
Los presentes sucesos son un reflejo arbitrario y caótico de los tiempos que se vienen.
1 | Libre comercio posindustrial
2 | ¿Destrucción creativa?
3 | Industricidio automotriz
4 | Lo que todavía faltaba
5 | Se preserva la Unidad Nacional
1 | Libre comercio posindustrial
Frente a la gran marcha de Occidente por relocalizar sus industrias fronteras adentro, China ha elegido promover el libre comercio de una globalización perimida.
La gran postal fue en su momento el presidente comunista chino en el Foro de Davos de 2017, en el cual expuso sus fundamentos de por qué debía defenderse la globalización y el libre comercio que la llegada de Trump amenazaba.
Luego todo fue historia, se expandieron por todos los Estados Nacionales medidas de administración del comercio exterior para defender las industrias y el trabajo propio.
Hoy el proteccionismo es un hecho que se expande hasta por los países más liberales de Europa, aunque China todavía intenta seducir al denominado “Sur global” para sumarse a su tren de acuerdos de libre comercio y comprar sus manufacturas baratas a cambio de créditos blandos para el desarrollo de infraestructuras.
Lo que no se cuenta es que las infraestructuras en las que China invierte son aquellas destinadas a extraer recursos naturales y mejorar la logística comercial, todo destinado a luego venderle al propio gigante asiático las materias primas que necesitan para sostener su desarrollo.
Hoy por hoy el tratado de libre comercio estrella de Pekín es la Franja y la Ruta de la Seda, que por ahora cuenta con más de 140 socios en Asia, África y América Latina, entre otras regiones.
Los acuerdos son bilaterales de cada país y regionales cuando se puede, aunque ninguno de ellos ha logrado seducir a Estados Unidos o la Unión Europea, con quien realizan intercambios comerciales cada vez más complicados por la política proteccionista.
En un discurso del pasado septiembre, el presidente chino Xi Jinping advirtió que “China se esforzará por construir un entorno más abierto e inclusivo para el desarrollo… China ampliará la red mundial de zonas de libre comercio de alto nivel”.
Si bien la apuesta económica de China va en profundizar sus tratados, sus exportaciones a los países que incluyen en su red alcanza sólo el 38%, de sus exportaciones por 3,43 billones de dólares, los países con los que hizo tratados alcanzaron sólo 1,3 billones. Esta última cifra es monstruosa en comparación con el comercio exterior de otros países, en tanto sólo el comercio con sus zonas libres es superior que todas las exportaciones de los Países Bajos y Japón juntos en 2022.
Los tratados nacieron al calor de la crisis de 2008, en la cual parecía ser el comienzo del declive de Estados Unidos, mientras algunos advertían que la revolución energética del petróleo y gas no convencional iban a revertir la balanza en favor de Washington.
En 2008 incluyó en sus tratados a Singapur, luego en 2010 acordó con toda la agrupación económica de 10 países del sudeste asiático denominada ASEAN.
Sin embargo, después de la exclusión que hizo Estados Unidos respecto a China en 2016 del Tratado Transpacífico de libre comercio -el cual iba a incluir a dos tercios de la economía global-, China se dedicó a profundizar sus programas a través de las denominadas Franja y Ruta de la Seda.
A partir de 2022 entró en vigor otro de sus grandes acuerdos, esta vez con la Asociación Económica Integral Regional que amplió el acuerdo en el sudeste asiático.
Actualmente China negocia 10 nuevos acuerdos de libre comercio y busca profundizar su liderazgo en los BRICS a través de la inclusión de una importante cantidad de países de América, África y Asia. Otra de las grandes negociaciones es con el Consejo de Cooperación del Golfo, que unifica a grandes estados proveedores de energía como Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes, de quienes depende el 40% de sus importaciones de petróleo.
El otro gran acuerdo que comenzó a negociarse es poder sumarse al Acuerdo de Libre Comercio del Continente Africano (AfCFTA) en el que ya firmaron 54 países de esa región desde 2018. China ha decidido financiar en forma unilateral a la secretaría del AfCFTA y firmó un acuerdo desde su Ministerio de Comercio para colaborar en comercio digital, procedimientos aduaneros, propiedad intelectual, entre otros puntos.
Las reacciones no tardaron en llegar a lo largo de estos años. Lo que ya conocíamos por parte de Estados Unidos que busca relocalizar todas sus industrias puertas adentro, se sumó a la nueva tendencia global denominada nearshoring, la cual consiste en que las compañías prefieren reubicar su capacidad productiva más cerca de sus clientes, en tanto las rutas comerciales cada vez son más costosas fruto de los conflictos armados.
Ahora le tocó a la Unión Europea, quien afirmó mediante su comisaria de Competencia, Margrethe Vestager, que “el bloque está absolutamente dispuesto a utilizar herramientas comerciales para hacer frente a las prácticas desleales de China”. Mientras China predica el comercio libre puertas afuera, hacia dentro decidió aplicar medidas antidumping contra los vinos franceses, por lo cual ahora ya tendrán precios imposibles en su mercado interno, priorizando con ello su producción nacional.
El libre comercio que hoy predica en nuestro país el propio presidente, a nivel internacional es sostenido principalmente por algunas corporaciones tecnológicas y financistas, o bien por el propio Partido Comunista Chino y organizaciones vetustas como la Organización Mundial de Comercio, que hace varios años no puede emitir comunicados conjuntos de acuerdo.
La era postindustrial se terminó. Nuestra Patria da sus últimos gritos de dolor por la aventura anarcocapitalista que pretende abrir las fronteras a cualquier manufactura producida en el extranjero.
Una postal significativa de esa era postindustrial que algunos pretenden sostener a fuerza de desempleo, hambre y destrucción de fábricas, se reflejan en las principales búsquedas laborales que las consultoras de “recursos humanos” ponderan como más demandadas: programación/datos/testing; petróleo y energía; matemática/ciencia actuarial; sustentabilidad/ecología; robótica/animación; minería; agro; servicios de salud y gastronomía; inteligencia artificial; cuidado de personas; psicología; administración de empresas.
Las búsquedas de empleo industrial todavía esperan que nuestra clase dirigente tome nota del mundo que se viene.
2 | ¿Destrucción creativa?
En este siglo vemos una tensión entre quienes consideran que Argentina todavía tiene un destino industrial posible, y quienes por izquierda y por derecha consideran que eso es la utopía de un pasado que nunca volverá.
En el primer bando hoy por hoy se encuentran sobre todo sectores empresariales productivos, organizaciones sindicales, academia ligada a la ciencia y técnica, y en la política son algunas pequeñas voces del peronismo clásico y algunos gobernadores de vocación productiva y federal.
En el segundo bando conviven desde la izquierda y la derecha en la conclusión de la Argentina postindustrial, aunque el curso de acción posible parecería ser que los dividen. Dicen no ya no hay trabajo para todos, que es algo estructural producto de la robótica y la inteligencia artificial, que Argentina ya no tiene posibilidad de subirse al tren del desarrollo industrial en el que muchas potencias emergentes se han sumado.
El día después divide a los posindustriales: unos hablarán sobre la necesidad de asegurar subsidios universales para los desocupados permanentes y fortalecer mecanismos de economías alternativas de la emergencia, mientras los otros insistirán en dedicarnos a exportar materias primas y alimentos y financiar el consumo con dólares crocantes.
En lineas generales, los posindustriales insisten en la necesidad de sumar a la Argentina bajo el calorcito acogedor de los patovicas mundiales de turno. Antes era China, ahora es Estados Unidos. La solución siempre es bajarse los pantalones para ver si el poderoso se digna a traer guita y apadrinarnos.
El problema es que los dólares sobran: son 500 mil millones. Los argentinos tenemos ahorrados en ese billete casi un PBI, guardados en cajas de seguridad, colchones, casas, títulos valores y cuentas no declaradas. Montañas de dólares tanto afuera como adentro.
Desde 1976 que una cantidad determinada de compatriotas se inundaron de dólares mientras se timbeaban la Argentina. Nos llenábamos de billetes verdes y dejábamos sobre cada cueva un gran cementerio de fábricas y estaciones ferroviarias en cada rincón de la patria.
Llegado nuestro tiempo y con la globalización en una crisis terminal, por primera vez el mundo nos ofrece la posibilidad de la vuelta a la casa común. Ahora el negocio posible está en fortalecer las economías nacionales, Make Argentina Great Again: 1) importar o exportar se volvió muy costoso por los conflictos internacionales en las principales rutas comerciales; 2) el negocio para las compañías está en colocar fábricas de proximidad a los lugares de consumo; 3) exportar valor agregado es la única salida para no estar financiando la industrialización de otros países por proveer materias primas y alimentos, cuando los costos logísticos y energéticos se dispararon.
El esquema especulativo rentístico da sus últimos manotazos. La incursión de la clase política por seguir la joda de hacer economía desde la plata ahora se tiñe el pelo de libertaria. Lo que antes era emitir plata, ahora se llama ajustar la plata. El reinado de la oficina intenta arreglar con un excel el desastre de abandonar el camino del trabajo y la industria.
El informe reciente del CEPA muestra cómo tres cuartas partes de los recortes hechos desde diciembre fueron sobre jubilaciones, pensiones, salarios, programas sociales, subsidios al precio de la energía y transporte, inversión en capital y financiamiento al desarrollo federal.
Mientras tanto, los servicios de deuda se disparan por viejos y nuevos contratos firmados de bonos, créditos y letras del Tesoro, a ver si seguimos rascando la billetera de otros.
Las previas de los números fiscales que se difundieron son también dramáticas. El ahorro fiscal de los recortes es totalmente neutralizado por una caída abrupta de la recaudación tributaria en más de un tercio. En el IVA, el impuesto de gala del consumo popular, la caída llega al 40%.
La Unión Industrial Argentina, pese a sus apoyos a las reformas, informó que la caída de las ventas afectaron al 69% de las empresas que nuclean y que el 61% redujo la producción.
Las ventas se desploman y las industrias subsisten con una caja chica que cruje. La solución en Villa Constitución, donde se encuentra la histórica Acindar, fue primero eliminar las horas extras, luego recortar turnos y ahora dar licencia con goce a los trabajadores y dedicarse a vender el pequeño stock acumulado. Fabricar para no vender es un camino arriesgado.
Las preguntas sobrevuelan sobre cuánto aguanta todo esto. Nadie come vidrio en estos tiempos y la única ventaja de que una mayoría apoye al gritón de la antipolítica es que probablemente no le van a sostener el delirio como a cualquier otro político si no hay resultados concretos, porque eso fue lo que los llevó a ir contra los políticos tradicionales.
3 | Desindustrialización automotriz
Los primeros meses del primer gobierno anarcocapitalista del mundo arruinaron uno de los sectores industriales principales de Argentina, el automotriz.
El milenio nos recibió con el estallido de una crisis que todos conocemos. Argentina producía en 2001 unos 250 mil vehículos, la misma cantidad de que en 1974, nada más que con el doble de población y tecnología computarizada que mejoró la productividad en forma notable.
El industricidio nacido al calor de la última dictadura cívico militar y profundizado en los gobiernos de Alfonsín y Menem, significaron no sólo la merma en el desarrollo de nuestra industria automotriz, sino un cambio en la matriz de la misma: ya no se trataba de producir el 80% del vehículo en nuestra frontera, sino de participar del mercado internacional de las automotrices extranjeras y mostrarnos como un territorio ideal para radicar sus grandes fábricas de ensamble.
El objetivo era aprovechar el bajo costo de la mano de obra calificada argentina, sumado al boom de los acuerdos de libre comercio, para luego exportar los vehículos a otras regiones, aunque con diseño, autopartes y tecnología original proveniente del extranjero en más de un 80%. La balanza se revertía en favor del valor agregado foráneo.
Luego del comienzo de la reconstrucción de 2002, la producción de la industria vivió una marcha acelerada hacia su desarrollo y expansión, con una fuerte demanda del mercado interno para patentar vehículos producidos en Argentina, sumado a la demanda del exterior de los mismos.
El crecimiento fue exponencial: la producción final de autos en Argentina pasó de 250 a 800 mil en 10 años, aunque los cuellos de botella sobrevinieron en la misma velocidad. Por un lado, la crisis energética por no contar con una petrolera nacional que trabajara para ampliar reservas y mejorar la oferta energética en el país, sumada a la creciente demanda de dólares para importar insumos, en tanto la industria tenía un 80% de su valor agregado proveniente del extranjero.
El esquema especulativo rentístico que reinó la economía desde la devaluación de 2014 dio luz verde al industricidio: los desequilibrios se subsanaron con emisión, deuda, impuestos y aumentos del precio del dinero (tasa de interés), así los sectores industriales debieron ajustar su cinturón para posibilitar que la rentabilidad empresaria migrara al sector agropecuario, minerales, energía y timba.
Hacia 2020, la producción de autos ya se encontraba nuevamente en los mismos valores de 2001, y lo que parecía un industricidio provocado por las políticas económicas del gobierno de Cambiemos, se profundizó en 2020 al calor de las medidas de aislamiento que ordenaron a la fuerza productiva a quedarse en su casa por tiempo ilimitado, o por lo menos hasta que las encuestas de las Paso 2021 dijeron que ya no era conveniente.
Los intentos por incrementar la producción en 2021, 2022 y 2023 fueron notables y la producción llegó a 610 mil vehículos hacia el final de mandato, aunque la ruta se había inundado de manteca que la hacía muy peligrosa: se había cultivado una deuda con importaciones que ascendía a más de 50 mil millones de dólares (igual que con el fondo), de la cual 8 mil millones eran sólo de las automotrices y 18 mil millones del sector manufacturero, que incluía insumos fundamentales para la industria metalúrgica asociada a la automotriz.
Las promesas de normalizar el asunto con las cosechas y las exportaciones de Vaca Muerta se esfumaron con el triunfo del anarcocapitalista. El presidente electo se paró ante la sociedad y en diciembre nos anunció que ahora de lo que se trataba era de vender menos y liberar los precios.
Desde algunos sectores de la socialdemocracia que rinden culto a la ideología de la guita, insisten en que los aumentos de precios provocan ganancias exponenciales en las empresas. Sin embargo, la lógica de quién hace un negocio es hacerlo crecer, y si la fórmula de su facturación es “Cantidad de unidades vendidas” multiplicada por “Precio”, el hecho de que aumente el precio es pan para hoy y hambre para mañana, en tanto aumentar los precios frente al desplome de las ventas implicaría llevarlos al infinito, lo cual es imposible porque nadie podría comprar.
Bueno, eso empezó a suceder efectivamente, pese a que nos gobierna un especialista en crecimiento. Los meses de enero y febrero iban a ser escandalosos y el sector automotriz “la vio”: muchas de las plantas decidieron extender vacaciones y patear la reapertura lo más posible ante la merma en las ventas y el stockeo de vehículos sin vender desde el periodo electoral de incertidumbre.
Los números empezaron a firmar el acta de defunción de una industria que deberá tomar serias decisiones para sortear este industricidio. El acceso a planes de compra de 0km se congelaron en diciembre debido a la disparada de los precios por la devaluación (sí, algunos precios como el de la industria automotriz dependían del dólar oficial).
Por otro lado, el pago de la deuda por importaciones se solucionó con un bono denominado Bopreal que sólo contentó a los gerentes financieros de las compañías, por la posibilidad de venderlos en el mercado secundario y aprovechar el boom de la demanda de dólares futuros garantizados por el Banco Central y las compras recientes de reservas.
En cuanto a la producción, la misma cayó a un 19% según la Asociación de Fábricas de Automotrices (Adefa). En el primer bimestre, la caída fue de 18,2% respecto del año pasado, 60.134 unidades menos fabricadas.
Tres terminales estuvieron paralizadas durante todo febrero: General Motors, Volkswagen y las plantas de pick-ups de Renault y Nissan. La explicación fue la falta de insumos con deuda con proveedores en el exterior, mientras desde las oficinas oficiales se decía que ahora importar era libre.
Otro de los motivos del desplome fue la pérdida de poder de compra del salario, en el mercado interno los patentamientos fueron 58 mil menos que un año antes (27%). También el golpe vino de afuera, producto de esta era de competencia industrial y guerras comerciales, con una caída del 1,6% anual de exportaciones de autos.
La caída de ventas en Argentina de autos nacionales fue del 30,2% en dos meses, frente a lo cual muchas de las automotrices decidieron comenzar de a poco a reabrir sus puertas esta última semana, esperanzadas con que el rebote comience.
4 | Lo que todavía faltaba
La posibilidad industrial de un país depende hoy de dos precios que condicionan la productividad de tu empresa y el nivel de consumo: energía y alimentos.
Argentina tiene la dicha de tener ambos insumos en abundancia y una vasta experiencia en su producción. Como tenemos una gran competitividad, se generan rentas extraordinarias que no se explican por el costo de extraer o producir estos recursos, sino por la productividad que la naturaleza nos ofrece por la ubicación geográfica.
En un mundo de guerras comerciales por la preservación del empleo y la producción de las potencias, volcar estos recursos al desarrollo nacional es hasta una decisión de supervivencia. Sin embargo, frente a la gallina de los huevos de oro la tentación de vivir sin laburar es permanente.
Las recientes decisiones tarifarias van a contramarcha de aprovechar la competitividad energética para crear trabajo en el sector privado.
Después de aumentar las tarifas energéticas en los sectores de la clase trabajadora y las grandes industrias, ahora le toca pagar los platos rotos a la pequeña y mediana empresa. Los únicos subsidios serán para “familias vulnerables y cuando sea necesario”, aunque con la premisa de que “la justicia social es injusta”.
Actualmente, según el reciente informe de IIEP, UBA y Conicet, en las pequeñas empresas la tarifa estaba subsidiada entre un 70% y 82%.
Con los nuevos aumentos las facturas de los pequeños comercios del AMBA van a pasar de $64.775 a $266.213, casi 5 veces más. En el caso de industrias pequeñas los aumentos van a pasar de $274.875 a $1.060.187. Ambos cálculos del informe se hicieron sobre los consumos promedios.
El industricidio de la caída abrupta del consumo popular viene acompañado por el aumento de los costos en dólares, la energía y los salarios que se verán obligados a subir por la disparada de alimentos.
La única esperanza que ahora se ofrece desde las oficinas gubernamentales es sorpresiva: prometen tomar un crédito en dólares con el Banco Mundial para que provea un servicio de asesoramiento a empresas para ahorrar energía…
5 | Se preserva la Unidad Nacional
La Justicia ha dado un nuevo paso en preservar el statu quo, frente a un gobierno dispuesto a profundizar cada confrontación hasta amenazar la integridad nacional.
El primer capítulo lo escribió la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, que frenó y suspendió en ambas instancias la aplicación del mega DNU 70/23 que destruía la legislación en favor de los trabajadores y sus organizaciones sindicales.
Luego de desatado el conflicto entre Nación y Chubut por los fondos de coparticipación, la Justicia Federal dio otro paso y ordenó al gobierno proveer de los fondos a una provincia que amenazaba con frenar la comercialización de hidrocarburos y aislar la Patagonia respecto de Buenos Aires.
Quienes aventuran una salida rápida del gobierno anarcocapitalista, observan que la ley de acefalía incluye un actor central para la reconstrucción nacional.
Mientras la línea sucesoria primero gravita en la vicepresidente Villarruel, luego en el presidente provisional del Senado -también de la Libertad Avanza-, después en Martín Menem como presidente de la Cámara de Diputados, y por último en el Presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti.
Las negociaciones entre el Ministerio de Justicia y la Corte cada vez son más frecuentes: si el Senado no se expide sobre el DNU le tocará a la Corte Suprema expedirse sobre su constitucionalidad, lo cual será el principio de una nueva etapa para la Argentina.