
Por Agustín Mazzini
I
En una famosa alocución en la Confederación General del Trabajo durante 1973, el General Perón trató la idea de “integración universal” hacia la que, según decía él, avanzaba el mundo: “si esa integración universal la realizara cualquiera de los imperialismos, la haría en su provecho; no en provecho de los demás”.
Finalmente, el ganador de la Guerra Fría realizó la integración universal, llevándonos a la tan mentada globalización capitalista. Las consecuencias de esta “integración universal” hecha por uno de los polos imperiales están a la vista: el consumismo, la velocidad, la uniformidad cultural, la supresión de la capacidad de asombro, el dinero como única fuente de valor, el materialismo extremo y la riqueza concentrada en pocas manos contrastada con la miseria. Todo esto nos lleva, invariablemente, a la deshumanización del Hombre para consigo mismo, para con los otros y para con lo que le rodea.
Esa integración universal no fue ni mucho menos gratuita; el mundo está en una crisis cada vez más profunda de toda índole: material, espiritual, económica, social, ambiental, etc. El fracaso del demoliberalismo y del modelo capitalista (hecho advertido por Perón especialmente en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional) resulta cada vez más rotundo.
Vemos, entonces, que aquella Tercera Posición lanzada por el conductor del movimiento de un país del Tercer Mundo era una alternativa ante los fracasos del capitalismo y del comunismo.
II
Los tiempos de la unipolaridad han quedado atrás; vemos el desenvolvimiento de nuevos polos de poder global, varios de ellos con lógicas imperiales. El funcionamiento de las economías de mercado en países que se consideran socialistas o comunistas nos dan un panorama del triunfo; desde las reformas de Deng Xiaoping y Vietnam al intento fallido de la Unión Soviética a fines de los ’80. El modo de producción, salvo contadas excepciones, es el capitalismo.
¿La ética Justicialista sirve para orientarnos en un mundo con distintos focos de poder? Teniendo en cuenta que ella pertenece a una doctrina muy joven, de menos de cien años, podemos afirmarlo.
III
Los intentos de realizar una adaptación del Movimiento Nacional Justicialista a los lenguajes políticos dominantes de cada época han sido propugnados tanto por derecha como por izquierda. Previamente a la caída del Muro de Berlín y del colapso soviético, en la recuperación democrática que consolidó el modelo de representación liberal-partidocrático, el Justicialismo sufrió su primera “adaptación”. La misma había sido profetizada por María Estela Martínez de Perón en una carta dirigida a la Comisión de Enlace fechada a seis días de la asunción de Raúl Alfonsín: “el Movimiento se nutre de la doctrina del General Perón, y dejarla de lado o descuidar su estudio y sus aplicaciones constituye una grave deficiencia que puede llegar a desvirtuar la naturaleza del Movimiento hasta el punto de reducirlo a un simple partido político más”.
En consonancia, Perón en el cierre del Congreso Filosófico de 1949, declamaba: “nuestra acción de gobierno no representa un partido político, sino un gran movimiento nacional, con una doctrina propia, nueva en el campo político mundial”.
IV
Sucedida la desintegración de la URSS y ya dentro del espectro demoliberal capitalista globalizante, el marxismo, gran perdedor de la ¿contienda? Realizó un esfuerzo por volcarse hacia el nuevo orden: comenzaron así a aparecer distintos fenómenos. El ejemplo en nuestra región fue el llamado “Foro de San Pablo”, donde hizo su aparición la alternativa de izquierda dentro del capitalismo: el posmarxismo, abrazado a las banderas históricas del progresismo.
La propuesta análoga al justicialismo vendría de la mano de una “Tercera Vía” que “responda al neoliberalismo”, teorizada por el sociólogo y filósofo inglés de cabecera de Tony Blair, Anthony Giddens en su libro “La Tercera Vía. La renovación de la socialdemocracia”.
Realizar una mayor distribución del ingreso sin dejar de comprender los grandes cambios acaecidos en el mundo globalizado y el progresismo como único camino posible son pilares en la doctrina de Giddens, la que de ningún modo combate los males del capitalismo demoliberal partidocrático individualista, sino que se propone ser una alternativa dentro de él, heredera del materialismo filosófico marxista que “democratiza” los vicios del polo triunfante de la Guerra Fría.
En el Justicialismo, la justa redistribución del ingreso a la que hace referencia Giddens (véase en su teoría la figura del individuo como mero consumidor o usuario que comparte espacios comunes con otros de su misma especie patente en todo su pensamiento) resulta necesaria en función de construir un individuo realizado en el marco de una comunidad realizada en él. No es un fin en sí, sino uno de los elementos idóneos para alcanzar el objetivo primordial: superar los vicios de una sociedad posmoderna, que no son más que la profundización de los de la modernidad: la “insectificación” del Hombre, la pérdida de la identidad cultural, del sentido y de su altura espiritual, el vacío, el hedonismo nihilista, etc.
V
Giddens refuerza la idea de clases sociales y de su “inclusión” plena en la sociedad de consumo, en contradicción con aquella verdad peronista que sostiene que sólo existe una clase de hombres: los que trabajan. Tanto la globalización como el hecho de la economía de mercado (libre o intervenida) es incompatible con la ética Justicialista. Éstas, en todas sus variantes capitalistas, no han hecho más que volver uniforme al Hombre, arrancándolo de su naturaleza y de sus verdades esenciales.
Esta tercera vía de Anthony Giddens no discute los grandes problemas de dimensión espiritual. Su teoría, de marcado sesgo materialista, puede convivir con la muerte del humanismo, la muerte de la Historia y las ideologías, la “modernidad líquida”, el relativismo de toda índole y los nuevos filósofos, en términos griegos, sofistas. Tanto el suyo como el pensamiento de Laclau son variables del sistema ganador de la Guerra fría.
VI
No es una novedad la influencia del pensamiento clásico en Perón. Para aquellos, los griegos (a excepción de los sofistas tan reivindicados en la posmodernidad, en donde la realidad resulta una construcción “discursiva” o “retórica”), la Verdad es algo que debe ser hallado, descubierto, pero que está allí previamente.
No es casual que en su obra “La Comunidad Organizada” se lea: “los griegos de Sócrates se formulaban grandes preguntas: el ser, el principio, la virtud, la belleza, la finalidad, y trataron de formular debidamente sus tablas de Moral y sus principios de Ética. No es lícito dar tales problemas por juzgados para permitirnos después extraviar al hombre —que ignora las viejas verdades centrales— con nuevas verdades superficiales o con simples sofismas. El hombre está hoy tan necesitado de una explicación como aquellos para quienes Sócrates, tantos siglos atrás, forzaba sus problemas”.
Adentrándonos en esa Ética, encontramos en la “Ética a Nicómaco” de Aristóteles la conclusión de que toda virtud radica en la armonía y el equilibrio entre dos extremos que pecan por exceso o por defecto. No en vano, vale destacar la frase que el General Perón popularizó, perteneciente a Pericles y recogida de las obras de Plutarco: “todo en su medida y armoniosamente”.
Esto ha plasmado Perón en su pensamiento y en sus acciones: la idea de la alianza de clases, a modo de ejemplo, es de equilibrio, de armonización. Asimismo, en otra de sus alocuciones en la CGT diría: “es indudable que en todos los movimientos revolucionarios existen tres clases de enfoques: el de los apresurados, (…) el otro sector está formado por los retardatarios (…), entre estos dos extremos perniciosos existe uno que es el del equilibrio (…). Esta visión articulada con todo el pensamiento de Perón tiene base en el pensamiento clásico aristotélico y la ética nicomáquea.
En un mundo multipolar capitalista resulta inminente volver a la columna de la Ética Justicialista en donde hace eco el pensamiento clásico: la armonización entre extremos irreconciliables.
VII
La valentía es la virtud, resultado del equilibrio entre la temeridad y la cobardía. Si alguno de estos dos extremos desapareciera, se podría ser más o menos temerario, más o menos cobarde. La respuesta que buscamos está en la ética del Justicialismo: la virtud no puede existir dentro de la “no-virtud”.
VIII
¿Es posible vertebrar una ética y una cosmovisión en su capacidad de existir a través del tiempo de manera universal y atemporal? La respuesta es afirmativa en tanto creamos que la Doctrina Peronista apunta a la esencia misma del Ser Nacional.
Así, siguiendo las enseñanzas de Perón, convendría establecer una armonización y un equilibro entre cada extremo que surja desde el mundo multipolar, a saber: el conservadurismo y el rupturismo, el individualismo y el colectivismo, el espíritu y la materia.
La “posición de la armonía” o la “posición del equilibrio”.
Conviene que cada conductor justicialista, en el espacio que le toque, tenga un margen de maniobra que verse sobre la armonía y el equilibrio entre extremos, a fin de negar ambos y construir una nueva filosofía de la vida atrapada por el exceso y el defecto.