República del Fulbo’ | Sucesos #7

Escriben Federico Tavarozzi y Justo Arias

El fútbol es una pasión argentina que trasciende lo deportivo. Cada fin de semana, alrededor de 230 mil argentinos se movilizan sin otro propósito más que el de aguantar los trapos del club del que son hinchas.

El fútbol es elemento y expresión de nuestro ser nacional y nuestra manera de vivir: en Europa, los partidos se miran sentados en butacas; acá, en cualquier punto de la Argentina, saltando en tablones.

A tal punto llega la pasión, que las dos movilizaciones más multitudinarias de la historia del país se debieron a los festejos por el bicentenario de la Revolución de Mayo y el resultado de la final del Mundial Catar 2022. 

No por nada fuimos elegidos como la mejor hinchada del mundo por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA).

Pero hay algo que subyace en esos dos sucesos y es la idea misma de pueblo-nación: la unión de millones de personas, sin distinción de clase, religión, género, color u opinión, por el solo hecho de pertenecer a una misma tierra y compartir un destino común. Lo que puede parecer una obviedad, en realidad, no es algo menor. 

Evidentemente, el fútbol es de las pocas cosas que en estos últimos tiempos pudo despertar esa unanimidad en la conciencia y el sentimiento por lo propio.

Banderas que cuelgan de las ventanas o flamean, desde las puertas de los autos. Rostros teñidos de blanco y celeste. Familias y amigos que se reúnen, quizás después de mucho tiempo, con la excusa del fútbol.

«Ooohh / Oooohh / Ooooohhhhh» cuando suena el Himno Nacional, seguidos de un «¡Argentina, Argentina, Argentina!» y «el que no salta es un inglés». «Yo soy así, soy argentino / ingleses p… de Malvinas no me olvido» también integra el repertorio.

Mientras tanto, la prensa británica se indigna ante el fervor argentino que se replica en todo el mundo, como para recordar que la fiesta solamente está prohibida en un rincón del planeta: nuestras Islas, uno de los últimos diecisiete casos de colonialismo vigentes.

Una nena de siete años pregunta en la cena: «Papi, ¿quiénes son ‘los pibes de Malvinas que jamás olvidaré’?». Otros niños ven la camiseta de la Selección en los colores de la bandera y vinculan los símbolos patrios con el escudo de la AFA y la figura de Messi.

La euforia contagia a otros pueblos también oprimidos por el colonialismo y fanáticos de la Argentina, desde la gesta maradoniana contra Inglaterra en el ’86, como Irlanda, Escocia, India, Pakistán, Nepal y Bangladesh, lo que motivó la reapertura de la embajada argentina en éste último país asiático.

Definitivamente, en tiempos en los que las soberanías de las patrias son moneda de cambio, y en un país que tiene en disputa el 61% de su territorio y su cuestión nacional aún por resolver, emerge el fútbol como un fenómeno popular universal que, al menos en la conciencia colectiva, une y reafirma la identidad y la lucha por la liberación de los pueblos del yugo colonial.

¿Por qué el fútbol?

Aunque la pasión que se genera en torno al fútbol es inexplicable, hay algo en el significado y la grandeza de la epopeya de nuestro fútbol, que se relaciona, a su vez, con el hecho de que su historia -como todo fenómeno social- siempre estuvo atravesada por el medio y las circunstancias en que se desarrolló.

Si bien los chinos fueron los primeros en divertirse pateando pelotas y metiéndolas en redes allá por el siglo III a.C., el deporte conocido mundialmente como fútbol surgió en Inglaterra durante el siglo XIX.

La «redonda» llegó al puerto de Buenos Aires a mediados del siglo XIX, después de cruzar el Atlántico en los barcos que traían inmigrantes británicos, para trabajar en las compañías ferroviarias inglesas asentadas en nuestro país.

La afluencia de inmigrantes anglosajones no era casual, ya que la oligarquía gobernante de la época veía en ellos el «progreso». De hecho, Juan Bautista Alberdi, principal ideólogo de la Constitución sancionada en 1853, proponía que el idioma oficial de la Argentina fuera el inglés, para estrechar aún más el lazo con el imperio dominante en la época.

Gran Bretaña, por su parte, había visto con buenos ojos la independencia del Reino de España en 1816, para tomar las riendas de la dominación y expoliación. El propio ministro de asuntos exteriores, George Canning, afirmaba en 1824: «Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa».

La profecía se empezó a cumplir ese mismo año cuando la Argentina se endeudó por primera vez, con la Casa Baring inglesa por un monto del que pudo disponer sólo la mitad y terminó de devolver ochenta años después. Siguió con la ocupación británica de las Islas Malvinas, en 1833. Y se terminó con la instalación de «una inmensa tela de araña metálica donde estaba aprisionada la República»: los rieles del ferrocarril inglés.

Con la expansión del ferrocarril empezaron a nacer clubes para que las familias inglesas pudieran practicar sus deportes (fútbol, golf, hockey sobre césped, cricket y bocha): Ferro Carril Oeste, Rosario Central, Central Córdoba, Talleres de Córdoba, entre otros cientos de clubes más, que reflejaron en sus nombres su relación con el ferrocarril.

El primer partido de fútbol en la Argentina se jugó el 20 de junio de 1867 en los Bosques de Palermo, y en 1893 se creó la primera liga de fútbol en el país: la «Argentine Association Football League». Ni el deporte escapó a la obnubilación por hacer Europa en América.

El fútbol se empezó a popularizar durante los primeros años del siglo XX, en una época convulsionada por las luchas sociales y sindicales. La falta de regulación y protección laboral provocaba que las jornadas de trabajo se extendieran entre 10 y 16 horas, de lunes a sábado, dejando libre sólo los domingos para jugar football.

Otra ficha para su difusión la sumó la visita del club inglés Southampton en 1904: entre 8.000 y 10.000 hinchas colmaron los estadios, entre los que se encontró el presidente Julio Argentino Roca.

Quizás el primer paso para criollizar este deporte y lograr que deje de ser  «football» para ser «el fulbo‘», fue la creación de la válvula y la costura invisible por parte de tres cordobeses en los ‘30, dando origen a la pelota moderna.

El fútbol terminó de popularizarse con la irrupción de las «chusmas», «compadritos» y «cabecitas negras» en la cosa pública. 

A partir de la sanción de la Ley Saenz Peña y luego del yrigoyenismo, el movimiento peronista revolucionó un país que -como había confesado el vicepresidente de la Nación, luego de firmar el vergonzoso Pacto Roca-Runciman- era «parte integrante del imperio británico», por su dependencia económica.

Los ferrocarriles británicos fueron nacionalizados y, después de más de un siglo de existencia, por primera vez en su historia, Argentina vivió sin deber un sólo centavo al mundo. El deporte, en especial el fútbol, no quedó fuera de esa Nueva Argentina.

El Justicialismo promovió la incorporación de miles de jóvenes al deporte, como un medio para generar mayor democratización e integración social; fomentó el desarrollo de instituciones deportivas como los clubes-escuela con «un solo objetivo: hacer de este país una gran familia sin divisiones»(1); y realizó más de 75.000 obras de infraestructura que incluyeron la construcción de grandes estadios de fútbol(2).

En 1946 se castellanizó el nombre de la Asociación Argentina de Fútbol y en 1948 se declaró Monumento Nacional al monolito que recordaba aquel primer partido de fútbol en territorio nacional.

Fundamentalmente, el peronismo organizó competiciones nacionales e internacionales, como los Iº Juegos Panamericanos y los Torneos Juveniles Evita, en el que participaron 100.000 niños y jóvenes, muchos de los cuales recibieron, por primera vez, un chequeo médico completo en aquella oportunidad.

Sin embargo, con el afán de borrar al peronismo y su obra, los militares que tomaron el poder en 1955 y bombardearon al pueblo argentino, terminaron también con esas políticas, entre todas aquellas desarrolladas durante la década anterior. Recién en 1973 volvieron los Torneos Juveniles Evita, con el regreso del peronismo, donde tuvo su primera aparición un Diego Armando Maradona de sólo 13 años que, jugando para los «Cebollitas» de Argentinos Juniors, perdió la final del ’73 y ganó la edición del ’74.

Pero, nuevamente, la dictadura cívico-militar que copó el gobierno en marzo de 1976 volvió a cancelar las competiciones, a la vez que se encargó de organizar la Copa del Mundo de 1978. Como parte de los preparativos y para ocultar a personalidades extranjeras la desmembración del tejido social que tenía como consecuencia el plan dictatorial, se puso en marcha un programa para erradicar las «villas miseria» de la Capital Federal, desalojando a más de 200.000 habitantes con las «topadoras de Cacciatore»(3). 

La última dictadura también puso en práctica un dispositivo propagandístico para ocultar los crímenes que estaba cometiendo y de los que se empezaba a hablar en el mundo. A menos de diez cuadras del estadio Monumental, donde se jugó la final,  en pleno barrio porteño de Núñez, funcionaba la Escuela de Mecánica de la Armada (EsMA), el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más grande del país, por donde transitaron más de 5.000 detenidos-desaparecidos. 

Durante los 25 días de junio que duró el Mundial, desaparecieron 50 personas (4), y durante toda la dictadura cívico-militar (1976-1983) desaparecieron 19 jugadores de fútbol que todavía no fueron homenajeados por la Asociación del Fútbol Argentino (5)

Años después, llegó la Guerra de Malvinas. El 25 de mayo de 1982 la selección argentina jugó su último partido previo al Mundial de 1982 en El Bosque de La Plata, con Diego Maradona como titular, cuya recaudación fue destinada al «Fondo Patriótico Malvinas Argentinas».

Además del hecho que varios jóvenes que estaban por debutar en primera división fueron llevados al combate, muchos excombatientes recuerdan que el fútbol era una de las cosas que los hacía abstraerse de la realidad que vivían en los pozos de zorro y las trincheras: «A un kilómetro de nuestra trinchera había combates cuerpo a cuerpo, y entre tiro y tiro llegamos a escuchar por la radio el gol de Bélgica. ¡Puteábamos por ir perdiendo!», contó el ex combatiente Marcelo Rosasco sobre el partido del Mundial España ’82 que se jugó el 13 de junio, un día antes de que la bandera inglesa volviera a flamear en las Islas, hasta nuestros días.

«No puedo jugar en un país que está en guerra con el mío» declaró Osvaldo Ardiles -estrella del Tottenham inglés y la selección nacional- tras desatarse el conflicto, y decidió abandonar su club. Su primo José había ido a la Guerra como aviador y, mientras Osvaldo disputaba el Mundial ‘82, le llegó la noticia de que su avión había sido derribado por las fuerzas inglesas.

La Guerra tuvo un capítulo post facto la tarde del 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca, por los cuartos de final del Mundial México ’86. El rival era, precisamente, Inglaterra. 

La Guerra había terminado cuatro años antes, pero su herida estaba tan abierta y la sangre tan caliente, que Margaret Thatcher -quien ordenó el hundimiento del Crucero General Belgrano provocando la muerte de 323 tripulantes, hecho que constituye un flagrante crímen de guerra- todavía era Primera Ministra del Reino Unido y entre ambos países todavía no había relaciones diplomáticas.

Diego Armando Maradona convirtió el primero de los goles con su puño izquierdo, y el segundo apilando a medio equipo rival, en sólo diez segundos. 

La picardía de La Mano de Dios y la genialidad de El Gol del Siglo humillaron al espíritu inglés, tan acostumbrado a mirar al resto desde arriba, frente a los ojos del mundo. «Estamos totalmente perdidos. Es la gran tragedia británica», exclamó en vivo y con desazón el relator de la transmisión inglesa mientras Maradona corría festejando su segundo gol.

«Era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Habían muerto muchos pibes argentinos, los habían matado como a pajaritos. Esto era una revancha… ¡Un carajo iba a ser un partido más! (…) Yo sé que es una locura, pero así lo sentíamos y era más fuerte que nosotros. Nosotros estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes, la verdad es ésa», diría el propio Maradona después del torneo.

El acto de justicia divina que significó burlar a los ingleses convirtió a Pelusa en un héroe popular, no sólo de los argentinos, sino también de otros pueblos también oprimidos por el colonialismo e imperialismo inglés. Valga una por tantas.

Maradona se convirtió en la mejor metáfora de la argentinidad: talento, viveza, pasión, vanidad, gloria; exceso, impulso, contradicción, dolor, modestia. La transgresión de la regla y la jugada de todos los tiempos, en cuestión de minutos. De marginado, a rey del mundo.

El siguiente Mundial fue Italia ’90, un país conquistado por Diego, al que nos encontramos en semifinales. Después de la victoria argentina y mientras señalaba una Bandera Nacional destrozada por los italianos, Maradona declaró: «Rompieron mi bandera y eso no se los voy a perdonar jamás en la vida».

Cinco días después Argentina jugó la final contra Alemania. Durante la ceremonia inicial Maradona no pudo contener la bronca ante la silbatina de los italianos al Himno Nacional: «¡Hijos de p…! ¡Hijos de p…!». Consultado por la prensa, afirmó: «cuando se chifla un Himno Nacional, es a todo un pueblo al que se ultraja”.

Ese mismo año, se firmaron los vergonzantes Acuerdos de Madrid I y II aún vigentes, que reconocen a los británicos la posesión sobre las Malvinas y las aguas e incalculables recursos naturales que las rodean. 

Si bien desde entonces (más de tres décadas y contando), se mantiene el statu quo en la administración de las Islas, la cultura del fútbol es una de esas cosas que mantienen la conciencia de que las Malvinas son una justa causa argentina.

Por estas cosas, y tantas otras más, nuestro fútbol es único en el mundo y es una maravillosa parte de la historia y patrimonio del país. Por eso, hay que celebrarlo y cuidarlo.

(1) Juan Domingo Perón. «Discurso pronunciado por el Presidente de la Nación en el acto de la Asociación de ex-Olímpicos Argentinos», 5 de julio de 1949.

(2) https://perio.unlp.edu.ar/catedras/jjoo/2023/05/14/clase-7-el-deporte-en-la-era-de-peron/

(3) Archivo Nacional de la Memoria. Deporte, Dictadura y Memoria: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/dictadura_deporte_y_memoria_-_versionfinal.pdf.

(4) Luciana Bertoia, Gritos de gol y secuestros: https://papelitos.com.ar/nota/desaparecidos-durante-el-mundial

(5) Gustavo Veiga, AFA y los futbolistas desaparecidos. 29 de agosto de 2019: https://www.pagina12.com.ar/213453-la-afa-y-los-futbolistas-desaparecidos

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