Nuestro punto de partida | Sucesos #8

Por Daniela Minnetti

El 22 de octubre del año 1977 fue la fecha fundacional para las míticas «Abuelas de Plaza de Mayo». Heroínas de nuestra historia, supieron recoger un dolor punzante y convertirlo en un ejemplo de lucha y perseverancia.

Con ellas nos dimos cuenta que para que nuestro pueblo sea feliz, no solo debe aprender de su pasado como sociedad sino también conocer su historia individual, esa que nos trajo a este mundo en primer lugar. 

En la actualidad el concepto de identidad contiene muchas aristas y se ejerce y piensa desde numerosos factores, pero resulta poco probable que dudando de su origen alguien pueda conocerse bien para definirse después. Algunas personas aún hoy desconocen su lugar de partida y por eso en este día urge repasar un poco nuestra historia y el nacimiento de esta fecha.

Por si hay algún caído del catre, en Argentina se ejecutaron varios golpes de estado a lo largo de su historia que se suelen contabilizar desde la sanción de la Constitución Argentina de 1853. La característica principal de estos sucesos es la violencia en contra de un gobierno o gobernante que se encuentra en el ejercicio “legal” de sus funciones. Las comillas se deben a que por ejemplo, antes de la Ley Sanz Peña de 1912 el voto era cantado, lo que permitía alevosos fraudes.

De los golpes de estado el más cruento fue el llamado «Proceso de Reorganización Nacional» que culminó en una dictadura cívico-militar que abarcó desde 1976 a 1983.

Antes, hubiera parecido innecesaria la aclaración, pero hoy debemos comenzar por resumir en pocas palabras la hipótesis final, es decir explicando porque ese período fue una dictadura y no una guerra. Y ¿por qué no lo fue? Bueno, en primer lugar no cumplió ninguno de los requisitos del Derecho Humanitario, que regula el accionar de los bandos en un conflicto armado. Esta caja de herramientas del derecho internacional tiene como objetivo limitar los efectos de una guerra, proteger a la población civil y evitar torturas por ejemplo, de rehenes. 

Tampoco se dio entre dos bandos en «igualdad de armas», ya que una parte fue el Estado y otra la población civil. El Estado tiene en su poder el aparato represor institucional de un país, es decir, tiene a su disposición todos los mecanismos coercitivos que la población civil no tiene.

Aún ignorando voluntariamente esos elementos, no hubo guerra porque lo que sí hubo fue un plan sistemático inteligentemente orquestado que consistió en el exterminio, la persecución, el asesinato, exilio y desaparición de personas.

Y también, en la apropiación de bebés. Apropiación que se daba mientras sus madres estaban siendo torturadas y violadas en centros clandestinos de detención. Ante el miedo de que la genética transfiera a esos recién nacidos ideas comunistas o socialistas, la Junta Militar elaboró un prolijo plan para arrancarle los hijos a sus madres y darlos en adopción.

Así, se logró instalar un perverso sistema de salud que involucró a parteras, médicos, y familias de alta alcurnia, con el objetivo de suprimir y sustituir la identidad de estos bebés y poder luego reinsertarlos en un sistema y una ideología afín a aquellos represores. 

Afortunadamente, los dictadores no tuvieron en cuenta que había un grupo de mujeres picantes en la escena que no iban a descansar ni un segundo hasta conocer el destino de sus nietos. La humanidad iba a demostrar una vez más que, tarde o temprano (por más plan sistemático diseñado) el amor siempre vence al odio. 

Mientras se daba una incansable, interminable y agotadora lucha por parte de Abuelas, Madres y la sociedad en su conjunto, en el año 1987 se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, uno de los pilares fundamentales en la reconstrucción de identidad y de nuestra historia. Esta institución argentina, encargada de obtener y almacenar información genética para determinar casos de hijos de personas desaparecidas -gracias también al desarrollo del índice de abuelidad-, hoy lleva recuperados 133 nietos/as.

Muchas personas apropiadas no conocen hasta el día de hoy su identidad. Otras sintieron toda su vida que no encajaban en sus familias y que eran tratados con diferencia. Ha sido una tarea titánica devolverles el derecho a la verdad. Pero sucede que cíclicamente, las crisis económicas y los derechos fundamentales tienden a entrar en pugna. Creemos que por dos motivos. Uno vinculado a la ignorancia o a un mal acercamiento a la historia.

Otro por la simple existencia de sectores que se aprovechan del desgaste y el malestar de la población para volver a colar discursos negacionistas (qué suelen tener vínculos con poderosos financistas de la dictadura). También cada tanto aparece algún loco que inventa una batalla cultural saldada, solo por la triste necesidad de ser original.

Pero lo cierto es que a medida que los años van pasando y queda lejano aquel proceso dictatorial, es más difícil tener fresco en la memoria el pasado de este país. Y perder la memoria puede ser muy peligroso. Por eso, es una responsabilidad generacional reiterar lo sucedido en aquel período. 

Ojalá las crisis económicas dejen de ser tierra fértil para discutir sobre derechos humanos y que el pueblo no pierda la memoria, para recordar que hasta hace no mucho pensar diferente era una condena a muerte.  

Humildemente y en conclusión, el derecho a la identidad no forma parte del pasado ni de la modernidad, sino que es transversal al desarrollo de nuestra individualidad y de esa libertad que muchos dicen defender.

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