Todas las historias de la historia

Las divisiones sirven de alimento a los controles extranjeros, porque la geopolítica se alimenta de los países pobres y divididos, los que no pueden dar pelea ni liderar.


Blair – Abogada

¿Pueden los partidos más populares y defensores de la soberanía nacional reinventarse en el paradigma actual?, ¿Los partidos están en una crisis existencial o en un proceso de renovación? Algunos nostálgicos, que en otros tiempos defendían enérgicos su organización, hoy se sientan a añorar la época donde hacer política era tener convicción por el bienestar de la nación, y los debates se daban al calor de los ideales y de la seducción argumental. 

Siglos atrás, cuando el territorio argentino se dividía entre unitarios y federales, era de vital importancia debatir si para el desarrollo de la vida de nuestra Patria se tenía que imponer la supremacía de Buenos Aires por sobre el resto, o se debía asegurar y respetar la soberanía de las provincias. La resolución de esa batalla tenía tantos intereses en juego que, incluso ahí, nació el primer marketing partidista: “civilización o barbarie”.

Años después y con la llegada de los primeros inmigrantes europeos, desembarcó el socialismo, de la mano de los reformistas, los comunistas y los anarquistas. Los socialistas fueron los primeros en defender al trabajador, ocupando espacios y generando simpatías dentro de los primeros sindicatos. En aquél entonces ya peleaban por la representación de las minorías, la naturalización de los extranjeros, la justicia gratuita, la supresión de las policías secretas y militarizadas, la anulación de las privatizaciones y la abolición de las leyes que impedían el divorcio definitivo, entre otras. En medio de revueltas chacareras contra los grandes latifundios, nacieron los radicales: militantes férreos contra el constante fraude electoral del partido conservador, eran fuertes en convicciones, y fueron, entre muchísimas otras cosas, los que establecieron la soberanía nacional sobre la base del petróleo a través de Yacimientos Petrolíferos Fiscales -YPF- y los protagonistas de la reforma universitaria en el año 1918, a través del entonces presidente Hipólito Yrigoyen.

Luego de una penosa década infame y a pesar del apoyo económico y político de Estados Unidos a la Unión Democrática, en 1946 llegó al poder el general Juan Domingo Perón. A diferencia del radicalismo el peronismo era verticalmente popular. Durante sus dos mandatos y en parte gracias a los planes Quinquenales se impulsó la industria, el pleno empleo, la justicia social, las comunicaciones y los transportes. Perón y Evita -como la embajadora de los humildes en el gobierno- formaron un tándem que sería hasta el día de hoy el ejemplo a seguir de toda una generación.

Tras el bombardeo a la Plaza, sucesivos golpes de Estado, intentos de gobierno radicales y 18 años de proscripción del peronismo, finalmente, llegó la Primavera: Perón y Balbín se abrazaron y lograron despedirse como amigos de una Argentina que estaba a punto de desaparecer, a causa de una dictadura terrorífica de mecanismos militares y finalidades civiles.

Sin embargo, el 10 de diciembre de 1983 llegó Raúl Alfonsín. Empujado por la fuerza de los organismos de derechos humanos que nacían tras la feroz represión militar, el líder radical abrió las puertas a las denuncias y a una primera investigación sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, que se reflejó en el informe de la CONADEP y que permitió que fueran juzgadas las cúpulas militares en el Juicio a las Juntas. Aunque insuficiente para algunos organismos, la política de derechos humanos de Alfonsín fue severamente atacada por amplios sectores militares, que produjeron el movimiento carapintada, los retrocesos hacia las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y el último intento guerrillero que culminó en la masacre de La Tablada. Pero lo que había cambiado sustancialmente eran las bases económicas. Con el creciente poderío de los grupos financieros y un mecanismo de endeudamiento externo heredado de la dictadura cívico militar, Alfonsín cedió ante las recetas neoliberales y no logró reencauzar una economía desindustrializada. 

Una renuncia anticipada y llegó el “caudillo” Carlos Saúl Menem. Luego de La caída del Muro de Berlín y del fin de la era del mundo bipolar en 1989 el riojano accedió al poder y, pese a que se encontraba en las antípodas de su prédica electoral y de los postulados históricos del peronismo, resolvió la privatización de empresas estatales, como YPF, Aerolíneas Argentinas, Entel, Gas del Estado, entre otras. También ejecutó una política de apertura indiscriminada del mercado a los productos y capitales extranjeros. El proyecto se completó con el Plan de Convertibilidad monetaria impulsado por Domingo Cavallo y las renegociaciones de la deuda externa, que provocaron una mayor dependencia y endeudamiento. El modelo suscitó el apoyo de los sectores medios, que inicialmente se vieron beneficiados por la política monetaria y de importación. Pero pronto comenzaron a hacerse visibles los efectos devastadores en términos sociales y culturales, con una explosión de la desocupación y de la pobreza, y con la visibilidad e impunidad de la corrupción a gran escala. A ello se sumaba una política de “reconciliación” plasmada con los indultos a las cúpulas militares que implementaron el terrorismo de Estado y originaron su modelo económico. El descontento social no se hizo esperar y en 1999 Fernando de la Rúa asumiría el poder poniendo fin al gobierno menemista en 1999, pero no al modelo neoliberal de su antecesor.

La Argentina pasó por mucho, los partidos también. Aquellos que hoy se desmoronan tuvieron una época de esplendor, un momento en el cual no sólo sabían lo que había que hacer sino que lo hacían. En aquellos tiempos hacer política no requería de la concentración de dinero o de contactos con medios hegemónicos, la militancia se contagiaba en las calles con voceros enérgicos. 

Hoy los factores son distintos y el escenario es más traicionero. Las redes funcionan como opiáceos y los libros sufren sus últimas agonías en algún estante que antes era muy visitado.

Las confusiones les son propias a esta sociedad. Así, muchas personas transitan por la calle definiéndose y etiquetándose con palabras que se resignifican a pocos pasos de distancia, mientras los pretensos candidatos tampoco se hallan en sus filas y caminan sobre arenas movedizas. En el mientras tanto las divisiones sirven de alimento a los controles extranjeros, porque la geopolítica se alimenta de los países pobres y divididos, los que no pueden dar pelea ni liderar. 

Entre toda esta confusión hay personas que entienden a la virtud como el proceso de entendimiento previo a la toma de posición y no al revés. No intentan ajustar las políticas partidarias a sus ideales, a partir de sus ideales construyen su posición con firmeza. Si en algún momento algo les incomoda vuelven a empezar el proceso, porque para ellos referenciarse en algo tiene que ser un acto de libertad y la libertad solo la perciben cuando la deconstrucción de conceptos no los  paraliza, los motiva, como en algún momento a todos los militantes los motivó una mejor Argentina, porque cuando el humilde sufre compañeros somos todos.