Jueves negro en Nueva York. Un día de octubre de 1929, Wall Street se cansó y dijo “hasta acá llegué”, la sobreproducción se pasó de rosca y deshizo como arena la burbuja financiera que se había creado alrededor. Se desató una crisis sin precedentes que en pocos días ya salpicaba para todos lados. La Gran Depresión ganó terreno y el desplome de los precios internacionales llegó a límites inesperados. Fin del obsceno despilfarro para algunos, suicidios para otros y hambre para muchos.
Inglaterra, principal potencia de la época y gran instigador del “libre comercio”, volvió a protegerse como lo hizo durante el tiempo que necesitó para industrializarse y acordó en 1932 reducir su comercio exterior al intercambio con sus colonias y excolonias; las formales, no las materiales. Así, las carnes y productos que importaban de nuestro país pasaron a ser compradas en Australia, Nueva Zelanda y Canadá. Golpe duro al soberbio cogote de nuestra oligarquía, que llevaba casi un siglo sirviendo a los intereses británicos. Pero siempre se puede caer más bajo.
Acá adentro, se ve que la primera experiencia de reivindicación nacional en cabeza de don Hipólito Yrigoyen y la UCR asustó en serio a los dueños de la Pampa Húmeda. Su vuelta al gobierno mediante el golpe del año ´30 y el fraude electoral exigía ir a fondo para perpetuar el atraso y la dependencia en el feudo argentino. No fuera a ser cosa de que a algún otro caudillo se le ocurriera industrializar el país y tambaleara su condición de clase dominante. Muy lejos de su corta imaginación podía existir un 17 de octubre.
La Argentina de los ganaderos asignó tareas diplomáticas en el hijo de Julio Roca, vicepresidente de la nación, quien junto al encargado de negocios de nuestro imperio de turno en manos del Vizconde Walter Runciman decidieron trabajar un 1° de mayo de 1933 y estamparon sus firmas en lo se conoce hasta hoy como el “Pacto Roca-Runciman”. En Londres, por supuesto, para profundizar las relaciones coloniales no hay feriados. También en el Día del Trabajador, la oligarquía argentina pateaba en contra del pueblo al que gobernaba, pero acá no somos mal pensados y creemos en la casualidad de la fecha.
Del pacto (o imposición), aprobado en el Congreso por la ley N° 11.693, surge que Inglaterra se comprometía a retomar las compras de carne “enfriada” argentina siempre que fuera a un precio menor que el resto de los exportadores, y nuestro país a liberar de más impuestos a los productos británicos importados y a no habilitar nuevos frigoríficos nacionales. Lógicamente, ganaron presencia en la cadena productiva empresas como Anglo, Armour y Swift en perjuicio de la mayoría de los comercios locales ligados al tema. Los personeros de Su Majestad estaban “dispuestos a tolerar” que sólo el 15% de las 390 mil toneladas previstas pasaran por frigoríficos argentinos, cupo cubierto entre el Gualeguaychú y el Municipal de Buenos Aires, por lo que el resto no tenía otro destino que su desaparición. En suma, esa cantidad de carne podía ser revisada por la corona según sus necesidades y por si fuera poco, lo que debía entrar por esas compras podía deducirse de las 13 millones de libras esterlinas que entraban como nueva deuda externa mientras que nos comprometíamos a comprarles la totalidad del carbón necesario para las locomotoras a vapor. Bajo cláusulas secretas, se entregó el monopolio del transporte en la ciudad de Buenos Aires con la creación de la Corporación del Transporte, sumado al ya existente control ferroviario sobre casi todas las vías construidas y se fundó el Banco Central con fuerte presencia e influencia de funcionarios y capitales ingleses para la emisión monetaria, la regulación de las tasas de interés y la orientación del crédito.
Para que no quedaran dudas, otra vez: alimentos, energía, transporte y finanzas al servicio de intereses ajenos. Un verdadero y muy bien logrado “Estatuto Legal del Coloniaje”, como lo bautizaría Arturo Jauretche y fuera desmenuzado por los integrantes de FORJA a partir de 1935. Scalabrini Ortiz diría: “Debe destacarse la similitud del empréstito Baring Brothers con este último empréstito de desbloqueo que contrajo nuestro país. Es decir, en ambos casos fueron ganancias internas que se transformaron en deuda externa, presentada a los ojos del gran público como una ayuda financiera prestada por Inglaterra para contribuir a nuestro progreso”.
La “década infame” mostraba todos sus dientes y hacía gala de su apodo. Del proceso de firma y aplicación, se desprenden frases muy sueltas de lengua como “la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”; “la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad” o bien, “la mejor solución de los problemas es que la Argentina se convierta en declarado miembro del Imperio Británico”.
Ese 1935, además, vio cómo el entonces senador santafesino del Partido Demócrata Progresista, Lisandro De La Torre, denunciaba ante los miembros y autoridades de la Cámara, con mucho argumento y pruebas, los negociados ilícitos que implicaban a frigoríficos ingleses y a los ministros del régimen Federico Pinedo y Luis Duhau. Entre las conductas, se encontraron evasión fiscal, fraude a la administración pública y un trato preferencial con nulas inspecciones para algunos y un ahogamiento permanente para buscar su clausura y cierre del otro. En aquellas intensas sesiones, De La Torre gritaría: “Inglaterra no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones. Ellos tienen, cada uno, su cuota de importación de carnes y la administran. La Argentina es la que no podrá administrar su cuota. No sé si después de esto podremos seguir diciendo: ‘al gran pueblo argentino salud’”. Es decir, nuestro estatus era inferior al de una colonia oficial.
El escándalo tomó tal volumen que el bando conservador se tomó el trabajo de sacar a la cancha al comisario retirado, luego matón a sueldo, Ramón Valdez Cora y meterlo en el recinto para hacer callar a De La Torre para siempre. Sí, los “ilustrados” que históricamente se arrogaron ser los representantes locales de la “civilización” sumaban una masacre más a su interminable prontuario. Cuando en una de las discusiones por el tema se pudrió todo, Valdez desenfundó el arma y tiró a matar al denunciante. Por esas cosas de la historia, De La Torre había caído al suelo luego de un empujón de Duhau y los tiros pegaron en la espalda y en el pecho de su compañero de banca, también santafesino, Enzo Bordabehere, que murió a las pocas horas. Bochorno. Si bien al matón se lo detuvo al rato, siempre dijo que actuó por cuenta propia y nunca se pudo probar otra cosa. Todo esto quedaría inmortalizado en el film “Asesinato en el Senado de la Nación”, dirigida en 1984 por Juan José Jusid y protagonizada por Miguel Ángel Solá y Pepe Soriano, entre otros.
Roca-Runciman es la máxima expresión práctica de la infamia de aquella década, infamia que no empieza ni termina en los años ´30. Ante cada proceso de avance hacia la construcción de soberanía nacional e integración regional, nuestras clases dominantes, muy mandonas tierra adentro pero mendigas en el extranjero, siempre respondieron con una contraofensiva de orden colonial. Sobran los pactos Roca-Runciman en nuestra corta historia.
“Revolución y Contrarrevolución”, titula su gran obra el colorado Ramos, y así ya pasamos doscientos años.