El lunes 21 de abril, después del domingo de Pascua, falleció el Papa Francisco, quien fuera durante doce años el líder de la Iglesia Católica y, para muchos, una de las voces más claras y valientes en defensa del trabajo digno. En un mundo atravesado por la desigualdad, la informalidad y la precarización, su mensaje dejó huella. Habló para creyentes, pero también para agnósticos y ateos, para toda persona que sueña con un mundo más justo.
Francisco fue, sin lugar a dudas, el Papa de los trabajadores. Y su legado no sólo vive en sus palabras, sino en cada lucha que defiende que el trabajo no es mercancía, sino un derecho.
El trabajo es con derechos, o es esclavitud
Francisco lo dijo muchas veces y sin rodeos: cuando el trabajo no tiene derechos, es una forma moderna de esclavitud. Para él, el empleo no debía ser visto sólo como una fuente de ingresos, sino como una forma de construir dignidad, comunidad y sentido.
Reivindicó que el trabajo digno tiene que ser libre, creativo, participativo y solidario. Esto significa que nadie debería verse obligado a aceptar condiciones humillantes por necesidad. Que cada persona pueda crecer, aportar desde su talento y participar activamente en una sociedad más justa.
Fue claro también al señalar que hay personas y sectores sistemáticamente excluidos del trabajo protegido: mujeres, jóvenes, personas migrantes, trabajadores informales, rurales y de la economía popular. Visibilizar esas desigualdades no fue, para él, un gesto de compasión, sino una cuestión de justicia.
Incluso en temas complejos y actuales, como la inteligencia artificial, Francisco mantuvo su postura: la tecnología debe estar al servicio de las personas. Si no mejora la calidad de vida de quienes trabajan, no es progreso.
La unidad de los trabajadores
Uno de los grandes mensajes de Francisco fue el llamado a la unidad entre trabajadores formales e informales. En un mundo donde los derechos laborales se achican y el individualismo se instala como norma, el Papa apostó por la solidaridad como base. “Ningún trabajador sin derechos” podría resumir gran parte de su pensamiento.
Este mensaje fue especialmente fuerte para América Latina, donde más de la mitad de la población trabaja en condiciones informales. Francisco no sólo reconoció esa realidad, también puso en valor a los movimientos populares, organizaciones de los sectores excluidos a los que reconoció un rol protagónico.
El valor de los sindicatos
Francisco reconoció la importancia de los sindicatos y los defendió con fuerza. En su pensamiento los concibe como herramientas fundamentales de la justicia social y como espacios que deben estar cerca del pueblo, denunciar abusos y construir comunidad.
“No hay trabajadores libres sin sindicatos”, dijo. Para él, un sindicato comprometido es una expresión concreta de solidaridad y una pieza clave para lograr condiciones de vida dignas.
Su mirada fue especialmente importante en tiempos donde el sindicalismo es atacado o desprestigiado. Francisco nos recordó que los gremios no son un obstáculo para el desarrollo, sino que son necesarios para defender derechos y desarrollar libertades. Y a los trabajadores que se sienten desesperanzados, les recordó que en unidad se realizan los logros, recordarles que nadie se salva solo.
Un mensaje que viene de lejos
El compromiso de Francisco con la causa de los trabajadores tiene raíces profundas en la historia de la Iglesia. Ya en 1891, la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII denunció la explotación laboral, defendió el derecho de huelga y reconoció la importancia de los sindicatos. Francisco no solo actualizó ese mensaje: lo llevó a la calle, lo puso en diálogo con los problemas de hoy y lo expresó con una claridad que conmovió incluso a quienes están lejos de la fe. Así como Rerum novarum respondió a los abusos del capitalismo industrial, Francisco respondió al trabajo sin derechos de nuestro tiempo. Su voz fue continuidad, pero también renovación. Y su legado seguirá iluminando las luchas por un mundo más justo.
Ecología integral y fraternidad: el trabajo en el centro
En sus encíclicas Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020), Francisco profundizó su pensamiento social con una mirada integral. En Laudato si’, propuso una "ecología integral" que articula el cuidado del ambiente con la justicia social, recordando que los pobres y excluidos son quienes más sufren la destrucción ambiental. Para él, no hay dos crisis separadas —una ambiental y otra social—, sino una sola y compleja. El trabajo digno, en ese marco, aparece como un elemento clave para reconstruir el vínculo entre humanidad y naturaleza, entre producción y cuidado.
En Fratelli tutti, Francisco apostó por una cultura de la fraternidad y la amistad social, como antídoto contra la indiferencia, la exclusión y el descarte. Allí volvió a poner en el centro el valor del trabajo como forma de integración, participación y realización personal. Llamó a construir economías centradas en las personas y no en la rentabilidad, donde el trabajo no sea una variable de ajuste, sino una prioridad ética. Nos instó a pensar que “es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos.”
La Iglesia es mujer: su compromiso con la igualdad
"Es un hecho que ‘doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos’". Este fragmento de Fratelli tutti no es solo un diagnóstico, sino una llamada a la acción. La Iglesia, como institución, no puede mantenerse al margen de la lucha por la equidad de género, especialmente cuando las mujeres continúan siendo el rostro más vulnerable de las desigualdades estructurales.
Si bien históricamente la Iglesia ha estado dominada por una visión patriarcal, el Papa Francisco ha invitado a repensar este rol y a empoderar a las mujeres dentro de la vida eclesial, reconociendo sus capacidades y su voz en todos los niveles.
El compromiso de Francisco con las mujeres, especialmente aquellas que enfrentan condiciones de opresión, también se manifiesta en su llamado a una sociedad más justa y fraterna, donde las mujeres puedan ser escuchadas y respetadas.
El trabajo en movimiento: migrantes
Francisco, en su pastoreo universal, ha demostrado con hechos, gestos y discursos la centralidad en la persona humana, en la dignidad. Por ello, a las personas migrantes les dedicó más de una homilía, que más que eso eran palabras certeras contra los mandos políticos que pretenden tener ciudadanos de primera y de segunda, omitiendo aquéllos que somos todos iguales – hermanos todos en la traducción de Fratelli tutti-. Esas mezquindades al trato humanitario pedido por tantas familias, niños huérfanos y mujeres embarazadas que ante situaciones de sufrimiento en sus tierras se movilizan a otras para escaparse de las opresiones de guerras, hambres y tantas formas de mutilar la dignidad, buscan nuevos horizontes como peregrinos de esperanza, esperanza de dignidad, esa que el trabajo con derechos nos brinda, no la esclavitud moderna en la reducción de bienes producidos y los cuerpos como mercancía.
Volver a las bases:
Todo el trabajo novedoso que se llevó a cabo por todas las regiones de escucha activa, habla del liderazgo participativo y democrático que ya era impronta de Francisco, la sinoidalidad, escuchar la voz del Pueblo hacia las autoridades. En especial en América Latina, su tierra de tantas desigualdades, promover el reconocimiento y la participación de mujeres en las instituciones de la sociedad, en la academia, en el deporte, en el arte, en los trabajos formales e informales. Trabajadores y trabajadoras somos todos, y hacia esa unidad caminar, hermanados en el trabajo digno.
Cuidar nuestra vejez:
La ancianidad fue tema de muchas acciones y jornadas de Francisco en las que llamó a cuidar y valorar esas experiencias de nuestros adultos mayores. Ese trabajo de tantos años no puede ser descartado, ni descartable. No a la cultura del descarte y si a la cultura del encuentro para nuestros ancianos y ancianas. Al fin y al cabo, todos queremos llegar a la vejez, y en esa etapa también hacerlo con dignidad. Ese reconocimiento a la persona que trabajó toda su vida, hasta ese momento que precisa de los cuidados de salud, de acompañamiento, de no violencia, eso es vejez digna. No puede existir una sociedad realizada sin cuidar de sus adultos mayores, no hay futuro sin ese aporte intergeneracional de sabiduría.
Un legado para la clase trabajadora
Francisco recuperó una bandera que muchos pensaban olvidada: el trabajo como derecho humano. Su voz se alzó en todos los rincones del mundo para decir que no hay justicia social sin trabajo digno, y que no puede haber democracia si dejamos a millones afuera de esa fraternidad y amistad social entre Pueblos.
Sus palabras no quedaron sólo en discursos, sino en la fuerza de su voz grabada como legado de lucha para nosotros. Fueron una fuente de inspiración para quienes, desde abajo y desde los márgenes, luchan todos los días. Para los jubilados, las trabajadoras de casas particulares, para los recicladores urbanos, para quienes forman cooperativas, para los que marchan por condiciones dignas.
Y ante situaciones de gran incertidumbre como lo fue la pandemia, lideró con el ejemplo, esa imagen de su figura calma pero firme en medio de la Plaza del Vaticano llevando su voz de aliento y paz a todos los trabajadores y trabajadoras, esenciales, como él, no podían flaquear en tiempos tan difíciles.
Y ante nuevas incertidumbres en el marco del trabajo, como lo es la tecnología, nos llama a preponderar la humanidad sobre la artificialidad, lo artesanal sobre el algoritmo, la tecnología al servicio de la persona y no la persona reducida a la servidumbre de los medios y ganancias, a impedir que esos nuevos procesos alienen nuestra dignidad.
En este momento de despedida, su misión trasciende, sigue más viva que nunca. Es faro de fe en la oscuridad de la desesperanza, es un abrazo en la pelea, es esa bandera en alto para seguir soñando sin miedos a un futuro donde el trabajo sea libre, creativo, participativo y solidario, pero sobre todo digno.
Gracias por tanto, Francisco. Llevaremos tu bandera a la victoria.
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