
Reflexiones sobre la urgente necesidad de dar el salto desde una independencia formal hacia una sustancial.
Más de dos siglos han pasado en la historia argentina desde aquella formal declaración de la independencia, ocurrida en Tucumán, un 9 de julio de 1816. Lejos parecen haber quedado los sueños de tal independencia y soberanía que supieron tener nuestros próceres, cuando vemos la realidad en la que se encuentra hoy nuestro país. Es así que, a más de 200 años de aquella declaración, hoy nuestra patria se halla ahogada en manos del poder financiero transnacional, con una economía primarizada y extranjerizada en la que nuestras riquezas marchan en forma crónica como por un ducto hacia el exterior; al mismo tiempo que enormes bolsones de miseria y pobreza estructural son parte permanente del paisaje, que una gran parte de la ciudadanía se encuentra completamente indefensa ante la manipulación mediática, y que nuestro vecindario latinoamericano totalmente tomado por los sectores de poder que lo han sometido históricamente.
Estamos en una fecha sobre la cual, desde nuestros primeros años de escolarización, se nos van enseñando algunos coloridos datos anecdóticos, que nos hacen ir teniendo una aproximación superficial y edulcorada sobre la misma.
Es así que la mayor parte de los hechos ocurridos en aquel momento histórico, al igual que ocurre con la mayoría de nuestras restantes fechas históricas, se presentan en el sistema educativo como simples datos de color, fragmentados, con escasa o nula conexión con el contexto real en el cual se suscitaron y sus verdaderas implicancias. De manera tal que una gran parte de la ciudadanía, culmina su incursión por dicho sistema, sin poder relacionar tales hechos con los reales alcances de la historia del país que habita, ni establecer su vinculación con los hechos presentes y futuros. Y como dice la antigua y remanida frase, hoy más vigente e importante de recordar que nunca, “quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Frase que tiene una contundencia descriptiva y poder de síntesis implacable, tanto a nivel individual, como en la realidad de un pueblo en su conjunto.
Lo dicho no es un hecho casual o que simplemente responda a una escasez de recursos de nuestro sistema educativo, o a la falta de formación o voluntad de algunos docentes. Quedarnos analizando sólo dichos factores, que sin duda son parte de la realidad y su reversión debe ser urgente, implicaría mirar sólo los síntomas visibles de la enfermedad, sin auscultar sus verdaderas causas. Debemos ser conscientes de que la raíz del problema, es fruto de una estructura colonial que data ya de siglos, y de la cual, el pueblo argentino aún no ha podido liberarse. Tanto es así, que los pocos intentos serios que existieron de cambiar dicha estructura, culminaron con violentas reacciones por parte de los grupos de poder prebendarios de su diseño y funcionamiento.
Y para el mantenimiento de tal estructura, por parte de los grupos que la controlan, ha sido fundamental poder ocultar la historia del pueblo, despedazarla en fragmentos inconexos y reemplazarla por una completamente adulterada y adaptada a sus intereses. Una historia en la que la mayoría de las personas que realmente llevaron acciones destinadas a remover dicha estructura y revertirla, son presentadas, sin excepción, como violentas, fascistas, populistas, corruptas, demagogas y poseedoras de cuantos defectos sea conveniente atribuirles a fin de desprestigiarlas. Se debe evitar siempre todo “mal ejemplo” y conexión con las verdaderas causas y con los responsables de los males que aquejan al país.
Es así que, una y otra vez, los líderes que se cargaron al hombro grandes transformaciones en favor del pueblo, terminaron perseguidos y muchas veces en el exilio.
Estamos, en definitiva, hablando de lo que sucede en torno a una estructura de poder definida en nuestro país en el siglo XIX, la cual, en su esencia, se ha mantenido casi inalterada hasta nuestros días. Para quien pueda parecerle que se está exagerando al efectuar tales afirmaciones, bastaría que recuerde de qué año data la matriz y el diseño constitucional de nuestro país. Pronto caerá en la cuenta de que tenemos una Constitución Nacional cuya matriz fundamental fue sancionada en 1853, en pleno auge del liberalismo decimonónico, la cual fue fruto del triunfo de la oligarquía argentina en la batalla de Caseros que vino a establecer el diseño jurídico nacional que, hasta el día de hoy, es piedra angular del mantenimiento de una estructura económica que ha permitido a un reducido sector del poder real, usufructuar las inmensas e inagotables fuentes de riqueza del país; mientras que el sector mayoritario, sólo puede aspirar a recibir las migajas del banquete.
Cómo funciona la estructura y cómo se logra su permanencia
Estamos hablando de la misma matriz liberal que durante la mayor parte de nuestra historia, ha permitido mantener los privilegios de ese sector minoritario, a expensas del atraso y sometimiento del país, en coalición con intereses extranjeros. Lo que antaño se realizaba a través de la acción directa por parte de las potencias extranjeras y sus ejércitos, con el devenir del tiempo se hizo a través del accionar de los sectores más reaccionarios y entreguistas de nuestro mismo ejército. Otro tanto harían las embajadas de las grandes potencias, sus servicios de inteligencia y empresas transnacionales; siempre con la ayuda de servidores internos.
No menos importante ha sido el rol de algunos sectores del poder judicial de nuestro país, siempre prestos para establecer la inconstitucionalidad de cuanta norma intente alterar tal estructura, so pretexto de la defensa de los sagrados derechos de propiedad, la libertad de prensa o algún otro derecho convertido en arma reaccionaria. Un poder judicial que en los últimos años ha ido mucho más lejos en Latinoamérica, actuando como ejecutor de la persecución de los líderes políticos que estuvieron al frente de un proceso que, después de mucho tiempo, se había transformado en una fuerte amenaza para los sectores del poder real. Es así que estamos frente a sectores reaccionarios que se adentran de forma aguerrida a cuanta batalla política sea necesaria, sin importar los medios ni las consecuencias, para mantener sus privilegios. El fraude electoral, los golpes de Estado apoyados por potencias extranjeras, la proscripción política, la persecución judicial, entre muchas otras, han sido siempre armas que se han ido alternando, según cuáles fueran las más apropiadas para el momento histórico en cuestión.

Construcción de una subjetividad que garantiza los privilegios
Las mencionadas en el párrafo anterior, son las armas más burdas. Esas que son más difíciles de pasar desapercibidas y justamente por ello, usadas en tiempos en que las armas de uso frecuente, estables y más ocultas, no son suficientes. Y es que existe toda una gama de dispositivos que operan en forma permanente en la estructura y dinámica social, política, económica y de otras índoles; trabajando en forma permanente en la construcción de una realidad que permite mantener el statu quo.
Y es que como afirman Berger y Luckmann[1], existe una construcción social de la realidad, la cual es producto de un complejo proceso de socialización a la que todo individuo está sometido. Proceso en el cual interviene un conjunto de actores e instituciones que van moldeando dicha realidad, de manera tal que la crean y condicionan. Es así que la misma se constituye y opera tanto en el plano material como en el intelectual y espiritual.
En tal proceso de socialización, cumple un rol principal la familia del niño o niña en una primera etapa. Pero sin dudas, otro rol central y fundamental lo jugará la educación en una segunda etapa. Es mediante ella que el individuo y futuro ciudadano, comienza a construir de forma progresiva su mayor o menor conocimiento de la realidad que opera sobre la sociedad que habita. Es así que empieza a tejer su relación con el mundo institucional. Sobre ese mundo, operan fuertemente los sectores de poder, de manera directa o indirecta. Ya sea incidiendo en el contenido curricular, en el material de estudio, en la formación de educadores o en las condiciones materiales y simbólicas a las que están sujetos, tanto quienes imparten, como quienes reciben dicha formación.
En nuestro país, los sectores de poder han trabajado arduamente por penetrar y controlar el sistema educativo de manera que sea funcional a los mismos. Y es así que, al día de hoy, una gran proporción de quienes tienen el privilegio de llegar a la universidad, aunque la misma sea pública, sale de ella sin poder tener mayor consciencia de la realidad a la que está sometido su país desde que el mismo se constituyó como tal. Nada que garantice más el mantenimiento del statu quo, que el hecho de que las personas más formadas, en teoría, y que egresan de una universidad pública, no puedan establecer un juicio razonable mínimo respecto de la realidad de fondo que aqueja a su patria.
Pero la construcción de la subjetividad, que vela por la inalterabilidad de este sistema injusto, es demasiado importante para dejar flancos librados al azar, por lo cual, el poder opera multidimensionalmente. En ese sentido, Foucault[2] decía “cuando pienso en la mecánica del poder, pienso en su forma capilar de existir, el punto en que alcanza la textura misma de los individuos, afecta su cuerpo, se incorpora a sus gestos, sus actitudes, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana.”
Uno de los flancos fundamentales, se disputa en los medios de comunicación. Los cuales, al día de hoy, operan de la mano de auténticos mercenarios mediáticos que, haciéndose llamar periodistas, día a día manipulan la opinión pública en defensa de los intereses de quienes pagan por sus servicios. La libertad de prensa, que en algún momento naciera como herramienta fundamental para transparentar los actos de las repúblicas y para velar por la vigencia de los valores democráticos, hoy se ha convertido en el escudo con el que se cubren los referidos mercenarios, para llevar a cabo sus ataques y salir siempre ilesos. Pues cualquier reacción o réplica ante ellos, será presentada como un atropello a la libertad de expresión por parte del “autoritarismo del gobierno”. Lo dicho, siempre y cuando el gobierno de turno represente a los sectores populares o mayoritarios, puesto que, de ser el caso contrario, el accionar será de omisión, ocultamiento y disimulo. Por supuesto, estamos hablando del sector concentrado de medios y del grupo que se autoatribuye la representación del periodismo.
Tal es el poder de fuego de dichos medios, que pueden hacer que millones de personas defiendan a sus verdugos y odien profundamente a quienes luchan por mejorar su realidad y la del país. Poder de fuego que hoy se ha visto enormemente potenciado, con el masivo alcance de las redes sociales que replican y viralizan con gran velocidad los contenidos allí generados.

No es posible avanzar hacia una independencia real con un pueblo deprimido
Este aniversario de nuestra formal independencia nos encuentra en medio de la mayor pandemia de la que se tenga memoria; enfrentando una gran crisis económica, producto de los efectos mismos de la pandemia y de cuatro años precedentes de fuerte embestida del neoliberalismo en nuestro país. Ante ello, nos hallamos con un pueblo deprimido ante una nueva frustración, que se suma a muchas otras que han sido fruto del accionar de los sectores de poder descriptos, los cuales han boicoteado una y otra vez los sueños de justicia social, de la soberanía política y de la independencia económica. Producto de su egoísmo y miopía, han preferido vivir en un país hundido en el atraso, sin importar si la torta se achica cada día más para todos, con tal de poder seguir sintiendo que su porción es más grande que la de otras personas, en términos relativos.
Nada más funcional a los referidos sectores de poder que un pueblo jaqueado espiritualmente, pues en tal estado, se comportará como un cuerpo social deprimido, que a raíz de la patología que lo aqueja, no puede ver un horizonte claro ni valorar su esencia y real potencia. Pero dicha depresión no es sólo fruto de las circunstancias reales por las que atraviesa el país, sino producto del permanente bombardeo de la psiquis colectiva con las herramientas mencionadas en el apartado anterior.
En forma permanente se nos asedia comunicacionalmente con la idea de que somos un pueblo destinado al fracaso colectivo. En general, las causas, según los formadores de opinión, son atribuidas a gobiernos “populistas” que “alimentan vagos” y que no promueven la cultura del trabajo. A un Estado que presuntamente oprime con impuestos a los generadores de riqueza y a toda una gama de falacias que se instalan, donde las mismas víctimas de ellas se encargan de distribuir masivamente.
El poder opera con mecanismos psicopáticos para lograr sus objetivos manipulando a sus propias víctimas. Es así que luego de deprimirlas a partir de un bombardeo informativo, tendiente a deformar la realidad y hundirlas en la confusión, finalmente logra que estas actúen en forma permanente en su propio perjuicio. Y estamos ante un mecanismo que funciona con total eficacia al actuar sobre un campo fértil, que previamente ha sido preparado desde la escuela y desde todo el sistema cultural y de valores establecido, en función de los intereses de dicho poder.
Es por ello que para salir de la depresión, es fundamental comenzar a recuperar y reconstruir la verdadera historia del pueblo; para que cada compatriota pueda ver y sentir con claridad la estructura de la que él y su patria han sido víctimas. Esta es la mejor vía para despertar el amor por la misma, y con ello, recuperar los deseos de libertad y grandeza, que algún día supieron tener quienes lucharon por nuestra independencia. Es el único anticuerpo eficaz para los ataques externos e internos hacia nuestra casa común.
La tarea es ardua, pero en manera alguna imposible, pues hay una memoria que está viva en la mente y corazón de millones de compatriotas. Por lo cual, la lucha debe ser por activarla y expandirla a toda la ciudadanía. Como dijera Hernández Arregui[3] “La vocación por los estudios históricos es la primera en presentarse en los pueblos que luchan por su libertad. Prioridad que no es casual, pues las naciones beben en la propia historia los fundamentos de su derrotero. Este patriotismo de los grandes períodos emancipadores no nace de conciencias aisladas, sino que es el fruto de toda una generación, aunque sus miembros se ignoren, y cuya obra, a su vez, es el efecto de un estado multitudinario de la conciencia misma de la colectividad.”

Una oportunidad histórica en medio de la crisis
Siendo un hecho que hemos entrado en una recesión profunda -que seguramente será la peor crisis económico social de nuestra historia y del mundo-, de lo que se trata hoy, es de tomar todas las medidas estratégicas que nos permitan contar con herramientas de fuste para que esta, no sea, una vez más, otra crisis destinada a ser pagada por las grandes mayorías y la clase media. Debemos evitar caer presos del discurso que evidencia estarse instalando, que reza algo así: “debemos estar unidos, no es momento para tomar medidas que puedan estimular la grieta”, “si se toman medidas fuertes en este momento de debilidad económica, el gobierno va a ser atacado y puede verse debilitado”; y de todas las frases de tipo conservador posibles, que el poder económico aplaude y necesita para conservar sus privilegios. No se trata de plantear una dinámica de conflicto por el conflicto mismo, sino de tomar consciencia de que, por la gravedad y profundidad de los hechos, se está en un momento único para tomar decisiones de real trascendencia, que puedan revertir la matriz económica colonial de la cual es víctima nuestro país. De manera tal de que las riquezas producidas con el esfuerzo de millones de argentinos y argentinas, estén destinadas de una buena vez a mejorar el bienestar de la mayoría del pueblo y no a ser dolarizadas y trasladadas a paraísos fiscales o a cuentas de bancos extranjeros. Lo cual viene siendo la lamentable historia que se repite una y otra vez y que condena a nuestra patria a la humillación de quedar de rodillas de manera sistemática ante los poderes reales mundiales y nacionales.
Se debe salir de la trampa de creer que se puede cambiar una realidad injusta que en su esencia data de siglos, a partir del aplauso o beneplácito de los beneficiarios del orden actual. Por el contrario, si dichos sectores aplauden al gobierno y lo dejaran hacer sin mayor oposición, el pueblo debería preocuparse realmente. Del mismo modo ocurrirá a nivel internacional si sus sectores de poder nos aplauden. Cada vez que ello ocurrió, el pueblo terminó hundido en las peores crisis en muy poco tiempo.
Es el momento en que la presente generación de jóvenes de nuestro país debe exigir el derecho a tener una patria económicamente independiente y políticamente soberana, que pueda poner su riqueza al servicio del bienestar y la prosperidad de la nación, y que permita una vida digna para la totalidad de los habitantes de nuestro suelo. No podemos seguir resignados a sacrificar la dignidad de millones de compatriotas que, en un país inmensamente rico, desde hace décadas parecen no tener más opción ni destino que ver fluir la riqueza hacia el extranjero; mientras que, en el mejor de los casos, trabajan cada día más horas por salarios de subsistencia, que ni siquiera les alcanzarán -trabajando toda una vida- para tener un techo propio.
Se torna insoportable seguir viviendo en un país donde continúe estando naturalizado que más del 30% de la población viva enterrada en la pobreza estructural, y que condena a millones de hermanos y hermanas a la más espantosa miseria embrutecedora. La misma que termina anulando invaluables talentos y potencialidades humanas que quedan en estado de latencia perpetua, encapsuladas en cuerpos que no llegan a poder recibir los nutrientes básicos que permitan expresar, siquiera en forma mínima, la potencia que sus genes le tenían destinada por obra de la naturaleza.
Si no se quiere tomar la decisión por simple empatía, que sería lo más deseable, al menos debiéramos empezar a hacerlo siquiera por una cuestión utilitaria. Partiendo de la base de que por cada talento que se pierde debido a personas que no pueden alimentarse adecuadamente y/o recibir la educación y cultura necesarias, estamos perdiendo, de forma directa o indirecta, la posibilidad de recibir enormes beneficios sociales que se producirían si las condiciones materiales de esas personas les permitieran desarrollar y explotar su potencial. Estamos ante un panorama humanitariamente desolador en el que el arrojar a seres humanos a la basura como si fueran un completo descarte, ha llegado a límites insoportables para cualquier persona con niveles mínimos de sensibilidad. Pues como se ha dejado entredicho, descartar seres humanos de la forma en que se lo viene haciendo, no sólo se encuentra reñido con la ética más elemental, sino que también es de una irracionalidad económica y social absoluta.
No podemos seguir viviendo como zombis embrutecidos, atrapados delante de pantallas que nos han hecho completamente adictos a lo trivial e intrascendente, diseñadas para entretenernos y decirnos qué tenemos que comprar, mientras nos van moldeando y cocinando a fuego lento quienes manejan este sistema global de injusticia. Pantallas a través de las cuales nos evadimos de una realidad en la que la juventud no tiene horizonte alguno si las cosas siguen en el estado actual. En un mundo en que tener un empleo registrado con un salario mínimo -el cual no llega a cubrir las necesidades más elementales-, parece tornarse un lujo ya casi de otros tiempos.
Es el momento de empezar a remover de una buena vez las viejas estructuras que nos condenan al colonialismo mental y material. Avanzar en transformaciones económicas y sociales profundas a partir de la acción conjunta de un pueblo despierto.
Nada nuevo surgirá si seguimos repitiendo las mismas viejas recetas y nos siguen llevando de arreo hacia donde el poder real desea, a partir de operaciones montadas a través de medios de comunicación y demás mecanismos de dominación aludidos.
De no avanzar en tales cursos de acción, cualquier esfuerzo, por grande que fuera, al ver los resultados en el balance futuro, habrá implicado sólo cambiar algunas piezas para que nada cambie; al tiempo de haber tirado a la basura, una de esas oportunidades que se dan muy pocas veces en la historia.
El daño ya está hecho en una gran proporción y profundidad. Sólo queda elegir entre que el mismo se transforme en causa de más padecimientos para el pueblo argentino en el futuro y un mayor enriquecimiento para unos pocos si seguimos haciendo lo mismo, o, por el contrario, sea la semilla de un país que emerja vigoroso luego de haber tomado con coraje las acciones que remuevan, de una buena vez, las viejas estructuras causantes de tanta injusticia. Sólo es cuestión de -en estos tiempos que se revaloran las acciones sanitarias- empezar a sacarnos de encima la matriz económica parasitaria que, desde hace décadas, se ha apoderado de los sueños y del bienestar de millones de habitantes de nuestro suelo que padecen los pesares de la miseria y pobreza estructural.
El colonialismo sigue operando y está más fuerte que nunca en nuestra patria, sólo ha innovado en sus formas y métodos. Y ante ello, debemos tener más presente que nunca que el colonialismo tiene objetivos materiales, pero opera centralmente en la mente de sus padecientes. Por ende, el primer paso ineludible debe ser despojarnos del colonialismo mental del cual todos y todas, quienes lo padecemos, estamos atravesados en mayor o en menor medida.
Sólo cuando esto ocurra, estaremos cercanos a festejar realmente, el DÍA DE LA INDEPENDENCIA.
[1] La Construcción Social de la Realidad.Peter L. Berger y Thomas Luckmann.1968.
[2] Microfísica del Poder. Michel Foucault. 1975
[3] La Formación de la Conciencia Nacional. Juan José Hernández Arregui. 1960.