
Por Santiago Giraudo
“El ejército de un país semi-colonial, situado en el extremo austral de un continente periférico no puede permanecer ajeno al debate de los grandes problemas nacionales”.
Jorge Abelardo Ramos
Don Guillermo Brown falleció un 3 de marzo de 1857. Mes de apertura de sesiones ordinarias y mes que encierra el nacimiento y fallecimiento del Restaurador de las leyes Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas. Asimismo, día del ferroviario, conmemoración del día de la mujer y del Escudo Nacional, entre tantos acontecimientos. Pero quizá, sea el 24 de marzo la fecha más resonante para el pueblo argentino, cuando en 1976 se iniciaba en nuestro país el autoproclamado “Proceso de Reorganización Nacional”, uno de los más tristes de nuestra historia. Aquella tiranía cívico-militar, al mando de las Fuerzas Armadas que, deshonrando el glorioso uniforme sanmartiniano, destruyó la industria nacional y endeudó a la nación para impedir su desarrollo, a la par de una feroz represión conocida como “terrorismo de estado”.
En estas fechas se vuelven reiterativos los debates sobre el rol que deben cumplir nuestras Fuerzas Armadas, siendo el antecedente más paradigmático el de aquel trágico día. Pero como no debemos caer en el error de colocar a todos en la misma bolsa, debemos reconocer que no siempre nuestras Fuerzas Armadas han ido en contra de este pueblo, tenemos ejemplos para apreciar, y “como nadie ama lo que no conoce y nadie defiende lo que no ama”, conozcamos un pequeño pedacito de nuestra historia, la del irlandés que luchó por la Independencia Argentina, nuestro prócer del mar, el pilar de la construcción de nuestra marina; el Almirante Guillermo Brown.
Infancia hostil
Es relevante relatar brevemente sobre su infancia, ya que ella lo marcará a fuego, y generará esa voluntad inquebrantable y su carácter indomable.
Guillermo Brown nace en el pueblo de Foxford, Irlanda, el 22 de junio de 1777, en un ambiente tenso y violento que venía ya desde varios años atrás, debido a que el pueblo irlandés se resistía a los ataques de Inglaterra. Dicho sometimiento desembocó en un río de sangre que suscitó en los irlandeses un odio hacia los ingleses que se prolonga hasta nuestros días. La apetencia inglesa por Irlanda nunca se sació, pero el pueblo irlandés no se dejó humillar y resistió a pesar de sufrir las hambrunas más terribles. Además, la actividad más rentable de Foxford eran las hilanderías, de las cuales la familia de Brown era propietaria de una de ellas, pero es debido a las trabas impuestas al comercio por Inglaterra, que el negocio se fue derrumbando hasta dejar en la ruina a la mayoría de los comerciantes. Al pueblo de Foxford lo dominó la desesperanza y el desaliento, por ello era mejor huir de ese mundo y así lo hace el padre de Brown, junto a su hijo predilecto, William. Padre e hijo toman destino hacia los Estados Unidos para instalarse en Filadelfia, pero al llegar la fiebre amarilla se cobra la víctima de quien iba a ser el protector de los irlandeses. Luego de una larga depresión, el padre de Guillermo Brown muere, dejando al pequeño en la más absoluta orfandad con tan sólo 9 años de edad y en una tierra que no conocía.
En esta tan corta existencia, Brown conoció sólo una vida de espinas y dificultades, pero estas mismas lo formaron para convertirse en quien luego fue. Invadida su alma por aquel espíritu belicoso del pueblo irlandés que luchó hasta el final por sus creencias, su fe, sus principios y su dignidad, forjó un fuego que quedaría guardado en su corazón, al igual que la fortaleza de su carácter nacida en el hambre y la soledad. Pero ese niño, protagonista de tantas tragedias, muy pronto iba a conocer su verdadera vocación, el mar.
Guillermo se transformó en un vagabundo que solía pasear por las orillas del Río Delaware, y así fue como el capitán de un buque norteamericano le propuso formar parte de su tripulación, Brown aceptó.
Fueron años envueltos en las aventuras del mar, inclusive de terminar preso y fugarse estando en Francia.
Una vez casado y con hijos decide embarcarse hacia el Río de La Plata, llegando al puerto de Buenos Aires en abril de 1810, donde se encuentra en los prolegómenos del “Pronunciamiento de Mayo”, que lo sorprende gratamente ya que le recuerda aquellas luchas de sus compatriotas irlandeses contra Inglaterra.
En 1812 compra a un sacerdote un terreno en Barracas, allí construye una casa junto a su familia. Esta fue denominada “Casa amarilla” en la época del gobierno de Rosas. Muy pronto se pondrá al servicio de nuestra gesta independentista.
Al servicio de la patria adoptiva
Los españoles tenían el dominio de las aguas del Río de La Plata y como “sin barcos la revolución no iría adelante”, el gobierno no podía tolerar más esta situación, debía proceder para hacer respetar el destino de libertad que se había trazado. La Junta Grande decide crear una flotilla nacional porque en tanto el Río de La Plata estuviese bajo el control de la Armada Real, en nada se podía avanzar con el proyecto liberador. Y es Guillermo Brown el hombre encargado para tal labor, siendo un 1° de marzo de 1814 decretado teniente coronel y jefe de escuadra. El gran marino asume el mando de la flota nacional.
La isla Martín García era la llave de los ríos Uruguay y Paraná. Para Brown era de suma importancia estratégica apoderarse de ella para organizar las fuerzas de ataque contra Montevideo, donde las fuerzas realistas se abastecían. El 15 de marzo se produce el ingreso de la flota nacional en la isla y hace flamear la bandera victoriosa. Pero pronto la respuesta del imperio español se iba a hacer notar. En Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay) el saldo de las armas nacionales es negativo, tras el ataque español comandado por Romarate, quedando sin vida el capitán Notter; pero el bravo marino irlandés reacciona con su voluntad de hierro y decide bloquear el puerto de Montevideo el 19 de abril de 1814. Allí se produce el llamado “Combate del Buceo”, con triunfo de las naves de la patria. Ese día Brown se vestió de gloria. Es a partir de esta victoria que comienza una nueva época en las Provincias Unidas del Río de La Plata; con la entrega de Montevideo, la corona española perdía el último bastión de su flota naval, y asimismo el gobierno nacional adquiere plena facultades para tomar decisiones políticas y económicas en forma soberana. España pierde de esta forma el señorío que había ejercido por tantos años en el Atlántico sur. Fue Guillermo Brown quien lo conquistó, el hombre que arrebató a los realistas el dominio sobre las aguas del Río de La Plata. Don José de San Martín señaló: “La victoria de Montevideo es lo más grande que hasta el presente ha realizado la Revolución”. En este sentido Guillermo Brown proclamó: “Luchar con el enemigo no es nada: debemos vencerlo y la misma victoria es poco. Debemos lograr la gran victoria, el golpe decisivo en el tiempo mínimo. Lo que debemos buscar y lograr, es la victoria decisiva”.
Cambio de adversario
Vencidas las tropas realistas, pasó a ser el imperio brasileño quien acechaba. Se produce el “Combate de los Pozos”. El destino de las Provincias Unidas estaba en juego y Brown lo sabía y se lo da a entender a Rivadavia: “La Colonia y las fuerzas brasileñas en el Río de La Plata deben caer, o yo ir a prisión. El honor nacional requiere un esfuerzo. El jefe de la escuadra debe hacer y hará su deber. Si el éxito es favorable todo irá bien pero si es desgraciado, suplico se salve mi nombre y el honor de mi familia”.
El 11 de junio de 1826, se produjo el choque entre los pocos barcos de la Armada nacional frente a los 31 buques de la flota imperial. Ante el avance de las naves del imperio, el irlandés no dudó en atacar al enemigo, con lo que se suscitó un intercambio de fuego que no llegó a afectar en forma rotunda a ninguno de los dos contendientes. La posibilidad de que las naves brasileñas encallaran ante la bajante del río benefició a la escuadra nacional. Por eso muy pronto el comandante de la flota imperial, ante el riesgo de que sus barcos quedaran encallados, decidió emprender la retirada. El resultado de esta batalla fue tomado como una gran proeza por el pueblo de Buenos Aires, pues una multitud eufórica recibió al comandante Guillermo Brown de forma exultante, pues la disparidad de fuerzas entre una y otra flota, hizo más admirable la gesta de la escuadra de la patria. Pero Brasil no desistió en su objetivo de batir a las fuerzas nacionales.
“No he hecho hasta ahora otra cosa que trabajar por la libertad de esta parte del Nuevo Mundo”
La superioridad de la flota adversaria brasileña era enorme, pero Brown arengó a sus subordinados: “es preferible irse a pique antes que rendir el pabellón” y “es mejor morir de pie, que vivir de rodillas”, quizás adelantándose a la letra de una canción de rock nacional. Se produce el “Combate de Juncal” con un enorme triunfo de la Armada Nacional. De 17 buques brasileños, 12 fueron apresados por las fuerzas de Brown, 3 fueron incendiados y sólo 2 lograron huir. Juncal significó para Brown el ingreso a la historia grande de nuestro país siendo destinatario de la aclamación de la gente que llegó a reunirse en las afueras de su casa para celebrar el triunfo entonando el himno nacional.
Herida y retiro
Tras el “Combate de Patagones” el glorioso marino recibió un tiro de metralla, aunque tuvo una sugerente participación en los tiempos del asesinato del Coronel Dorrego y durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Tras este hecho, le tocó descansar en su quinta de Barracas recordando las batallas de las que fue protagonista. El viejo guerrero desenvainó la espada, esa espada que tanto luchó por la dignidad de nuestra patria, su patria adoptiva. En sus Memorias quedó plasmada la vida de un hombre que defendió la nación como nadie.
El periódico El Nacional manifestó de la siguiente manera el deceso del Almirante Guillermo Brown aquel marzo de 1857, “rindió anoche su último suspiro con la resignación del cristiano y la fortaleza del varón justo”.
Debemos considerar y repensar el rol de nuestras Fuerzas Armadas, en el contexto de un territorio extenso y deshabitado, mal distribuido, de una economía semicolonial, agraria y de valorización financiera, con una colosal deuda externa y grandes porciones de nuestro territorio ocupado y acechado desde Malvinas hasta la Antártida. En este escenario no tener una política de defensa nacional resulta imprudente y hasta suicida.
Sigamos recorriendo la historia de nuestras Fuerzas Armadas para desterrar aquel discurso progresista, ajeno a la realidad nacional, que manifiesta que nada positivo puede provenir de nuestras Fuerzas Armadas, porque estas pueden servir para la dependencia o bien para la liberación, del Movimiento Nacional depende de qué lado van a estar.
Restauremos la Nación, o probablemente en este siglo XXI presenciemos su definitiva desintegración.
“Los pueblos que han descuidado la preparación de sus fuerzas armadas, han pagado siempre caro su error, desapareciendo de la historia o cayendo en la más abyecta servidumbre”.
Juan Perón, 1945.