Unos las utilizan para acorralar a China; otros para proteger el trabajo nacional de las manufacturas asiáticas. ¿Para qué vamos a usar nosotros el alimento y la energía?
Por Marco Stiuso y Ariel Duarte
Resulta difícil desentenderse del auge y crecimiento político del empleado más liberal de la casta privatizadora. Con un particular protagonismo televisivo, el peluca enamora a los desencantados y siembra desde hace años la idea de destruir a la misma casta política que le dio vida a su generación ideológica. Una vez más, Edipo quiere matar y la crisis de representación se reproduce.
Se acercan los tiempos de definición electoral y, como es costumbre, todo se intensifica: la opinión pública se agita, los posicionamientos políticos se esclarecen, las pujas y posiciones de poder se explicitan… Lo interesante, en este contexto, es identificar los puntos en común entre tanto revuelo.
Históricamente, la política institucional de nuestro país se entendió, se analizó y se explicó desde las viejas concepciones europeas (más precisamente, francesas) de “izquierdas” y “derechas”, como si nuestra realidad, nuestras tradiciones y nuestra dinámica social y política fuera automáticamente trasladable a la de los pueblos europeos.
Con el correr de los años, mientras la realidad de nuestro país distaba cada vez más de las categorías que intentaban expresarla, se llegó a tal punto de confusión que conceptos como “populismo” son utilizados en la opinión pública con relación a la “izquierda”, cuando en Europa se aplicaron para los gobiernos de signo “derechista”.
Se habla del avance de la “derecha”, cuando en términos económicos quienes se consideran de la “izquierda” suscribieron el mismo acuerdo con el Fondo que los otros. El capitalismo de los banqueros y rentistas, como todo caballo, se conduce con dos riendas.
Un sabio del siglo XX advertía: “La izquierda es un invento de la derecha para tener una contra controlada”. Así es que toda una dirigencia nacional que dice defender el proyecto de una Argentina industrial, prefiere repetir al unísono, sin que nadie cuestione, que “la derecha” o “la ultraderecha” avanza. Inmediatamente, esos dirigentes, quizá sin quererlo, se auto colocan en lo diferente, que en el escenario de una sociedad polarizada parecería ser “la izquierda”.
Las palabras se sostienen con actos: en los meses de marzo y abril vimos aterrizar en Argentina a personajes europeos como Zapatero o Felipe González, que dedicaron sus horas a aplaudir, acompañar y consolar a los deconstruidos peronistas autodefinidos como la nueva izquierda.
En los años 90, esos mismos personajes progresistas del viejo continente habían sido los principales lobbistas de buenos modales que aterrizaban para convencer a la dirigencia nacional de la necesidad de privatizar todo y acordar con Gran Bretaña en Madrid. Post Malvinas, fue la socialdemocracia europea la que nos aconsejó el desarme en la Patagonia y el Atlántico Sur, donde Inglaterra tiene una de las principales bases.
Algunos saltan para aclarar: “No somos de izquierda, el peronismo está en el medio”. Una vez más, la explicación nos aleja. ¿Qué sentido tiene estar en el medio de dos máquinas de explotación, saqueo y marginalidad? Miramos desde un costado, vemos como el nuevo show de disidencias es sobre el maquillaje, y nos damos cuenta que el medio en realidad somos todos nosotros.
Si intentamos despegarnos del péndulo “izquierda-derecha”, podemos enfocarnos en identificar cómo todo el arco político “horizontal”, por más grieta que muestre ante el pueblo, esconde detrás de sí consensos en cuestiones estructurales.
Las necesidades del mundo
En los últimos meses, desde Repliegue venimos haciendo hincapié en la centralidad que tienen los alimentos y la energía (entre otros factores) para el desarrollo de nuestra Nación.
Durante el mes de abril, el mundo se agitó en torno a la energía. Múltiples definiciones se dieron en este mes, a lo largo y ancho del mundo con relación a la utilización estratégica del combustible de la industria por parte de distintos países.
En la guerra que se expresa en territorio ucraniano, pero que tiene como principales actores a la Federación Rusa y a la OTAN, la energía ha tenido una centralidad evidente: la provisión de gas de Moscú a Europa a través del gasoducto Nord Stream fue el punto a atacar por parte de la alianza occidental para buscar el debilitamiento del gobierno de Putin, pero al mismo tiempo para destruir el proyecto industrial alemán y chino, quienes hoy no pueden acceder al recurso a precios para que sus manufacturas sean competitivas.
De hecho, durante este mes, un actor clave en el mundo de hoy se expresó sobre el sabotaje al gasoducto que une Rusia con Alemania: Donald Trump, en un medio público, aseguró que el gobierno de Putin no fue el responsable de la explosión del Nord Stream, mientras que evitó afirmar quién fue para “evitar poner a su país en problemas”.
Las insinuaciones de Trump parecen coincidir con el interés norteamericano en el contexto bélico: el de reemplazar el rol de Rusia en la provisión de energía al viejo continente. Durante este mes, Estados Unidos “mostró la hilacha” oponiéndose a la decisión de Arabia Saudita y otros países de reducir la oferta de crudo a nivel mundial. Esta decisión implicaría afectar el enorme potencial de ganancias en un momento sumamente favorable para Washington.
Mientras tanto, el viejo continente no hace más que ayudar a su propio declive: en el mes de abril, Alemania, la “locomotora” de Europa, desconectó sus últimas tres centrales nucleares. Una decisión más que relevante en un mundo donde coincide la importancia estratégica de la energía con la difusión del discurso ambientalista de la mano del progresismo.
Para Alemania (y en gran medida, el resto de Europa Continental), la vanguardia ambientalista debe colocarse por encima del abaratamiento del principal costo industrial. Para Estados Unidos, esta concepción europea no es más que una invitación a realizar grandes negocios por décadas.
Hasta aquí, el conflicto de Ucrania y la relevancia de la energía en él. Sin embargo, ante la realidad actual de esta porfía, debemos enfocarnos -también- en la próxima gran confrontación mundial: EEUU vs China.
Lo que comenzó con una redefinición de intereses por parte de la Administración Trump, continuó con la llamada “guerra comercial” y adquirió el vector militar con la Administración Biden, también esconde a la energía en el fondo de su naturaleza.
La emergencia de China como potencia mundial es uno de los hechos más relevantes de los últimos 50 años de la política internacional. La explicación de este exponencial crecimiento se centra en la manufactura por su mano de obra barata y gran frontera de producción, junto a la planificación a largo plazo del Estado.
China logró ser un gigante industrial sin contar con el nivel de autoabastecimiento suficiente del insumo clave para ello: la energía. Sumado a ello, ha tenido también un déficit histórico en materia de alimentos. En consecuencia, la manera de mantener funcionando su maquinaria productiva fue salir a la gran marcha hacia el oeste: la llamada “Nueva Ruta de la Seda”.
El gobierno ofreció una iniciativa de inversiones en infraestructura y comunicaciones físicas e intangibles a lo largo del Sur Global. Sin embargo, pasados los años, la realidad nos muestra que el interés chino no se centró en construir puertos, aeropuertos y ferrocarriles, sino en invertir en la producción de energía de distintos países en desarrollo y aceitar las cadenas de provisión de alimentos mediante sus compañías exportadoras.
El corralito de Oriente
Volviendo al escenario actual, en la confrontación entre Estados Unidos y China, resulta lógico que la potencia norteamericana busque acorralar al gigante asiático donde más le duele: en su energía y su abastecimiento de alimentos. Aquí es donde la Argentina tendrá su lugar en la redefinición geopolítica del nuevo mundo.
El plano militar comienza a tomar la escena del conflicto entre las potencias. Durante el mes de abril, China comenzó a intensificar sus maniobras militares, ensayando un “cerco total” a Taiwán luego de la orden de Xi Jinping al Ejército Chino de prepararse para un “combate real”. Del lado de enfrente están quienes cuentan con energía barata y la más avanzada maquinaria bélica (14 portaaviones yankis versus 1 chino).
El arco político estadounidense mostró un gran consenso en un proyecto de ley que busca afectar el desarrollo de China mediante la recategorización del gigante asiático, pasando de ser considerado un país en desarrollo a un país desarrollado.
Este hecho, que a priori parece ser sólo una cuestión de conceptos, conlleva la aplicación de distintas cargas económicas por su condición de país desarrollado. 415 votos a favor y 0 en contra fue el resultado del tratamiento de esta ley. Escenario complejo el que nos dejó el mes pasado.
Consensos entre la izquierda y la derecha: hay que extraer y exportar
Las disputas se expresan en escenarios comerciales y bélicos, pero tienen al vector energético en su centro. Nuestra Nación se encuentra discutiendo la canalización del enorme potencial en materia de energía que se ha descubierto en nuestro suelo en los últimos años. Ya hemos expresado la necesidad de que la energía argentina se utilice para fomentar el desarrollo de nuestra industria.
Sin embargo, durante el último mes, hemos visto numerosos artículos periodísticos, declaraciones políticas y expresiones públicas que resaltan positivamente el escape de nuestros recursos naturales hacia el exterior, utilizando como explicación (o excusa) la emergencia que genera la restricción externa por la falta de dólares. Veamos algunos ejemplos:
“Litio: China invertirá este año otros u$s 700 millones en Catamarca”, expresa Ámbito Financiero. “GM invirtió u$s 450 millones en una empresa de litio que opera en la Argentina”, publica El Cronista. “Argentina retomará las exportaciones de crudo a Chile”, festeja Página 12. Lo llamativo es que este tipo de títulos pueden encontrarse fácilmente a lo largo y ancho de los medios argentinos, siendo trasversales a su color político.
Llevado al plano de la política institucional, pareciera que la oferta electoral de este año, que va desde la progresía hacia el neoliberalismo conservador, confluyen en no cuestionar el modelo de exportación primaria de nuestro país en su inserción internacional.
Durante los últimos años, se ha evidenciado un vuelco hacia China en materia de exportaciones, inversiones e incluso en el plano financiero (con la utilización del yuan en transacciones oficiales). Por su parte, nuestra mayor inversión actual en infraestructura (el gasoducto de Vaca Muerta) no tiene como finalidad potenciar nuestra industria mediante la energía barata, sino garantizar el suministro de la misma a Brasil.
Esta situación se complejiza aún más cuando vemos el accionar de nuestro país vecino en el tablero geopolítico mundial. Durante el mes pasado, Lula da Silva viajó a China, iniciando su visita al gigante asiático con una frase que dice mucho sobre su posicionamiento internacional: “Brasil está de vuelta”.
El discurso de Lula da a entender que, luego del aislacionismo de Jair Bolsonaro, Brasil vuelve al escenario global como una potencia regional. Sin embargo, la decisión de acercarse a China en un contexto de confrontación del país oriental con Estados Unidos, siendo Brasil uno de los principales productores de alimentos, es por lo menos delicada.
Los verdaderos bandos
En las últimas semanas diversos convites del sector financiero y rentista tuvieron lugar en La Rural, con el Consejo Interamericano del Comercio y la Producción, y en el Hotel Llao Llao, de la mano del Foro que lleva su nombre.
Falta ingresar en los sitios oficiales de tales sectores u observar los asistentes para tomar la primera conclusión: esos que “la derecha” y “la izquierda” -antes oposición y oficialismo- tildan de empresarios, se tratan en realidad de representantes del sector financiero nacional e internacional, así como sectores atados al sistema rentista de la minería, los hidrocarburos y los alimentos.
Desfilaron en esos foros candidatos y representantes de todo el espectro politiquero del progresismo y el neoliberalismo; todos coincidieron en la necesidad de profundizar la exportación de materias primas y alimentos.
Lo que ninguno explicó en sus disertaciones, incluso en las de La Plata, fueron las consecuencias de un país que decide vivir o condicionar su deuda al servicio de la balanza comercial: entre otras, renunciar a un proyecto industrial de país que garantice pleno empleo. “Hay que generar dólares”.
Así se conforman los dos bandos que orquestan el nuevo mundo en esta década: unos globalizadores que pretenden insertar a sus países en la división internacional que alberga una potencia protectora (sea tanto de bandera roja como estrellada); otros soberanos que queremos cuidar y preservar precios locales baratos en alimentos y energía, a fin de posibilitar un proyecto industrial que asegure el trabajo para todos los respectivos compatriotas.
Un tercer bando, que cacarea con ser soberano pero predica el fin de la industria como consecuencia del supuesto triunfo del globalismo, pretende coquetear con la posibilidad de construir un nuevo sujeto histórico, el de los excluidos de la economía. Sin embargo, el propio reflejo laburante aflora en los espejos de cada: quienes son tildados de ser “los excluidos” y los “nuevos cabecitas negras” no dudan en declarar que luchan por un trabajo digno, buenos salarios y ascender socialmente (vacaciones, casa, etc.).
La falta de representación en las negociaciones se hace evidente: quienes van a hablar por los excluidos son en realidad muchachos criados en barrios caros y escuelas de élite, y el principal reclamo que llevan es un salario universal de subconsumo y meterle un impuesto a los ricos. En definitiva, el impuesto son los padres.
El tercer bando poco a poco se desdibuja y se sumerge en el campo globalizador, en una particular oferta extremista de izquierda, pero que comparte una sustancial raíz con la más pura cepa neoliberal del escenario. Disfrazado -por cobardía o confusión- de diagnóstico, nos condenan al triste destino de ser la sociedad posindustrial en la cual el pleno empleo ya no es posible.
Soberanos o Globalizadores son las dos grandes corrientes sobre las cuales se estructurará cuál va a ser el destino de nuestra nación en un mundo en guerra. En los días que corren, Industrializar el país es posible, necesario y muy oportuno.
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