Industrializados o dominados. Resumen mensual de noticias #5

Por Marco Stiuso y Ariel Duarte

La noticia del mes es la finalización de un edificio moderno y berreta, que hace de monumento a uno de los crímenes más grandes que se han cometido en la Argentina. 

La pila de hormigón y durlock se construyó luego de demoler un viejo petit hotel que ya nadie quería para habitar. 

Esta pequeña noticia tiene su origen en el mes de mayo de 1973. Mientras el pueblo argentino festejaba en la calle uno de sus mayores triunfos, una camarilla de hombres se reunía en el caserón de Azcuénaga 1673 para planificar la destrucción, el caos y el asalto del gobierno que acababa de ganar las elecciones. 

La Logia inició lo que hoy encarna la principal contradicción de la política nacional. Salvo honrosas excepciones, lo único que unifica a la dirigencia partidaria actual es el descreimiento en la posibilidad de industrializar la Nación.

El dueño del principal ingenio azucarero, Carlos Pedro Blaquier, puso a disposición la casa. El inmueble figuró a su nombre desde 1971 hasta 1977, cuando el plan genocida estaba en marcha. Luego se vendió. Fue la sede del autodenominado “Grupo Azcuénaga”, donde sucedían charlas, conferencias y reuniones semanales de varias horas. 

Participaron Miatello y Pierraux, jefes de la SIDE del saliente gobierno de Lanusse. También estuvo presente el sector de los grandes terratenientes de la Pampa Húmeda: Mario Cárdenas Madariaga de la Confederación Rural Argentina y José Alfredo Martínez de Hoz por parte de la Sociedad Rural Argentina. Ambos calentaron la olla para sus futuros cargos en el Ministerio de Economía de 1976.

El abogado Horacio García Belsunce asistió como representante, síndico y director de diversas multinacionales. Se hizo también presente Enrique Loncan, abogado y economista, capo del Banco General de Negocios y precursor de la entrada de Barrick Gold en Argentina, una de las principales mineras en el mundo, y en el país.

Otros participantes fueron Armando Braun, de la Cámara Argentina de Comercio, Etchebarne, director de la Comisión Nacional de Valores del Proceso, y Mansueto Zinn, representante de FIAT.

Frondizi tuvo el gusto de conocer a varios de ellos. En un reportaje con La Nación el 1 de octubre de 1982, dijo: “el ministro Martínez de Hoz, un mes después de asumir el cargo, nos reunió a cinco dirigentes y nos explicó el verdadero sentido del plan, que era destruir el aparato productivo… El plan consistió en tres fuentes. Una, la escuela de Chicago, la más reaccionaria del mundo; otra, en los viejos reaccionarios económicos argentinos y, por último, en la Trilateral, formada por los grandes monopolios norteamericanos, europeos y japoneses”

El manual inglés fue la base para operarlo todo. Desde atentados planificados para enemistar a diversos sectores del frente nacional, hasta la infiltración de uno de sus miembros -Zinn- como viceministro de Celestino Rodrigo en 1975, a fin de aplicar un brutal ajuste y devaluación que provocó la crisis económica en el gobierno de Isabel. 

Ya habían aprendido en 1955. Esta vez, el golpe debía ser contundente y definitivo. Si el objetivo era desindustrializar el país, para ello primero había que desaparecer al entramado humano que sustentaba y defendía la nación industrial: el movimiento obrero. 

Una vez más, los argentinos debimos reducir nuestra perspectiva a la explotación de los alimentos y la energía para abastecer cadenas de suministro globales. 

La fórmula aplicada fue liberalizar todo el comercio y que las industrias extranjeras penetraran a bajo precio con todo tipo de bienes superfluos y abrillantados desde Estados Unidos y el Sudeste asiático, incluida China. 

Los posindustriales del ‘76

Para el Grupo Azcuénaga, la Argentina y su pueblo eran arcaicos. 

Los posindustriales creían en una modernidad en la cual no iba a haber trabajo para nadie, porque todo se iba a robotizar o informatizar. Las postales de la película Plata Dulce nos muestra cómo el laburo era para los ‘giles’, y que el industrial debía vender la fábrica y timbear la guita, porque los negocios ahora se hacían “de otra manera”. 

El modelo “anticuado” proponía desarrollar el país mediante el desarrollo científico técnico y la industrialización de la Nación. Con pleno empleo y distribución justa entre capital y trabajo, y una democracia social en la que los empresarios y trabajadores organizados participaran de las decisiones públicas. 

El grupo Azcuénaga planteaba una solución alternativa: “ya pasó el tren para la Argentina, ahora si queremos desarrollarnos debemos ser el caniche más obediente de los que tienen dinero y armas”. 

Posmodernos y posindustriales. Embebidos de un profundo resentimiento hacia la tradición y lo clásico, consideraban que estamos tan retrasados en este mundo tecnológico y financiero, que ya no teníamos la aptitud para desarrollarnos mediante la industria y el trabajo. 

El golpe de los criminales debía ser contundente y definitivo. El objetivo no era la permanencia de los militares, sino que el sistema político se adecuara a un modelo económico y social al servicio del sector terrateniente y los grupos financieros que querían desembarcar en el país. 

El broche de oro se consumó a partir de Malvinas, cuando la heroica gesta fue aprovechada para celebrar un pacto de paz que selló nuestra suerte política, económica y social ante los ingleses. El asunto se materializó en 1989 y 1990 con los Acuerdos de Madrid.  

La casta política de los posindustriales

La vuelta democrática, hasta nuestros días, dio cuenta de quiénes sobresalieron como ganadores de la nefasta etapa iniciada en 1976. No eran militares, ni sus uniformes hacían referencia a la Argentina. 

Los postindustriales andaban en aviones privados, vivían en casas del este uruguayo, departamentos en Nueva York o, los más nuevitos, en balcones peinados por la brisa caribeña de South Beach. 

Manejaban mucha plata. En contextos de crisis y caos, la pertenencia viró desde el club, el trabajo o la ideología, hacia la jodita, la guita y los cargos. Pertenecer era viajar para siempre, pertenecer era ganar las elecciones, pertenecer era poder. 

En un mundo donde lo que ordena es el dinero y las armas, se prefirió posicionarse como la cloaca de las mansiones extranjeras (“the bottom of the top” o “el fondo de la parte de arriba”, tal como le ofrecía Tom a Greg en la aclamada serie Succession). 

El plan Martínez de Hoz había triunfado: la desindustrialización del país hundió el protagonismo del movimiento obrero industrial en la toma de decisiones políticas de la futura democracia. Como a principios de 1900, el poder de fuego sindical se replegó en el sector de los servicios. 

El sobreendeudamiento del Estado permitió ofrecer a la opinión pública no sólo cuentas públicas en rojo para bastardear todo lo nacional, sino también destruir con ello la posibilidad de garantizar resortes estratégicos para la industria como el alimento, la energía, el transporte y el crédito. 

El diagnóstico era perverso. Durante las décadas del ‘80 y ‘90, las mismas personas que nos habían llevado a la quiebra habían formado a quienes venían a decirnos: “No queda otra que vender todo”. 

La renovada casta, una vez firmados los Acuerdos de Madrid1, se dedicó a partir la Nación en 100 pedazos y entregarlo todo. Cada rinconcito de la Patria se volcaba a un Pliego de concesión o venta. Si algún privado estaba interesado en poner guita, fenómeno, sino se desmantelaba y vendía como chatarra. 

Desde el extranjero, desembarcaron diversos referentes de la Internacional Socialista y mandatarios europeos. Felipe González de España o Tony Blair de Inglaterra nos explicaban cómo entregar el país era ser de izquierda. 

Ya no interesaba conducir la Nación como en la Argentina oligárquica, ahora había que explotarla todo lo posible y gastarla afuera. Desde la Constitución de 1994, ni siquiera era necesario ir hasta la Rosada para buscar la concesión de una riqueza natural. 

Los roles comenzaron a confundirse, quien un día era funcionario público y firmaba concesiones, al otro día aparecía como dueño de una compañía cuyo objeto era explotar un recurso o un servicio privatizado. Tal fue el caso de José Luis Manzano, que pasó de ser el Ministro del Interior promotor de la privatización de YPF, a ser dueño de una petrolera que se quedó con las concesiones.

El sicario de la casta

“Soy economista jefe de un grupo muy importante, Corporación América. Eurnekian es un grande, un verdadero empresario”. De esta forma, Milei le explicaba a Mirtha en 2019 a qué se dedicaba. 

Durante décadas, ‘el enemigo de las corporaciones que manejan el país’ trabajó en Corporación América, la empresa concesionaria de todos los aeropuertos del país, y otras cosas más (energía, minería, alimentos, tecnología, finanzas e inmuebles). 

En octubre de 2019, Eurnekián ingresó a la Academia Nacional de Ciencias de la Empresa, donde manifestó que: “si Alberdi dijo que gobernar era poblar, hoy el futuro nuestro es robotizar”. Un año más tarde, Eurnekián fue condecorado con la Orden del Imperio Británico por su trabajo y colaboración en Malvinas.

Su hijo político, Javier Milei, emerge de su propia costilla y con una prédica sobre destruir la propia casta que le dio vida. 

Javier se considera austríaco, una concepción nacida a fines del 1800, que vino a destruir la economía clásica del trabajo y la producción, para reemplazarla por una donde lo que prima es la voluntad suprema del individuo y la subjetividad del valor que tiene cada uno respecto al mundo. Las mercancías no valen por el trabajo que cuesta producirlas, sino por el precio que alguien está dispuesto a pagar. 

La rebeldía y energía que supo llevar a gran parte de la juventud hacia las corrientes libertarias, sin que ésta última entendiera bien de qué se trataba la Escuela Austríaca2 de economía, poco a poco se diluyó. El candidato “loco” con tintes rockeros se burocratizó lentamente. El León se fue transformando paulatinamente en otra morsa política. La expresión más clara de ello fueron las incorporaciones del mes de mayo de Roque Fernández y Carlos Rodríguez a La Libertad Avanza. 

Al centrarnos en la designación de Roque Fernández como parte del equipo económico de Milei, se evidencia la cristalización de un cambio de paradigma en el armado político: sale Austria, entra Chicago. De la libertad ahora se ocupan los bancos. Se suma a este armado “libertario-austríaco” a quien supo ser el presidente del Banco Central durante el mandato de Carlos Menem. La irrupción total de la Escuela de Chicago3 en nuestro país.

Poco tiene que ver la Escuela Austríaca con la Escuela de Chicago, aunque se intente ubicar ambas corrientes dentro del liberalismo económico. Mientras la primera aboga por la autorregulación de la voluntad humana en su individualismo más profundo, la segunda ordena la economía desde la moneda: no importa lo que quieren los individuos, importa lo que quieren los bancos. 

Cuesta explicar, entonces, que el ex presidente del Banco Central lleve adelante el programa económico de un candidato cuya principal propuesta fue la de “destruir” dicha institución. Sin embargo, entre tantas dudas, encontramos una certeza: ninguna de las dos corrientes de pensamiento tienen como eje la industrialización del país ni el rol del trabajo como creador de valor. 

Hacia dónde no va la mano

Lo que es fácil observar en el espectro libertario, se convierte en insoportable y patético al verificarse en el resto de los sectores del sistema político. 

De la mano con la rienda represiva, los postindustriales también hicieron su aparición en los partidos nacionales, de la mano de los eternos caballos de troya de la renovación y el progresismo. La nueva izquierda global nos proponía en una década ser unipolares, y en la otra multipolares4. Eso sí, todos unidos detrás de alguna de las cadenas de suministro global. La industria siempre es de otros. 

Algunos desde la izquierda más radicalizada, explican que sólo resta pagar subsidios universales para que todos puedan consumir. “En el capitalismo del siglo XXI, la concentración es irremediable y la robótica impedirá que haya trabajo para todos”. 

Curioso es el caso reciente de Esteban Bullrich, quien busca alcanzar un gran acuerdo nacional entre todos los sectores políticos. Lo particular es que entre los 12 puntos propuestos en ningún momento se menciona, siquiera, la palabra “industria”. 

Sin embargo, la sorpresa termina de coronarse en el escenario continental. A fines de mayo, se realizó en Brasilia una cumbre convocada por el presidente de Brasil, Lula da Silva, con el objetivo de “relanzar” -sin decirlo- la Unión de Naciones Suramericanas. Nuevamente. 

Se habló de todo y nunca se mencionó la maldita palabra “industrializar”. 

Entre las distintas voces de la geopolítica, existe un consenso en torno al juicio de la UNASUR como un proyecto fracasado, al menos en el largo plazo. 

La explicación que suele encontrarse en las corrientes de pensamiento globalizadoras, se basa en argumentos tales como “la UNASUR no logró consolidarse como un espacio supraestatal”, o bien encuentran razones en la “sobreidologización del bloque”. 

Ninguna de estas visiones, fruto de análisis del globalismo, nos ayuda a entender un trasfondo más profundo de esta problemática, relacionada a la decisión soberana de industrializarse o sumarse a algún tren que nos garantice divisas. 

Al realizar un racconto histórico sobre los hechos ocurridos dentro de la UNASUR vemos que, contraponiendo las propuestas surgidas por actores secundarios y los proyectos finalmente realizados, se evidencia una tendencia hacia la realización de los intereses de Brasil. 

El país que representaba en ese entonces el propio Lula da Silva sobresaltaba dentro del bloque por su envergadura económica y su presencia en el tablero internacional (orgulloso desde los Brics5, solicitaba una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU).

Al observar el peso de Brasil en la región, resulta interesante detenerse sobre sus intereses al momento de crear la UNASUR junto a Argentina y Venezuela. Brasil ha tenido por objetivo (principalmente bajo el mandato de Lula) erigirse como un actor protagónico en la política globalista multipolar. 

Debía buscar legitimidad a través de un rol que mereciera su lugar en el tablero mundial. Es así como su estrategia de inserción internacional lleva consigo la institucionalización de la región. Para ganar peso a nivel global, Brasil debe mostrarse como el representante de su vecindario, con una esfera de influencia. 

Si el Itamaraty6 hubiese buscado levantar la voz como líder latinoamericano, chocaría con la fuerte presencia de México en Centroamérica. Por ello, redefinió su área de interés a Sudamérica, donde contaba con amplias ventajas para liderar el proceso de integración. La UNASUR venía a “ordenar la casa”, ya que Lula da Silva no podría buscar la legitimidad como líder de una región desorganizada.

Ahora bien, en la política internacional, no se trata únicamente de liderazgo carismático e imagen. La materialidad debe respaldar el poder blando. Es aquí donde debemos ubicarnos para entender el pasado, presente y posible futuro de la UNASUR y de nuestra región. 

Brasil ha logrado diversificar su producción económica a partir de un progresivo y fuerte crecimiento industrial, aumentando enormemente la participación de sus manufacturas en las últimas décadas. Del mismo modo, ha mostrado una política de estado en torno a la internacionalización de sus empresas y a la expansión de sus grupos económicos. 

Sin embargo, la industria brasileña no cuenta con autosuficiencia energética y, como hemos resaltado en otros artículos, la energía es una carta vital en el desarrollo de las economías del mundo de hoy, y más aún, lo será en el futuro. 

La preocupación de Brasil radica en garantizar el suministro de energía a precios competitivos para fortalecer su entramado industrial, lo cual coincide con un momento histórico de confluencia con los gobiernos de Venezuela y Bolivia, principales fuentes de suministro de gas y petróleo en la región. 

Por su parte, Argentina, Ecuador, Uruguay, entre otros, buscaban promover la cooperación regional, generando un escenario propicio para que Brasil impulsara una institucionalización que garantizara el fortalecimiento del Mercosur. 

Una de las iniciativas de Brasil fue la “integración infraestructural”, cristalizada a través del IIRSA, una propuesta de cooperación institucional a nivel regional “con el objetivo de construir una agenda común para impulsar proyectos de integración de infraestructura de transportes, energía y comunicaciones”. 

El proyecto del IIRSA se trasladó al seno de la UNASUR mediante el Consejo de Infraestructura y Planeamiento de la Unasur (COSIPLAN), resultante de la Tercera Cumbre de Jefes de Estado en el año 2009. Sin embargo, ninguna de las propuestas más radicales del otro actor central en la UNASUR, Hugo Chávez, fueron llevadas a cabo efectivamente. A modo de ejemplo, la integración militar en un ejército común (una suerte de “OTAN Sudamericana”), o la creación de un “FMI Sudamericano”.

Al analizar estas propuestas desde la óptica del interés brasilero, nos damos cuenta que chocan con el nivel de autonomía que Brasil buscaba en el plano internacional. La cuenta, entonces, resulta fácil: cooperación en aquello que sirva a su desarrollo industrial, y obstrucción para los proyectos que amenacen su proyección global. 

¿En qué estamos hoy? El 30 de mayo Lula da Silva convocó a una cumbre para revitalizar la UNASUR. Las necesidades e intereses de Brasil siguen siendo los mismos: posicionarse como líder de una región que elige ser postindustrial y suministrar bienes primarios. 

Las empresas y grupos económicos brasileros siguen alimentando su nivel de internacionalización, pero la energía no abunda. ¿Será entonces, esta renovada UNASUR, un intento por retomar el mismo esquema de principios de siglo? ¿Cuál será el rol de nuestro país en ella? La construcción del Gasoducto en Vaca Muerta apunta a abastecer de gas a la industria de San Pablo, ¿cómo vamos a competir nosotros?

En la discusión sobre cómo encarar esta aparente “nueva ola integracionista” resulta central volver a la dicotomía entre una Argentina industrial y una Argentina postindustrial, donde se definirá la búsqueda de un país federal y con pleno empleo, o la sentencia eterna a la provisión de materia prima sin valor agregado.

En un camino alternativo, la industrialización del continente supone la necesidad de integrar el área de los pueblos hispanos de América, donde las economías son complementarias, como paso paralelo y fundamental para la posibilidad de alinear expectativas y proyectos comunes con Brasil. 

Los proyectos logísticos para la integración regional de los posindustriales, redundan en simplificar la logística del suministro global de materias primas, con peaje de la industria brasileña de por medio. 

Para finalizar, urge la necesidad de proteger las industrias locales frente a la penetración de manufacturas de bajo precio que pueden destruir el trabajo y la integración con nuestros países hermanos, en un mundo donde la competencia por quién produce y quién trabaja volvió a implicar la escalada militar de las potencias. 

A continuación, el link de descargas de un archivo de las noticias, cuadros y extractos relevantes del mes que pasó.

Citas

1(Madrid I y II) Acuerdos celebrados entre 1989 y 1990 donde la Argentina y el Reino Unido regularon las relaciones políticas, económicas, diplomáticas y militares entre las dos naciones luego de la Guerra Nacional de Malvinas. Los mismos consolidaron la política de ocupación colonialista británica sobre los territorios australes.

2Escuela de pensamiento económico heterodoxo basada en el concepto de que los fenómenos sociales resultan de las motivaciones y acciones de los individuos. La escuela austriaca se ha caracterizado por su fuerte crítica hacia las teorías económicas neoclásicas, marxistas, keynesianas y monetaristas. Tiende a autodefinirse como «la ciencia económica del libre mercado»

3Corriente de pensamiento económico partidaria del libre mercado, aunque dentro de un régimen monetario estricto, definido por el gobierno. Las teorías de la Escuela de Chicago están detrás de muchas de las políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional; instituciones que se caracterizan por su apoyo al llamado Consenso de Washington.

4Un sistema es unipolar cuando existe un solo estado que prepondera en términos de capacidades militares y económicas. Desde el fin de la Guerra Fría se estimaba que ese único polo de poder se encontraba en los Estados Unidos. Por su parte, el mundo multipolar actual alude a una distribución múltiple del poder entre diversos actores, sean o no Estados, dentro de un contexto de interdependencia, en el que todos se necesitan mutuamente.

5La sigla BRICS se utiliza para nombrar al conjunto formado por Brasil (B), Rusia (R), India (I), China (C) y Sudáfrica (S). Se trata de las cinco naciones con economías emergentes o recientemente industrializadas más importantes del planeta.

6Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil. Vease https://www.gov.br/

Un comentario sobre “Industrializados o dominados. Resumen mensual de noticias #5”

Deja una respuesta