IAME: La soberanía sobre ruedas | Sucesos de la Historia #3

Escribe Marian Hume
Ilustra Jazmín Arribas

Sobre las rutas bonaerenses aún se ven pasar como reliquias. Son pocos, pero persistentes. Alguna vez fue la camioneta preferida del campo argentino, la pick up por excelencia. Su nombre es El Rastrojero y su iconicidad es la huella de un sueño de industria nacional. 


Mucho antes de que esta historia fuese la chatarra de una narrativa desguazada, la provincia de Córdoba hervía de acero. Su origen tuvo lugar un 28 de marzo de 1952, bajo el  gobierno de Juan Perón, cuando se creó Industrias  Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME), con el propósito de construir motos, automóviles, aviones y tractores -entre otras cosas-.

Nunca el sueño del desarrollo industrial había sido tan real: el complejo de fábricas -que se componía desde la producción de hélices, pasando por motores a reacción, coches, tractores, hasta paracaídas- contaba con 12.000 operarios más personal administrativo. 

El hito de su creación devino tras el primer plan quinquenal y la idea de poseer una industria nacional a bajo costo y de fácil fabricación, despertaba una competencia feroz y  metalmecánica en contexto de posguerra. En un principio modelando los coches ya existentes de marcas europeas, pero ante la negativa de las licencias para su fabricación, sobrevoló el desafío de crear autos nacionales siguiendo la línea de ingeniería alemana. 

Las actividades comenzaron en la ex Fábrica Militar de Aviones en Córdoba y se realizó un esfuerzo titánico de recursos humanos para reorientar una industria dedicada a la aeronáutica desde 1927, para reconvertirla en una fábrica de vehículos civiles.

Pero ¿Por qué la aeronáutica? 

EL OTRO SAN MARTÍN 

El gobernador de Córdoba, Brigadier Juan Ignacio San Martín, se presenta ante el presidente Juan Domingo Perón. Es el año 1951 y todavía no hay una idea muy definida de cómo abordar el asunto de la industria automotriz. Las reuniones con los empresarios del sector fracasan, no hay manera de fabricar coches en el país.

San Martín, menor de 23 hermanos, doctorado como ingeniero militar en Italia y jefe de la aeronáutica argentina, traía la solución bajo su ala. Ahora el IAME no sólo se haría cargo de investigar, fabricar y reparar material aeronáutico, sino que también promocionaría el desarrollo y la producción de diversos automóviles de carácter nacional sobre la infraestructura y pertinencia preestablecida de las fábricas militares.

Así, se constituye como una empresa del Estado con un préstamo del Banco Industrial de la República Argentina. Y como la empresa no depende del presupuesto nacional, no le queda otra que ser rentable. El sueño estaba en marcha: un complejo industrial nacional y autárquico.

LA SOBERANÍA SOBRE RUEDAS

El coche emblema que comienza a fabricarse en el IAME es un Sedán, vehículo familiar de dos tiempos, económico, también popularmente conocido como El Justicialista. Paralelamente, y sobre la misma base, se diseña una chatita utilitaria bautizada Institec. 

Bajo la premisa de un auto urbano y familiar, se trabaja un modelo Sport. Todavía son tiempos convulsionados y la incipiente guerra fría ofrece una tercera contienda mundial en bandeja. Por esto mismo, ningún sueño se quiere ver truncado. Y mientras la guerra de Corea dibuja la medianera de oriente, en Argentina se crea un auto de fibra de vidrio para no depender del acero en una posible desbandada internacional. 

Sucede entonces que en 1953 el IAME, con su Justicialista Sport, será la vanguardia de la carrocería de plástico reforzado junto al Corvette de la General Motors de Estados Unidos: son los únicos dos modelos en el mundo.

El noticiero cinematográfico por excelencia de la época “Sucesos Argentinos”, avanza con su cámara y en un “travelling in” -perdóneme el término cinematográfico, pero por esos momentos éramos potencia regional en ese orden- muestra cómo los operarios abandonan el complejo tras su jornada laboral: algunos lo hacen en un Justicialista, otros en esa chatita -que ya tendrá su popular oportunidad- y otros en sus PUMA. 

Puma o Pumita era la moto del momento, una fidelidad de dos ruedas y 98cc, un orgullo íntegramente nacional hecho por y para la clase trabajadora.

Pronto por las calles de las principales ciudades del país correrá la soberanía sobre ruedas.

TORO Y PAMPA

Cuando todavía muchas familias rurales empujaban el arado a pura fuerza, y en el mejor de los casos a caballo, la opción nacional se convirtió en un accesible tractor de ocho velocidades fabricado en la provincia de Córdoba: el Pampa. Desde 1952 hasta 1963 se fabricaron un total de 3760 unidades, siendo el brazo de hierro de 500 kg para el campo argentino, compitiendo con el Fiat 55, el John Deere o el Hanomag.

Durante estos procesos de fabricaciones y prototipos urbano-rurales, en la provincia de Córdoba, el IAME logró que los trabajadores encontraran un nicho de trabajo calificado en una industria novedosa, lo que modificó las aspiraciones y proyecciones de toda una generación de laburantes en el tejido productivo.

Por otro lado, el proyecto de San Martín, auguraba que el complejo se convirtiera en una madre de fábricas de carácter estatal y que un conjunto de empresas medianas fueran proveedoras de material rodante, modelo que sí pudo lograr con el Rastrojero.

En 67 días y 67 noches, el brigadier San Martín dio forma a una chatita totalmente utilitaria, con un motor de tres tiempos recuperado de un tractor Empire rescatado por el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), con formas lisas y amplios guardabarros, con una caja de madera que se abría de sus tres lados y con un nombre inmortalizado en la cultura popular argentina: El Rastrojero. 

Desde su nacimiento hasta su cierre definitivo en 1980, el Rastrojero fue líder en el segmento pick up gasolera, con el 80% del mercado cautivo, marcando un techo en los precios de sus competidoras. Las diferentes series de la chata no perdieron nunca su centro vital: una carrocería simple, con un motor de cuatro tiempos fácil de arreglar y diseñado para las rutas nacionales. Sin embargo, fleteros y corralones también la tomaron como su vehículo preferido.

Se exportaban a Chile, Bolivia y Perú, en Uruguay había una ensambladora y para 1973 se armaría una fábrica en Cuba. Y si bien logró sobrevivir al desguace de las sucesivas dictaduras des-industrialistas, corrió una mejor suerte que sus pares descontinuados por la libertadora, hasta que Martínez de Hoz le dio fin al sueño.

OXIDACIÓN 

En detrimento de coches, motos, tractores, asfaltadoras y bicicletas, la dictadura de Aramburu y Rojas, se adhirió vertiginosamente a la doctrina de seguridad nacional (DSN) impuesta por los Estados Unidos. Se descontinuaron los modelos nacionales de automóviles y se redujo la capacidad de aviones, limitando su producción al punto de llevar un país en punta de manufactura aeronáutica en América Latina, a dejar maquinaria prácticamente obsoleta. 

La DSN era una lógica de principios imperiales que auguraba, en la creciente guerra fría contra el comunismo, que el enemigo ideológico estaba dentro de las naciones. Y el peronismo, por su osadía a una soberanía industrial, era un objetivo clarísimo dentro del radar de los enemigos de la mega potencia que vomitó la posguerra. 

En este nuevo orden mundial, el relojero fabricaría un tiempo a su medida: el plan Marshall concedía permisos geopolíticos para trazar dos barreras de hierro definitivas contra China y la Unión Soviética. Los elegidos serían la industria europea, encabezada por la ingeniería alemana, y del otro lado, los japoneses, los taiwaneses y posteriormente los coreanos del sur. 

Argentina con su tímida industria incipiente no era más que una impertinencia que debía ser volteada. ¿Cómo que no queríamos ser más que un gran campito de materias primas? La etapa conocida como el desarrollismo combinó una desprolija modernización con componentes de industrias norteamericanas, pero dejando tierra fértil para el desmembramiento que seguiría su cauce con las subsiguientes dictaduras, hasta convertir el IAME en un bonsai.

El brazo armado de la oligarquía, es decir, su ejército de arrastrados, hizo el trabajo a la perfección. Siguió las órdenes de sus comandos cipayos y se arrodilló a las condiciones que imponía Estados Unidos. 

A esta altura, la oligarquía era la visión de una chapa oxidada, secundada por la ceguera de un mundo decimonónico. Las aspiraciones de un país potencia con un grano de trigo no solo eran de otro siglo, sino que convertían a la Argentina en una especie de filosofía del provincianismo cipayo, como marca registrada.

El IAME se desarmó y se rebautizó como Industrias Mecánicas del Estado (IME). La nueva denominación reflejó los cambios políticos que tuvieron lugar en Argentina y el nuevo enfoque de la empresa como un fabricante de maquinaria y equipo industrial, en lugar de ser un productor de vehículos militares.

Bajo el nombre de IME, la empresa también se involucró en la producción de componentes para la industria aeronáutica y espacial.

En la década de 1960, la IME se fusionó con otras empresas estatales para formar la empresa mixta «DINFIA» (Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas), que se convirtió en un importante fabricante de aviones en Argentina. Y lo que fuera un sueño, se volvió una pesadilla tan gradualmente que no nos dimos cuenta. 

En 1956 el IAME se fusionó con Kaiser Motor Corporation de Estados Unidos y nació Industrias Kaiser Argentina (IKA). Si en esta nota nombro la fabricación de algunos modelos que fabricó IKA, la nostalgia de algunas generaciones atrás explotarían el termómetro: el Jeep de Willys-Overland Motors; el modelo Rambler y todos los IKA-Renault que vinieron a construir y expandir a la automotriz francesa cuando la fusionada argento-estadounidense no dio para más en 1967.

El Rastrojero siguió derechito y dominando el mercado de las pick up como ya nombramos más arriba. Retacón y sencillo. Fue el símbolo de la excelencia rural y también el símbolo de la muerte de un sueño posible. La pesadilla tenía un rostro andrajoso, con orejas de Gremlin y una voz aguda e irritante. Su apellido patricio cobró también otro significado: el liberal que arrolló con lo poco que nos quedaba.

El sepulturero final de un progresivo desguace fue Martinez de Hoz, cuando en 1980 cerró la fábrica de Rastrojeros y terminó de completar los objetivos a las órdenes del norte. Peor suerte corrieron las fabricaciones militares, que tras la derrota en Malvinas nos vimos obligados a desarmar progresivamente nuestras manufacturas aeroespaciales.

La Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA), debió someterse continuamente a trabajar en colaboración con Lockheed Martin, una de las mayores empresas norteamericanas de defensa y tecnología, ubicada en Columbine, EEUU, donde se dieron los históricos tiroteos de 1999 en una escuela secundaria.

No nos vamos a detener en los crímenes privados de Lockheed Martin en Serbia o en Irak, por ahora. Vayamos a una ruta del conurbano, de Santa Fe o Córdoba.

Estemos atentos cuando vemos una chatita un poco vieja, miremos bien que capaz es un Rastrojero, y si con seguridad lo es, acerquémonos a hablar con quien lo conduce. Charlemos, preguntemos por la historia de aquel inoxidable y mantengamos vivo el sueño industrial, volvamos a contar que alguna vez se pudo.

Y así algún día, quién sabe, la soberanía vuelva a andar sobre ruedas.

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