Autor: Federico Tavarozzi – Abogado (UBA)
Casi que de pibe, a sus 33 años, y siendo un joven capitán del ejército con vocación de médico, nuestro amigo Thomas Sankara condujo a la liberación al pueblo del que provenía y formaba parte.
Pueblo que hoy conocemos como “Burkina Faso” pero que apenas décadas atrás existía sometido bajo el invento colonial francés de la “República del Alto Volta”. Más allá de los rótulos de ocasión, se sabe que esta zona del oeste africano es habitada hace al menos más de 7000 años.
Pueblo, además, particularmente complejo en cuanto a su composición: si bien la población “mossi” es la mayoritaria allá por esos pagos, convive con otras más de sesenta etnias o poblaciones, con sus propios idiomas, credos y culturas.
Cosas difíciles de comprender desde nuestro joven lugar en el nuevo mundo, en donde cada vez menos importan las cuestiones de raza, religión o color y en donde, de base, nos entendemos, pensamos y comunicamos con un único idioma.
Retomando, resulta que el amigo Thomas, quien bajo nuestro prisma hispanoamericano podemos decir que era mestizo, hijo de un “mossi” y una “fulani”, tomó el control del gobierno del país, sometido entonces al imperialismo colonial y con un gran desgobierno y desorden interno.
Estuvo al mando entre 1983 y 1987, siempre por la vía de la revolución democrática y popular, firmemente anti imperialista y panafricanista, con plena conciencia de la necesidad histórica de una nueva África, con pueblos emancipados y soberanos organizados en naciones libres y justas hermanadas entre sí.
En un país que, como decimos, no era más que un reducto colonial con un pueblo sometido explícitamente a intereses y privilegios foráneos, cuestionó el endeudamiento externo usurario; nacionalizó el control de tierras productivas y recursos naturales estratégicos; promovió la alfabetización y la salud pública; planificó la reforma y autosuficiencia agraria-alimentaria mediante la reforestación de zonas desérticas y la redistribución de la tierra, así como la construcción de ferrocarriles y rutas; hasta terminó por abolir temerarios privilegios tradicionales o de castas por los que se exigían pagos de tributos y hasta trabajos forzosos.
Ya que a los personajes que transforman la realidad de su época y con ello hacen la historia de su comunidad los conocemos no solo por sus acciones sino también por el legado de sus palabras e ideas, va una cita del amigo: “el imperialismo es un sistema de explotación que se produce no solo en la forma brutal de quienes vienen con armas para conquistar el territorio. El imperialismo a menudo se manifiesta en formas más sutiles, un préstamo, una ayuda alimentaria, un chantaje. Estamos luchando contra este sistema que permite que un puñado de hombres en la tierra gobierne a toda la humanidad”.
Hay más, esta vez bajo el prisma occidental progresista corriente en nuestros días, incluso podemos decir que el amigo Thomas era un feminista de los buenos: equiparó a las mujeres con los hombres en la vida social y política, prohibió prácticas tradicionales como la mutilación genital o el matrimonio forzado y nombró a muchas de sus compañeras en cargos importantes de la gestión, cosa inédita hasta el momento.
En esta línea, y para entender como la pensaba, se ve que dijo: “La revolución y la liberación de la mujer van unidas. No hablamos de la emancipación de la mujer como un acto de caridad o por una oleada de compasión humana, es una necesidad básica para el triunfo de la revolución. Las mujeres ocupan la otra mitad del cielo”.
A tal punto sus convicciones y su voluntad transformadora que en 1984 cambió el nombre del triste y europeo “Alto Volta” (“Volta” es el nombre que le pusieron al gran río de la zona comerciantes-saqueadores de oro portugueses) por el autóctono de “Burkina Faso”, tan simpático y amigable para quienes manejamos la mejor versión del castellano, la rioplatense.
Cuestión que “faso” significa “patria” en idioma yulá, mientras que “burkina” en idioma mossi significa “hombres íntegros”. La patria de los hombres íntegros (y mujeres, como vimos).
El amigo Thomas terminaría traicionado y asesinado cobardemente un 15 de octubre de 1987. Uno de los amargos y vigilantes conspiradores, anteriormente aliado y parte del gobierno, un tal Blaise Compaoré, presidió el país desde esa fecha hasta 2014, cuando fue depuesto a partir de movilizaciones populares, otra vez con el país en el desorden y desgobierno.
Siguió para Thomas Sankara un destino de leyenda en la memoria de los pueblos que se ponen de pie y le buscan la vuelta con sus maneras. A tal punto que se lo conoce como “el Che Guevara africano”.
Sin embargo, para su patria de gente íntegra, lamentablemente siguió la restauración del régimen de la colonia, o de la neo colonia si se quiere. Se ve que el proyecto de independencia económica y soberanía política propuesto no era compatible con los intereses del poder residual de Francia en particular, pero tampoco de aquellos del esquema global de única hegemonía que comenzaba a consolidarse por aquellos años y que tuvo su hito más simbólico poco tiempo después, con la caída del muro de Berlín.
Hoy en día es uno de los países más pobres del mundo, con mayor miseria entre su población y con una triste violencia social regenteada por el extremismo religioso de un lado y tropas de ocupación extranjeras por el otro.
De casualidad, nos encontramos con que por estos días comienza un juicio para determinar a los responsables de su asesinato, 34 años después y sin la presencia del principal acusado, aquel Blaise Compaoré, ex presidente que nadie recordará.
Distinto al caso del amigo de los pueblos Thomas Sankara, a quien muchos recordamos y recordaremos, por más que no fuera lo que él pretendía: «Yo, Sankara, estoy de paso, lo que debe quedar es el pueblo».