Por una Argentina para los argentinos

¿De qué manera interpelamos al Derecho como herramienta de transformación? Las usinas de pensamiento jurídico llamadas a formar operadores del Derecho, en lugar de poner en el centro del debate los grandes temas de interés nacional que hacen al futuro del país, reproducen el viejo andamiaje legal sobre el que se edificó el mayor fraude del siglo pasado: una identidad impostada, que en lugar de expresar nuestra idiosincrasia, enraizada en su tierra y con dominio de su propio destino, prefiere colocarse como espejo de cara al mundo y esperar a ver qué imagen el reflejo nos devuelve, sin historia emotiva y sin proyecto estratégico de país.


La realidad se impuso: en este país que nos toca, de fascinantes postales turísticas, invenciones, recursos y maravillas naturales, la generación que está al frente de cada resorte decisorio de nuestra sociedad ha naturalizado durante más de 40 años que uno de cada dos pibes pase hambre, que nuestros compatriotas en situación de pobreza puedan llenar 226 estadios de fútbol como el Monumental, en una era como la 2.0 donde nos planteamos traer el 5G, pero la redes de cloacas, agua potable y gas no llegan a todas las casas.

El único periódico de la Facultad de Derecho llega a nuestras manos con una propuesta: es hora de replegarse y de formar una generación de abogados y abogadas que piense un país distinto, que de vuelta la página de una Argentina de rodillas, resignada e individualista, para pensar en un futuro donde la alimentación, la educación, la salud, el trabajo, la jubilación y la vivienda no sean problemas a resolver, en definitiva, que la felicidad no se vea afectada por circunstancias sociales evitables, que pensemos los planes, programas y proyectos que pueden hacer efectivo un estándar mínimo de dignidad y felicidad que todo ser humano se merece.

Algo no ha salido bien y es hora de juntarnos, de pensar todo de vuelta. Si ante las Cortes Internacionales el Estado es el garante y responsable por el cumplimiento de los Derechos Humanos, la gestión pública no puede consistir en administrar la pobreza y privatizar la riqueza. Una generación de dirigentes devotos a la gimnasia de la frustración, hacedores de fracasos, nos quiso enseñar que el único método posible para gobernar es entregarle la responsabilidad a un tercero, privatizar, tercerizar, desligarnos de los deberes que tiene nuestro Estado para con su comunidad.

Para ello, nos preguntamos: ¿de qué manera interpelamos al Derecho como herramienta de transformación? Las usinas de pensamiento jurídico llamadas a formar operadores del Derecho, en lugar de poner en el centro del debate los grandes temas de interés nacional que hacen al futuro del país, reproducen el viejo andamiaje legal sobre el que se edificó el mayor fraude del siglo pasado: una identidad impostada, que en lugar de expresar nuestra idiosincrasia, enraizada en su tierra y con dominio de su propio destino, prefiere colocarse como espejo de cara al mundo y esperar a ver qué imagen el reflejo nos devuelve, sin historia emotiva y sin proyecto estratégico de país.

Tal como dijo Scalabrini Ortiz, lo primero que vimos en 1816 fue una Independencia política, más nunca cultural: los que agoraban la construcción de una Argentina que mirara hacia el puerto, en realidad querían mirar hacia Inglaterra. La colonización cayó sobre lo cultural y espiritual del pueblo, cortando raíces de lo propio y dando pié al genocidio de nuestro porvenir.

El tiempo no haría más que intensificar esa lógica de periferia, aniquilando los sueños de quienes poblamos esta Patria. La estocada final la daría la principal creación jurídica de la llamada Década Infame: el Tratado Roca-Runciman. Allí se firmó la sentencia definitiva de nuestra Argentina agroexportadora, lo que Jauretche llamaría el Estatuto Legal del Coloniaje. Era la llave para someter nuestras esperanzas como democracia naciente, bajo el ropaje de un sistema jurídico que nos atara a una sola forma de hacer las cosas, por intermedio de otro, que nos hiciera permeables a los designios e intereses extranjeros, que lejos de liberarnos nos hiciera esclavos de la letra escrita. Oxímoron made in Argentina. Sin embargo, innumerables juristas con denodado esfuerzo intentaron pensar una Argentina bajo otra mirada, a través de otro prisma. Pocos pudieron lograr una transformación e invertir ese derrotero.

Hubo una generación que SI lo logró. Una generación que supo poner al país de pié frente al mundo, cambiando el paradigma a través de un plexo normativo, consagrando una Constitución de avanzada para la región en términos de Derechos sociales y un andamiaje de empresas públicas garantes de desarrollo, pleno empleo y bienestar. Un legado que ni los poderes de turno, ni los regímenes de facto pudieron borrar por completo. Arturo Sampay, formó parte de una generación de mujeres y hombres que soñaron, pero ante todo, que supieron entender su rol histórico, que tomaron el bastón de mariscal de la mochila, que hicieron lo que el destino les deparó, sin hesitaciones.

El accionar de los comandos externos, los cortos reflejos de la dirigencia nacional y la escasa perspectiva de misión de nuestras Casas de Estudio nos devolvieron a ese primer lugar en donde partimos, con un ordenamiento jurídico más aggiornado a los tiempos que corren en lo que a Derechos humanos respecta, pero con innumerables limitaciones jurídicas en cuanto a poder construir un destino propio que resuelva nuestros problemas. Comprender las claves del nuevo Estatuto Legal del Coloniaje que enfrentamos, no es solo importante para entender nuestro pasado, sino para pensar el presente desde un nuevo lugar.

Repliegue, para adentrarnos en los intersticios de nuestra historia jurídica y abrazar los desafíos que nos impone esta nueva realidad: la posibilidad de poder construir un futuro de libertad, justicia y dignidad para nuestra Patria.