
Como hace décadas se venía anunciando, comienza a cobrar especial importancia una palabra: abastecimiento. La guerra por los recursos naturales, esenciales para la vida de las personas, crece de manera constante en todas las latitudes, y pone en jaque a nuestra sociedad frente a la primer crisis sanitaria. Por ello, esta preocupación se ubica en el primer lugar de la agenda de todas las Naciones y cobra relevancia en la planificación de cada una de ellas.
Editorial a cargo de Ariel García y Carlos Inal Kricas
Desde tiempos remotos, la Humanidad ha luchado por su propia supervivencia. Emprendió la búsqueda, tratando de comprender todas las formas de vida a su alrededor, mediante el dominio de las ciencias y las artes, y se propuso gobernar cada espacio y fenómeno de la existencia, en pos del progreso. Como Ícaro en la Mitología Griega, el ser humano fue dotado de alas para salir del laberinto, y así, mediante el dominio de la Ciencia y la razón, ser el único en encontrar el camino hacia la virtud.
En la actualidad, con una deforestación descontrolada que arrasa fuentes vitales de oxígeno a nivel continental, con emisiones de dióxido de carbono récord, que elevan la temperatura de todo el planeta, aniquilando miles de kilómetros de vida nativa de manera irreversible, y con el descuido de las aguas continentales, que genera contaminación con residuos químicos de alta peligrosidad, mujeres y hombres se encuentran ante un nuevo paradigma: la humanidad decrece en sus niveles de producción, consumo y generación de residuos, o camina hacia la extinción y a la destrucción total de su medio de vida.
Como hace décadas se venía anunciando, comienza a cobrar especial importancia una palabra: abastecimiento. En esta etapa que el Papa Francisco ha colegido en llamar III Guerra Mundial en cuotas, la preocupación por la escasez de recursos naturales, esenciales para la vida de las personas, crece de manera constante en todas las latitudes. Por ello, esta preocupación se ubica en el primer lugar de la agenda de todas las Naciones y cobra relevancia en la planificación de cada una de ellas.
En lo que respecta a nuestras riquezas naturales, todas las grandes potencias tienen un mismo interés en nuestro continente, que es el de llevarse los recursos al menor costo posible. Algunas de ellas ofrecen otras perspectivas de desarrollo, como China y Rusia, y otras constituyen la vieja historia de colonialismo anglosajón, por medio de la deuda y las privatizaciones. Frente a esa disyuntiva, el rol de la Argentina debe ser el de trabajar por la unidad del continente, con el fin de preservar las reservas de materias primas y alimentos, para el futuro de sus hijos, y de pensar un modelo de desarrollo sustentable, que tenga como fines: velar por el cuidado del medio ambiente en el que sus habitantes se desarrollan, el gobierno y control absoluto de los designios de sus medios de vida, bajo una matriz que vigile el interés nacional y poner coto a la injerencia de los capitales extranjeros extractivistas, que erosionan el porvenir de las próximas generaciones.
“Si no sabes hacia dónde va tu barco, ningún viento te será favorable” decía Séneca. El mismo comprende, un principio central para toda persona a la hora de abordar el devenir de la vida, como así también para toda organización. El Estado Argentino, que es el barco en el que viajamos, cuyo futuro es el destino de las millones de personas que habitamos este territorio, no es ajeno a aquella caracterización. Pues sea cual sea la relación que tengamos con el Estado, de las características de su accionar y desempeño dependerá, en menor o mayor medida, el nivel de desarrollo de las potencialidades y goce de libertades que los individuos y la sociedad en su conjunto puedan alcanzar, dado que hasta los más elementales derechos, en última instancia, carecen de efectividad práctica sin un Estado que vele por su protección. Esta afirmación tiene una evidente corroboración empírica: toda sociedad que haya alcanzado un importante grado de desarrollo humano, de avanzada en su sistema de derechos, libertades y garantías, lo ha hecho a partir de una fuerte presencia del Estado y en el marco de una planificación general de las políticas públicas y acciones Estatales llevadas a cabo. Incluso en aquellas naciones donde proliferan los profetas del paradigma liberal, como EE.UU, Japón y los países centrales de Europa, que no son stricto sensu de las consideradas de la más fuerte tradición en planificación estatal, es una constante fundamental la existencia de planes estatales de corto, mediano y largo plazo, en función de los objetivos estratégicos que dichos países se han trazado, como corolario de su historia, idiosincrasia, recursos, ubicación geográfica y demás variables que una visión geoestratégica requiera evaluar.
Ahora bien, como decía Margaret Thatcher, artífice y gran maestre del neoliberalismo “la economía es el método, el objetivo es el alma”. Y siendo el Estado el único muro de contención real ante el avance de las corporaciones, las mismas trabajan sin descanso para destruir, desarticular y deslegitimar todo lo que tenga que ver con la planificación, la regulación y la intervención estatal.
Por otro lado, asistimos hoy día a un nuevo capítulo del complejo tablero estratégico mundial. El mundo nos plantea un esquema distinto al anterior. La fiesta globalizadora, con EE.UU como anfitrión estrella, tirando los dados a su suerte y demarcado por el Consenso de Washington como marco filosófico, con sus cruzadas de libre comercio, desmantelamiento del poder soberano de los Estados nacionales y protagonismos de organismos multinaterales de crédito; es una historia que llegó a su fin. El advenimiento de China en los mercados, como gran competidor directo, poniendo fin a la hegemonía estadounidense, el crecimiento de la Federación Rusa y su influencia sobre las naciones de Asia y Medio Oriente y su capacidad militar por sobre cualquier potencia global, el resquebrajamiento de bloques económicos en Europa Central, nos ha puesto frente a un escenario de multipolaridad sin precedentes. Es en este marco, con la irrupción de Donald Trump en la presidencia de los Estados Unidos y la nueva administración del comercio exterior, la paralización de la OMC y la búsqueda de acuerdos bilaterales, que se termina de consolidar un nuevo esquema de poder alternativo, basado en modelos de desarrollo que compiten, poniendo en valor sus propios vectores nacionales y cuyas tensiones emergentes entre las naciones tienen, como sustrato, la búsqueda del fortalecimiento de los entramados productivos, situados fronteras adentro.
Desde hace ya tiempo la convulsión social viene mostrando su rostro en nuestra región. El año pasado convivieron, en estado de conflicto permanente y de forma concomitante, varios países: Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia, entre otros. Las protestas masivas, los fuertes niveles de represión, las violaciones a los Derechos Humanos y la invisibilización de los conflictos, por parte de los medios de comunicación, fueron moneda corriente en momentos en que la escalada de violencia parecía no cesar más.
La profunda inequidad, el retroceso económico, Estados que no garantizan el goce de los Derechos fundamentales y la falta de condiciones básicas para la vida fueron el telón de fondo para una situación que no podía esperar más. El caso Chileno es el más paradigmático: habiendo sido el mejor alumno del Consenso de Washington y señalado durante décadas, por los paladines del neoliberalismo, como el Norte a seguir en la región, el país implosionó de un momento a otro, con revueltas que duraron varios meses y que paralizaron la vida social, económica y política del país. Las propuestas que emergen de los actores que representan a la ciudadanía no ofrecen soluciones a la vista, es que, como tendencia general, las principales propuestas económicas, como las representaciones políticas que las sostienen, siguen entrampadas dentro de los parámetros establecidos durante el auge de un orden internacional que ha fenecido, augurando, al menos para el corto plazo, la imposibilidad de superar las actuales dificultades que, para peor, tenderán a profundizarse.
En este momento, en una coyuntura que permite abrir el juego y repensar de otro modo los esquemas de poder, es cuando los Estados latinoamericanos deben aprovechar el contexto internacional y pensar de manera estratégica en modelos de planificación, de desarrollo económico, de sustentabilidad, que favorezcan la producción nacional de forma permanente, para revitalizar su mercado interno y pararse frente al mundo.
Todos conocemos como termina el relato mitológico de Ícaro. Dédalo lloró la muerte de su querido hijo y maldijo su habilidad, las técnicas y saberes en los que era maestro y que habían conducido a la muerte de Ícaro. Es que el error del hombre no está en querer volar alto, sino en no tener en cuenta las consecuencias disvaliosas de sus actos, que hacen peligrar su propia existencia. La virtud se halla a partir de la razón, que es elegida desde la prudencia como disposición intelectual, encargada de unir el conocimiento y la acción.
De esta manera, nuestro mensaje debe ser claro: el sector público, a escala continental y nacional, es el único capaz de llevar adelante una planificación sustentable a fin de preservar el futuro de nuestros recursos, asegurar la supervivencia de nuevas generaciones y promover el desarrollo de las naciones latinoamericanas. En su naturaleza jurídica, a diferencia de las empresas privadas, el Estado carece de una lógica extractiva, utilitarista y de maximización de ganancias, en tanto su función es el bien común. Ahora bien, ir hacia un nuevo esquema, donde el Estado pase a tener un rol protagónico, implica construir una nueva conciencia de lo público y que el ser humano tome nota de la nueva época que se avecina, en la que cada uno tiene un papel principal en función de evitar el caos y construir una comunidad distinta, justa, libre y soberana. ■
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