la mejor opción siempre va a ser jugar una mano más.
(1) Entrevista a Mauricio Macri en La Cornisa, realizada por Luis Majul el 26.03.2023, luego de bajar su candidatura presidencial. Se puede ver en el link https://www.youtube.com/watch?v=9w7ghtcra1o
(2) Entrevista a Juan Grabois en Periodismo Puro, realizada por Jorge Fontevecchia el 02.07.2023. Se puede ver en el link https://www.youtube.com/watch?v=lMjBwQfJOKg
(3) El Pacto de la Moncloa, consistió en la firma de dos documentos históricos en el que los representantes de los principales partidos políticos, sindicatos y otros actores sociales españoles se comprometieron, en octubre de 1977, a seguir un programa político y económico con medidas tendientes a estabilizar la administración de un país acechado por la pobreza y el fantasma latente del regreso de la dictadura militar franquista.
(4) El denominado Consenso de Washington se refiere al conjunto de medidas de política económica de corte neoliberal aplicadas a partir de los años ochenta para, por un lado, hacer frente a la reducción de la tasa de beneficio en los países del Norte tras la crisis económica de los setenta, y por otro, como salida impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) a los países del Sur ante el estallido de la crisis de la deuda externa. Todo ello por medio de la condicionalidad macroeconómica vinculada a la financiación concedida por estos organismos
(5) El Foro Económico Mundial, también llamado Foro de Davos, es una organización no gubernamental internacional que se reúne anualmente en Davos (Suiza), y que sobre todo es conocida por su asamblea anual en esta localidad. Allí se reúnen los principales líderes empresariales, los líderes políticos internacionales, así como periodistas e intelectuales selectos, a efectos de analizar los problemas más apremiantes que enfrenta el mundo, y entre ellos, la salud y el medio ambiente desde 1971. En 2008, dichas asambleas regionales incluyeron reuniones en Europa y Asia Central, Asia Oriental, la Mesa Redonda de Directores Ejecutivos de Rusia, África, Oriente Medio, así como el Foro Económico Mundial en Latinoamérica.