La ofensiva contra el monopolio del Silicon Valley
Por Blair – Abogada UBA
Durante más de dos décadas, el político italiano Stéfano Rodota se pregunto si estábamos frente a tecnologías de la libertad o del control, funcionales a la vida democrática o útiles al estado totalitario… Bien acertado estaba en obsesionarse con esa duda.
Proteger la soberanía nacional nunca fue tarea fácil para los gobernantes. Desde el caballo de Troya hasta la Guerra Fría, el enemigo externo fue la obsesión de los leviatanes históricos. Con el tiempo y a la par del surgimiento de los enemigos internos, la preservación del statu quo para un buen desarrollo de la vida en sociedad y, en algunos casos, para la perpetuación en el poder, hizo que proliferara la imperante necesidad de controlar la opinión pública. Vale aclarar que esta dinámica tampoco es un invento del poscapitalismo, el egiptólogo Jan Assman cuenta como los faraones eran maestros de este doble estándar en su libro “religión duplex”.
De todas maneras, cuando internet se hogarizó el mundo gritaba avance, libertad, conexión. Todo era una fiesta inagotable de páginas web, blogs, trabajos para el colegio sin esfuerzos y compras sin gastar las suelas de los zapatos. Mientras la música sonaba con Napster y empezaban a surgir las redes sociales algunos susurraban que era la máxima representación de la libertad de expresión creada por el Hombre, pero… ¿veíamos, comprábamos y decíamos lo que queríamos, o queríamos y pensábamos lo que veíamos?
Por mi parte, nunca había reparado en el monopolio cibernético hasta hace unos días que leí acerca del desarrollo de la cibermuralla China.
En 1996, con la “Regulación Temporal para la Gestión de la Información en Internet” empezaba a crearse una enorme y muy sofisticada máquina de control y censura que se perfeccionó posteriormente, con el “Proyecto Escudo Dorado” (1998, lanzado oficialmente en 2003) mediante el cual se bloqueó el acceso de los usuarios de la China comunista a algunos recursos de internet situados en los servidores fuera del país.
En la última década, la información a la que estos ciudadanos del continente asiático pueden acceder, producir o compartir, está limitado por legislaciones, filtros, rastreo, censores humanos e inteligencia artificial que bloquean sitios, aplicaciones y redes. En general todo lo que provenga de las GAFAM –Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft- se encuentra vetado porque no han adherido a las políticas chinas respecto a la regulación del ciberespacio.
Otros datos interesantes tienen que ver con las redes sociales, ya que dicho país posee las propias -We Chat, Weibo- y ahora, los últimos dos años, hemos visto por parte de Alibaba la rara implementación del Crédito Sésamo, una aplicación “lúdica” mediante la cual el Estado Chino averigua que tan “bueno” sos para obtener un crédito, lo que algunas fuentes incluso afirman que podrían negarte viajar según tu puntaje.
Sin embargo, las máximas autoridades de dicho país alegan un punto fuerte a la hora de justificar estos bloqueos y que me ha quedado resonando. Así, manifiestan que este control es necesario para crear un balance que le permita estructurar el acceso de los usuarios chinos a la red. “No hay otra forma de permitir que nuestras propias firmas de internet prosperen, ya que en Occidente no hay filtros al poder y al alcance de las firmas de Estados Unidos, lo que se manifiesta en que 80% de los contenidos provienen de compañías anglosajonas”, señalan funcionarios de alto rango. Tal es así que por usar una red de conexión extranjera un ciudadano chino puede recibir hasta dos mil dólares de multa.
En el medio, la Unión Europea se raja las vestiduras emitiendo multas millonarias contra el grupo GAFAM y arremete contra el nicho del monopolio de la mercadotecnia, el famoso Silicon Valley.
Silicon Valley es una zona del sur de San Francisco convertida en la meca del emprendimiento y el desarrollo de la alta tecnología. Este lugar aloja muchas de las corporaciones y startups que han cambiado por completo nuestra forma de enfrentarnos al mundo. Pero la contracara es un monopolio de escalas inimaginables que no solo crea una falsa ilusión de que cuando entramos a la red accedemos a la información que queremos, sino que mediante IA venden nuestros datos a compañías de venta de servicios e incluso de marketing político -ver caso Cambridge Analytica-.
Un ejemplo de ello es Facebook, una compañía que desde el 2007 compró 92 empresas tan alevosamente que la propia nación estadounidense mediante políticas antitrust se ha dedicado los últimos años aa ahogar el monopolio del Silicon Valley.
Cuando Rusia anunció la implementación de la RuNet estaba convencida que tenía que ver con una política de ciberseguridad que permitiera mantener a la ex Unión Soviética conectada independientemente de lo que sucediera por fuera, pero la caja de pandora no puede volver a cerrarse y lo que creemos que hacemos cuando navegamos en el ciberespacio dista mucho de la realidad.
La nula competitividad, el robo indiscriminado de datos, el abuso de publicidades y propagandas y la falta de una regulación clara, precisa y proteccionista nos deja expuestos al ataque de los lobos de Silicon Valley.
La pregunta es: ¿es el momento de apagar la música de esta fiesta noventosa y pensar por un momento en la necesidad de una industria nacional cibernética? ■