Escriben Federico Tavarozzi, Marco Stiuso y Darío Huber
Ilustra Jazmín Arribas
Un día 4 de abril como hoy, pero en 1949 y en la ciudad de Washington, se firmaba el Tratado del Atlántico Norte, a partir del cual se constituyó una organización: la OTAN (NATO, en su sigla original en idioma inglés).
Lo firmaron originalmente Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), el Reino Unido de Gran Bretaña, Canadá, Francia, Italia, el Reino Unido de los Países Bajos, Portugal, entre otros países europeos.
Al día de hoy y con el correr del tiempo, lo suscribieron un total de treinta países, a los que se suman otros tantos en calidad de “aliados” o “asociados” (ya no necesariamente países situados en el norte del globo).
Su justificación histórica está dada por el contexto de posguerra que siguió al colapso del hemisferio norte del mundo, principalmente de la Europa existente hasta el momento.
La Segunda Guerra Mundial, que ocupó al mundo entre 1939 y 1945 de las formas más violentas, inhumanas e irracionales que se hayan experimentado, produjo una cantidad indeterminada de muertes entre conflictos bélicos y exterminios organizados (Según estimaciones entre 2 o 3% de la población mundial) y concluyó con el pico de irracionalidad máximo que constituyen los bombardeos nucleares a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki por parte de los EE.UU.
Finalmente, determinó la nueva configuración de la política global, sus formas de dominación y la instauración de una nueva hegemonía sociocultural en el “mundo occidental”, en cabeza de los EE.UU. como gendarme del mundo.
La necesaria contracara de esta novedosa agrupación mancomunada militar formal de países occidentales bajo la OTAN tras la suscripción del Tratado del Atlántico Norte, si se quiere, la otra nueva hegemonía cultural o su contra hegemonía, se formalizó con el Pacto de Varsovia (Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua). Ya en el marco de la “Guerra Fría”, este otro pacto fue acordado en mayo de 1955 entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los Estados Socialistas de Europa Oriental, el famoso “Bloque del Este”; con excepción de la entonces existente República Federal Popular de Yugoslavia.
El ejemplo más palpable de esta tensión entre bloques políticos y/o ideológicos está dado a la historia en el caso de Alemania, un país partido y repartido por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial: de un lado la República Democrática de Alemania existente en ese momento (de orientación socialista y disuelta en 1990 tras el hito cultural de la “caída del muro de Berlín”) y del otro, la República Federal de Alemania, existente desde 1949 hasta hoy.
Cierto es, que por fuera de esta dicotomía hegemónica en lo cultural en que quedó trabado el mundo de la posguerra, existió también la experiencia del Movimiento de Países No Alineados, surgido en 1961 y ya en pleno contexto de tensión geopolítica entre los dos bloques mencionados, y principalmente entre los EE.UU. y la URSS.
Ahora bien, intentado este breve resumen histórico, y buscando respuestas en las palabras ¿qué dice el Tratado del Atlántico Norte? Su preámbulo o exposición de motivos expresa que: “Los Estados partes en este tratado, reafirmando (…) su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y todos los gobiernos. Decididos a salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, fundadas en los principios de democracia, libertades individuales e imperio de la ley. Deseosos de favorecer la estabilidad y el bienestar en la zona del Atlántico Norte. Resueltos a unir sus esfuerzos para su defensa colectiva y la conservación de la paz y la seguridad…”.
Siguen en los artículos que componen el tratado, intenciones como la “resolución por medios pacíficos de cualquier controversia internacional (…) de modo que la paz y la seguridad internacionales, así como la justicia, no se pongan en peligro” o de “abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza en cualquier forma que sea incompatible con los propósitos de las Naciones Unidas”.
Según se dice, los Estados parte “contribuirán al desarrollo de las relaciones internacionales pacíficas y amistosas, reforzando sus instituciones libres, asegurando una mejor comprensión de los principios en que se basan esas instituciones y favoreciendo las condiciones propias para asegurar la estabilidad y el bienestar. Tratarán de eliminar cualquier conflicto en sus políticas económicas internacionales y estimularán la colaboración económica entre algunas de las partes o entre todas ellas”.
En este bello marco de ideas, cualquier ataque armado contra alguno de los Estados parte se considerará como una agresión contra todas las partes, por lo que “en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva” (el derecho a la guerra, el comodín o el “yeite” que reconoce el artículo 51 de la pulcra Carta de Naciones Unidas) se deberá brindar asistencia y acordar las medidas que se juzguen necesarias, “incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer y mantener la seguridad en la región del Atlántico Norte”.
Dicho esto, sobre el documento que dio génesis a la OTAN y guía formalmente sus acciones materiales según tales principios y valores, ¿cuál fue su aporte en la realidad global desde la posguerra hasta los días de hoy?
Difícil establecer una cronología de las guerras, intervenciones maliciosas en la disgregación o desmembramiento de pueblos, naciones y países, matanzas y/o genocidios que dejó esta nueva configuración global. Intentaremos hacer un breve recorrido histórico y un análisis pertinente, haciendo foco solamente en algunos de los ejemplos históricos más crueles y catastróficos para la humanidad, dejando a salvo que siempre quedará alguno omitido u olvidado.
La guerra de Corea, debut estelar de esta nueva configuración, con al menos 3 millones y medio de muertes entre 1950 y 1953, que de hecho nunca finalizó al no existir un acuerdo de paz (sólo un armisticio) entre los dos países resultantes del conflicto: República de Corea (Corea del Sur) y República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte).
La guerra de Vietnam, con hasta 6 millones de muertes entre 1955 y 1976, momento en que acaba por producirse la unificación del país bajo la forma actual de la República Socialista de Vietnam, intención que constituyó el inicio del conflicto y motivó la intervención de los EE.UU., no solo para impedir la reunificación de dicho país bajo las formas de gobierno que pregonaba el Frente Nacional de Liberación de Vietnam (o “Vietcong”, en su definición cultural mediática), tras su largo pasado como colonia francesa, sino también en miras de evitar un supuesto “efecto dominó” de carácter socialista en la región.
Este conflicto en particular, que se extendió por más de veinte años y en el que EE.UU. no pudo triunfar por vía de las armas, finalmente derramó y extendió la tragedia no sólo respecto del pueblo vietnamita, sino también en los pueblos de Laos y Camboya, con sus conflictos particulares.
En otro orden, el acoso permanente a la República de Cuba desde 1959, año en que tras la Revolución Cubana accedió al gobierno Fidel Castro. Famoso es el trapero asalto de Bahía de los Cochinos en 1961, frustrado por las fuerzas militares cubanas, y aunque de dimensiones muy menores a aquellas de las guerras citadas, con la clara intención de desestabilizar la experiencia revolucionaria que recién andaba sus primeros años en una suerte de segunda independencia (la primera del Reino de España, y esta última, del gobierno militar títere y subordinado a EE.UU. en la persona de Fulgencio Batista).
Siguieron embargos comerciales, económicos y financieros por parte de EE.UU. que se mantienen hasta el día de hoy y llegaron al punto de ser totales en algún momento, el “Periodo Especial”, lo que resulta en una falta al más mínimo respeto por la humanidad, o hasta una intención genocida, especialmente tratándose de Cuba, una isla, en un muy precario estado de desarrollo post colonial a mediados del siglo pasado y con serios problemas para abastecerse de ciertos bienes o insumos esenciales en el esquema comercial global vigente.
Estas formas de dominación desde el “mercado”, también denominadas “guerras económicas”, sin intervención militar directa, se replican aún hoy por ejemplo en la República Bolivariana de Venezuela, situada sobre uno de los principales suelos petroleros del mundo, y que desde hace más de veinte años desarrolla e intenta su propia revolución, especialmente autóctona y particular.
Ya que traemos el petróleo, destaca la “guerra del Golfo” en 1990. Ya bajo la cosmovisión del Consenso de Washington, todo el mundo contra la República Iraquí, que buscaba extender sus dominios sobre Kuwait (una pequeña monarquía). Argentina tiene el sucio antecedente de haber intervenido en aquella coalición bélica conformada por la ONU, no solo con los EE.UU. sino por ejemplo con Arabia Saudita, uno de los países menos democráticos y justos del mundo.
También, quizás uno de los hitos más relevantes en lo que respecta a la OTAN: su intervención militar directa, mediante bombardeos unilaterales, en las guerras civiles que se desarrollaron durante los 90s en la República Federal Popular de Yugoslavia, que en definitiva llevaría a su disgregación territorial y a su desaparición como país en sí mismo, así como a la matanza y desplazamiento migrante de sus pueblos.
Este caso es particularmente llamativo en tanto y en cuanto la intervención de la OTAN nunca fue aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que de acuerdo al esquema del derecho internacional vigente, la constituye en ilegal y hasta en constitutiva de crímenes de guerra.
En fin, ya en el pleno orden de la mercantilización de la guerra, siguen los conflictos allá por donde se mire. Luego de los Atentados del 11/S, en una suerte de “neo cruzada”, toda intervención en Medio Oriente fue justificada en el marco de la “Guerra contra el Terrorismo”. Paises como el Líbano, Afganistán, Iraq, Somalia, Libia, Siria, Yemen y así… el Medio Oriente y gran parte de África fue puesto bajo acoso y violencia permanente. Millones de muertos y Estados fallidos como resultado. El caso más cruel e injustificable es seguramente el de Palestina, borrada progresivamente del mapa y exterminada lentamente su población.
En nuestro país, es inocultable que tras la constitución de la OTAN (entre otros instrumentos normativos y organismos como la OEA), faltó poco tiempo para que en 1955 se truncara, violentamente y mediante un golpe cívico militar, la experiencia política del peronismo, ante todo pacífica, aunque también próspera en términos sociales, económicos y culturales.
Siguieron sólo décadas de oscurantismo y proscripción electoral, que terminaron enganchando temporalmente con la experiencia de la dictadura cívico militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 y dejó no solamente una matanza generalizada con cifras indeterminadas de víctimas, sino la destrucción de la estructura y el andamiaje económico, social y cultural de nuestro país.
Toda una lógica y un esquema que hasta el día de hoy nos somete y condiciona. Dictaduras sangrientas y completamente antipopulares como la que vivimos en nuestro país en esos años, fueron expresiones de una conspiración mayor, fraguada bajo el nombre de Plan Cóndor, ideadas por EE.UU. y con un rol protagónico de su entonces secretario de Estado, Henry Kissinger.
Por último, en lo que a nuestro pueblo respecta, no podemos obviar el apoyo decisivo de la OTAN, especialmente de Francia y EE.UU., al Reino Unido de Gran Bretaña durante la Guerra de Malvinas mediante la asistencia militar e informativa. Al día de hoy, en nuestras islas, Gran Bretaña dispone de una gigante base militar, quizás la más grande existente en la región del Atlántico Sur, la que utiliza como una evidente herramienta de dominación en el hemisferio sur y de cara al territorio antártico.
Esta lógica de derribo e intento de pase al olvido de experiencias políticas tendientes a la liberación nacional y la consolidación de Estados independientes y soberanos en nuestro continente (incluida, claro, Centroamérica) fue moneda corriente durante toda la segunda mitad del siglo pasado. Dan cuenta de ello la realidad histórica de todos y cada uno de nuestros países hermanos.
En definitiva, este intento de racconto de situaciones puntuales da cuenta evidente de las formas e intenciones detrás de esta configuración global formalizada tras el Tratado del Atlántico Norte y la creación de la OTAN, la que se encuentra vigente hasta nuestros días, aunque quizás esté empezando a resquebrajarse…
Es que hoy en día nos encontramos ante una situación clave en lo que refiere a la distribución de poder a nivel internacional: la guerra en Ucrania, conflicto en el que éste país, sin ser parte de la OTAN, parece ser en realidad el intermediario de una confrontación de orden mayor entre el Bloque Atlantista y la Federación Rusa, por no decir su “carne de cañón”…
Concretamente, tras una escalada bélica a partir de la anexión rusa de Crimea, la OTAN tomó la decisión de colocar misiles balísticos en territorio ucraniano próximo a la frontera con la Federación Rusa. Esto así, en marco de un proceso continuo y progresivo de expansión de la OTAN hacia el este, llegando a incorporar a países limítrofes con Rusia, como Letonia y Estonia.
En este contexto, se fortalecieron movimientos independentistas en los “oblast” (provincias) de Donetsk y Lugansk, situados en la región ucraniana del Donbass pero hogar de poblaciones más bien rusas. A tal punto que se celebraron referéndums por su independencia, los que tuvieron un contundente resultado favorable. Lógicamente fueron ignorados por Ucrania, así como por los países integrantes de la OTAN. A ello le siguió un fuerte destrato y amedrentamiento por parte del gobierno ucraniano, llegando inclusive a prohibir la enseñanza del idioma ruso y a censurar expresiones culturales de distinto tipo (allí donde viven pueblos que mayoritariamente hablan ruso).
Fue así que allá por 2014 comenzaría la “Guerra del Donbass” que enfrentaría a modo de guerra civil a Ucrania y a los ejércitos populares de las proclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. Finalmente, en 2022, tras la intensificación de las confrontaciones y la noticia de que Ucrania podría pasar a integrar formalmente la OTAN, el gobierno de la Federación Rusa ingresó abiertamente en el conflicto avanzando sobre el territorio del Donbass, lo que derivó en la situación que hoy es de público conocimiento.
Ahora bien, lo interesante de este fenómeno no se limita al accionar concreto de Ucrania o Rusia, sino más bien a identificar un trasfondo geopolítico más profundo.
La OTAN, como vimos, expone sus intenciones de velar por la seguridad, la paz y los intereses del mundo occidental. Sin embargo, a esta altura cabe preguntarse si realmente defiende dichos intereses, o bien, si se limita a obrar según los objetivos estratégicos de su principal aportante, EE.UU.
Esta duda se plantea cuando observamos, por ejemplo, las sanciones económicas a Rusia o el sabotaje clandestino al Nord Stream, ni más ni menos que el sistema de gasoductos que permite la provisión de gas desde Rusia a Alemania (la economía más importante de Europa). Situaciones que, entre otras cosas, produjeron el encarecimiento de los combustibles y la energía en toda Europa.
Ante esta realidad, ¿quiénes son los perjudicados?, ¿cuál es el país capaz de proveer de energía a Europa continental con la estabilidad e infraestructura necesarias? La cuestión se torna más interesante al notar que Europa es un gran demandante de energía, en cierto nivel, dependiente de Rusia vista su proximidad y hasta continuidad territorial; mientras que EE.UU., del otro lado del océano, se encuentra en condiciones de cubrir esa demanda, aunque a un costo considerablemente mayor para los europeos.
En el mundo presente, el interés estadounidense en materia de política exterior pareciera ser la definición de un área de influencia propia con respecto a Rusia y China. En el caso de China, la confrontación es clara y directa, aunque se limita por el momento al plano económico sin que se haya llegado a utilizar el vector militar. En el caso de Rusia, la situación en Ucrania esconde una confrontación por definir la configuración del orden internacional en sus respectivas zonas de influencia.
Como dato de especial relevancia a tener en cuenta, toda vez que puede significar una definición crucial para el futuro de la OTAN, es el hecho de que el ex presidente Trump (acreedor de más de 75 millones de votos en las elecciones de 2020 en que no consiguió su reelección y firme candidato para el próximo mandato presidencial en EE.UU.) ha explicitado que considera “obsoleta” a la OTAN y un gasto innecesario. En más, expresó que, bajo su mandato, la guerra de Ucrania no hubiera sucedido y que tardaría sólo un par de días en llegar a un acuerdo con Putin y Zelenski.
A más de setenta años de este modelo global y con la OTAN más que nunca ejerciendo su poder obrando como instrumento de los intereses de EE.UU., aún en perjuicio de los propios intereses de los países europeos que la conforman, quizás llegue la hora de su propio colapso en un futuro no muy lejano.
Esperemos que así sea, y que en el mundo se tienda y busque la integración y no la disgregación o destrucción de pueblos y naciones; la sana y pacífica convivencia entre países, respetando su independencia y soberanía, y no el conflicto permanente, el acoso, el aprovechamiento; el favorecimiento del desarrollo según las propias culturas y no la imposición de recetas ajenas a las realidades nacionales, que sólo las condicionan y limitan, cuando no buscan borrarlas.
En fin, de llevar paz, no violencia. Parecen verdades evidentes y simples que lamentablemente no lo son. Lo que queda es no olvidar o desestimar estas banderas y buenas intenciones, y para ello es necesario movilizarse, contagiar, denunciar, gritar: porque las guerras, en cualquiera de sus formas, producen crisis, muertes civiles, destrucción de comunidades, migraciones masivas, hambre, enfermedad y de cualquier manera arrojan a las personas sobrevivientes a la más terrible angustia y desesperanza.
Un comentario sobre “La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN): el hecho maldito de la historia contemporánea”