Hipólito Yrigoyen y el origen del Movimiento Nacional

El mayor legado de su primera presidencia fue la creación de YPF, primera empresa petrolera estatal del mundo por fuera de la URSS, fundada en 1922. Presidida ejemplarmente por Enrique Mosconi, YPF rompió el trust internacional controlado por la estadounidense Standard Oil de la familia Rockefeller y la Royal Dutch Shell de las coronas británica y holandesa y luego serviría de ejemplo a imitar para países vecinos y lejanos.


Por Alejandro M. Villa – Abogado UBA

1852 fue el año en que el curso de la historia argentina comenzó a definir su camino. En febrero, el Ejército Grande del Gral. Urquiza, aliado con las tropas unitarias y el ejército brasilero, provocó la derrota y el destierro de Juan Manuel de Rosas. En septiembre, Buenos Aires, bajo el liderazgo del Gral. Bartolomé Mitre, orquestó la separación de la provincia del resto del país, lo que sería un preludio de la Batalla de Pavón que sellaría para siempre el dominio del puerto porteño. En el medio, el 12 de julio de aquel convulsionado año, nació en el seno de una familia marcadamente federal y rosista, en el barrio de Balvanera, Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen. Don Hipólito para los amigos. Su abuelo mazorquero, Leandro Antonio Alén, fue ejecutado y colgado en la antigua Plaza de La Concepción por su pertenencia al bando perdedor. El tenebroso espectáculo fue observado por su hijo Leandro Nicéforo, que aterrado por el hecho y cansado de ser el “hijo del mazorquero ahorcado”, años más tarde modificó la letra final de su apellido y así quedó el Alem que todos conocemos. Su hermana Marcelina Antonia se casó con el vasco francés Martín Yrigoyen Dodagaray y de ese matrimonio, unión de una familia hacendada pero perseguida por el régimen y un inmigrante cuidador de caballos, nació el caudillo. Balvanera, por entonces límite de la ciudad, zona de orilleros, compadritos y cuchilleros donde había que arreglárselas solo y como se pudiera, sumado al mote de “nieto del mazorquero”, fueron formando una personalidad retraída, silenciosa y solitaria, proclive a los misterios que lo acompañaron durante toda su vida. De la mano de su tío Alem empezó a interesarse por la política y obtuvo su primer cargo como comisario del barrio con tan solo 20 años de edad mientras cursaba la carrera de abogacía en la Universidad de Buenos Aires. Un tiroteo entre grupos del Partido Autonomista en su jurisdicción le costó el puesto, el partido se quebró y así tío y sobrino fueron a parar al recién creado Partido Republicano, por el cual fue elegido diputado provincial en 1878, y nacional en 1880 de vuelta en el Autonomismo bajo el liderazgo de Julio A. Roca. Durante los años siguientes, ejerció como profesor de historia, fue designado Presidente del Consejo Escolar de Balvanera y realizó inversiones rurales en el interior de la Provincia de Buenos Aires y en San Luis, con las que logró una considerable fortuna para destinar a sus proyectos políticos.

TIEMPO DE REVOLUCIONES. “RÉGIMEN Y CAUSA”.

Luego de varios años dedicado a sus asuntos personales y de haber adquirido una importante formación filosófica con las obras del idealista alemán Karl Krause y su eje en la ética, el bien por el bien mismo y la voluntad como virtud principal del hombre, Yrigoyen volvió a la escena pública durante la presidencia de Miguel Juárez Celman con un claro propósito: terminar con ese régimen “falaz y descreído” que se había gestado después de Pavón por el que las clases dominantes hicieron de la Argentina un país con cabeza de gigante en forma de puerto y cuerpo raquítico que veía escapar por los caminos ferroviarios las materias primas que se iban a generar riqueza y trabajo a los centros industriales para volver con la etiqueta que certificara progreso y modernidad. Era la política concebida en función de los grandes negocios de los señores de la tierra, obtenida en fastuosas tertulias de grandes mansiones, y el reparto de cargos entre el núcleo de familias con largos apellidos que colocaron un cerco para que el sistema se cerrara sobre sí mismo. Se autoadjudicaron títulos de propiedad y redactaron un sistema jurídico que diera protección a ese orden cuasi feudal, oligárquico en lo interno y colonial en lo externo porque la oligarquía es aquí dominante y privilegiada mientras sea subalterna del capital extranjero. Es su sustento y se requieren entre sí, forman un círculo perfecto de exclusión y dominación.

Contra esto se alzó el caudillo radical para llevar adelante un proceso de “reparación”. Nada más importante que la creación de una retórica que convenciera a hombres y mujeres surgidos de un pueblo que desbordaba de penurias por los cuatro costados y que no tenía representación. Tan profundo era el sistema de oprobio que el carácter revolucionario resultaba imprescindible para todo aquel que tuviera alguna pretensión reivindicatoria. Primero vino la Revolución del Parque, organizada por la Unión Cívica, que tenía dos grandes facciones. Una a cargo de Mitre y parte de la alta sociedad porteña que veía deteriorar sus negocios ante la crisis económica y la otra, de carácter popular, bajo la conducción de Alem. El alzamiento tuvo lugar el 26 de julio de 1890 en la Plaza de la Artillería, hoy Plaza Lavalle, pero no logró su cometido y fue sofocado por las fuerzas oficiales, si bien determinaron la pronta renuncia del presidente y su lugar fue ocupado por el vice Carlos Pellegrini. Puede pensarse como un fracaso en los hechos, lo que no se puede ignorar es que sembró una semilla que empezaba a germinar. “La revolución no ha sido vencida porque acontecimientos de tal carácter en la vida de los pueblos no desaparecen, sino que se vivifican las causas que la han determinado. Corresponde convocar a la opinión pública para que pronuncie su juicio sobre lo ocurrido y dé las orientaciones que llevarán impreso el sentimiento público dominante[1]. Y respecto a continuar aliado con Mitre, en quien veía la cara de la vergonzosa invasión al Paraguay: “¿Cómo quiere que yo me haga mitrista? Sería como si me hiciese brasilero[2]. La Unión Cívica se dividió y la facción popular dio origen a la Unión Cívica Radical en 1891 bajo un manifiesto en defensa de la voluntad nacional, por el que Yrigoyen fue elegido presidente del Comité de la Provincia de Buenos Aires. Para el levantamiento de 1893, había tejido una amplia red de correligionarios mediante un proceso que rompió con todos los moldes de la época. El “boca en boca” de pueblo en pueblo por la extensa provincia de Buenos Aires en tiempos en que las distancias se hacían eternas marcan un claro ejemplo de constancia, militancia, y dialéctica. De esta forma, se inmortalizó “la causa” contra el “régimen”. En palabras de Arturo Jauretche: “Había creado un lenguaje y los creyentes lo creían, era una religión política. La causa era la patria, el pueblo, eran todos los que no tenían expresión en el régimen, que era una cosa sucia y turbia, de negociantes que administraban una empresa. Lo falso. Había que crear mitos, no se puede hacer pelear a la gente por instituciones abstractas[3]. Se había encendido la llama del movimiento nacional argentino. Alrededor de 15.000 hombres, en su mayoría peones rurales y oficiales del ejército con ascendencia federal, se lanzaron a la aventura y si bien tomaron algunas provincias como Buenos Aires y Santa Fe, el gobierno nacional logró detener a los armados en la capital y tanto él como Alem terminaron presos en Montevideo.

En 1905 otra vez las fuerzas revolucionarias se levantaron en armas “contra 25 años de transgresiones a todas las instituciones morales, políticas y administrativas”[4] y tomaron Mendoza, Santa Fe y Córdoba. Incluso en esta última se capturó al vicepresidente José Figueroa Alcorta aunque fue liberado a las pocas horas, al igual que Pellegrini en 1893. La comprensión histórica no dejaba dudas: “Soldados, vamos a realizar una cruzada trascendental para la argentinidad, próxima a morir, que es el reverso de Caseros y Pavón”, se le escuchó a un oficial cordobés[5]. Sin embargo, una vez más fueron neutralizados pero algo estaba claro, el régimen empezaba a tambalear.

INTRANSIGENCIA Y LLEGADA AL GOBIERNO

El sistema político daba sus últimos manotazos para sostener el predominio absoluto de las clases privilegiadas, cuyas líneas internas se resumían en Julio Roca como actor central y Bartolomé Mitre como principal opositor, pero siempre dentro del “régimen”. La economía, las finanzas, el transporte y la educación al servicio del orden colonial, eso no estaba en cuestión. Muchas fueron las propuestas que recibió Yrigoyen por esos años para integrarse a dicho sistema pero siempre la respuesta fue negativa. “La revolución la realiza únicamente la Unión Cívica Radical porque así lo marca su integridad y la acción es por la patria y para la patria[6]. Su construcción no paraba de crecer a medida que el país se iba poblando de olas migratorias compuestas por trabajadores europeos y tras el suicidio de Alem en 1896, se había transformado en el líder indiscutible del partido. Su actitud frente a las elecciones de aquellos años fue el de la abstención a su participación y la intransigencia ante cualquier invitación a formar parte del “régimen” hasta tanto se garantizaran las elecciones libres y se respetara la voluntad popular.

Esa abstención dejó al desnudo la enorme falta de representación que tenía la sociedad en la vida política, hasta que al volverse insostenible se logró la sanción de la ley de sufragio secreto, obligatorio y universal, si bien faltaban décadas para llegar al voto femenino. La conocida “ley Sáenz Peña” de 1912. Con ella, aunque con muchas dudas sobre su aplicación, la UCR participó en los comicios legislativos de aquel año y logró algunos triunfos, como en Capital Federal y Santa Fe, y sufrió el acostumbrado fraude conservador en lugares como Salta, Córdoba y Jujuy. Así llegamos a la elección presidencial de 1916, con un Yrigoyen que tuvo que ser convencido, casi obligado, a encabezar la fórmula luego de imponerse en la interna del partido ante el sector “galerita” de algunas familias distinguidas. El 2 de abril, a pesar del secuestro de libretas, votos de gente muerta y todos los obstáculos del régimen, el pueblo argentino se embarcó en la primera aventura de hacerse cargo del gobierno. La larga lucha había valido la pena. El gran frente, integrado por trabajadores urbanos de familias inmigrantes, changarines del puerto, peones rurales, chacareros, jóvenes profesionales, comerciantes, pequeños estancieros y hasta algunas familias tradicionales con pasado federal, había abatido en las urnas al “régimenfalaz y descreído”.

REPARACIÓN Y CONSTRUCCIÓN DE SOBERANÍA

Sin perder tiempo, el embajador británico visitó al presidente electo a fin de hacerle saber que era costumbre consultar con el gobierno inglés la conformación del gabinete, a lo que Yrigoyen respondió: “Es una costumbre que el señor embajador debe dar por terminada[7]”. Así es como “La Nación ha dejado de ser gobernada para serlo por sí misma[8]. El 12 de octubre de 1916, fuera de todo protocolo, llegó en andas a la Casa Rosada. “Parecía el carnaval de los negros”[9], dirían por ahí. Sin un programa claro y con instituciones como el Senado, el Poder Judicial, los grandes negocios y la prensa, controladas por el régimen, el gobierno iniciaba su camino de “reparación”. Para mayor espanto, la administración pública se llenó de hombres comunes, jóvenes en su mayoría y de apellidos desconocidos, de una Argentina que asomaba la cabeza desde el fondo del atraso. Se dispuso la intervención federal de una serie de provincias aún gobernadas por el fraude; la Casa de Gobierno fue abierta al público y la gente de a pie accedía a entrevistarse con el Presidente para dar cuenta de sus problemas. Asimismo, le puso un freno a la represión permanente a las huelgas obreras que crecían día a día ya que habían encontrado una coyuntura favorable a sus reclamos. En ese sentido, se empezó a cumplir con el descanso dominical, el sueldo mínimo, la jornada laboral de ocho horas, el pago en moneda nacional, los contratos colectivos, la conciliación, y se prohibió el trabajo infantil y el embargo de sueldos y jubilaciones. Hasta propuso un Código de Trabajo que el Congreso no aprobó. Al recibir a un grupo de huelguistas en el marco de un conflicto ferroviario, los patrones pidieron inmediata represión y que el ejército se hiciera cargo del trabajo, sin embargo se toparon con la negativa oficial: “Los privilegios han concluido en el país, no irá el gobierno a destruir por la fuerza esta huelga que reclama dolores inescuchados[10]. Por supuesto, los grandes diarios calificaban que “los obreros hoy son los privilegiados”, “es innegable el rencor de clase” o bien, “el capital extranjero ha sufrido una humillación, ahora el gobierno se aclama protector de los humildes[11]. Lógicamente, estas políticas provocaron una reducción importante de la desocupación y un incremento en los salarios, que llevaron al acercamiento de un sector de las fuerzas sindicales. Sin embargo, los sucesos represivos de la “Semana Trágica” de 1919 y lo ocurrido en la Patagonia entre 1921 y 1922 resultan una mancha imborrable en el recuerdo de aquellos años. Puede que el presidente no estuviera convencido del uso de la violencia como método de resolución, pero no escapa a su responsabilidad política el desmanejo sobre los hechos. Las presiones patronales y mediáticas pudieron más y el régimen, como ese diablo que nunca desaparece, metía la cola y golpeaba fuerte en el corazón de la causa.

La juventud universitaria, que peleaba por un sistema de mayor apertura, libertad de cátedras, participación estudiantil en la toma de decisiones y llegar a distintas clases sociales, en oposición a la injerencia clerical y contrario a los principios democráticos, encontró en Yrigoyen un aliado que se hizo eco de los reclamos y, a pesar de algunas dudas iniciales, en 1918 se sancionó la reforma pretendida. Ello, sumado a la construcción de 1.300 escuelas, dio acceso a la educación a cientos de miles de familias que ingresaban al sistema.

En el plano internacional, tal como le había anunciado al embajador antes de asumir, la anglofilia extrema empezaba a terminar y asomaba el americanismo. Se mantuvo la neutralidad ante la Primera Guerra Mundial a pesar de las fuertes presiones del gobierno británico y sus representantes locales en la política, el comercio y la prensa, por comprender que se trataba de una puja imperial por distintos mercados y no una lucha entre la democracia liberal y el totalitarismo alemán como planteaban los voceros, que de todas maneras resultaba completamente ajeno a nuestro país y a la región. Una postura similar se vio ante la naciente Liga de las Naciones: “Es esencial que todos los estados reconocidos sean admitidos y tratados con igualdad, de otra forma sería la Liga de los Vencedores”. Y con increíble premonición: “Versalles fue impuesto por las armas, me temo que surjan caudillos para colocarse al frente de los descontentos y nos lleven a otra guerra más sangrienta[12]. A su vez, se rechazó al Pacto del ABC entre Estados Unidos y Argentina, Brasil y Chile por excluir a las demás naciones sudamericanas: “No puedo aceptar eso que coloca a tres naciones por encima del resto, no me extrañaría que fuese expresión de alguien que nos quiere dividir[13] y como acto de reparación histórica, se declaró extinguida la deuda impuesta al Paraguay luego de su destrucción en la guerra.

Respecto a la economía, es cierto que no se produjo un gran proceso industrial, sino que se puede calificar como un nacionalismo agrario, ya que concretó una mayor intervención estatal en el sector, como lo fue la expropiación de 200.000 toneladas de azúcar ante una fuerte suba de su precio para venderse al costo de producción o bien la caducidad de la concesión de seis millones de hectáreas de tierra en razón de que el latifundio era “un concepto anacrónico que retarda el progreso”[14]. Al no tener control sobre el Senado, los conservadores rechazaron los proyectos de compra de elementos para la producción agraria, de barcos para contar con una marina mercante nacional, la creación del Banco de la República ya que no se contaba con instrumentos financieros propios ante la inexistencia del Banco Central, si bien no se recurrió a la toma de deuda externa, que se redujo en 225 millones de pesos oro y aumentaron las reservas en igual cantidad. Otro importante avance se dio en materia ferroviaria. Retomó el proyecto de Huaytiquina a fin de que las provincias del noroeste tuvieran salida al Pacífico y no debieran adaptarse al “abanico” de rieles que llevaban al puerto de Buenos Aires. A su vez, impidió mediante el veto la extranjerización de la empresa Ferrocarriles del Estado al capital británico que había sancionado el Congreso, ya que era “una herramienta fundamental para el desenvolvimiento social, político y económico de la Nación”. Los técnicos extranjeros fueron reemplazados por argentinos y las empresas inglesas empezaron a ser desplazadas a pesar las feroces campañas de desprestigio. Raúl Scalabrini Ortiz diría: “Yrigoyen inició la lucha contra la dominación ferroviaria por el camino de hacer, con los restos que habían quedado en poder del Estado, una empresa modelo. Hasta entonces, los Ferrocarriles del Estado eran un elemento de comparación que servía para que nuestro periodismo traidor los utilizara para demostrar que los argentinos no saben administrar. La instrucción fue clara: una política ferroviaria que sólo tuviera en cuenta el interés general de la Nación[15].Sin dudas, el mayor legado de su primera presidencia fue la creación de YPF, primera empresa petrolera estatal del mundo por fuera de la URSS, fundada en 1922. Presidida ejemplarmente por Enrique Mosconi, YPF rompió el trust internacional controlado por la estadounidense Standard Oil de la familia Rockefeller y la Royal Dutch Shell de las coronas británica y holandesa y luego serviría de ejemplo a imitar para países vecinos y lejanos. De entrada, irrumpió en escena reduciendo a la mitad el precio del combustible, lo que obligó a sus competidoras a tener que hacer lo propio. La empresa fundó pueblos y llevó vida y trabajo allí donde solo había abandono.

RETORNO, PERSECUCIÓN Y GOLPE

Luego de la presidencia de su sucesor “galerita” Marcelo T. De Alvear, Yrigoyen volvió al gobierno en 1928 y lo hizo con una obsesión central para completarlo iniciado con YPF: la nacionalización del petróleo. “La riqueza de la tierra como la del subsuelo mineral de la República no puede ni debe ser objeto de otras explotaciones que la de la Nación misma[16]. Homero Manzi reprodujo un diálogo que tuvo con él:

H.Y. -“Salgo de mi rancho a la edad en que otros se jubilan por mi ley de petróleo, para salvar de garras ajenas y propias los tesoros que Dios desparramó bajo el suelo de esta tierra”.

H.M. –“¿Y la tierra, doctor?”

H.Y.-“Del subsuelo al suelo hay un tantito así”.

H.M.-“Ese día palpé el fondo revolucionario de su estirpe”.[17]

Sin embargo, una vez más el Congreso actuó en consonancia con los intereses extranjeros y no aprobó el proyecto. El año 1929 fue protagonizado por la crisis global que desplomó los precios internacionales y nuestra producción primaria no fue la excepción. El nacionalismo agrario no encontró respuestas y el contexto favoreció el avance de los sectores dominantes que deseaban retomar el gobierno. El régimen atacaba con todas sus fuerzas. Los principales diarios trataban al presidente de “anciano despótico”, “caudillo senil y bárbaro” y aclamaban “renuncia o guerra necesaria”, “Democracia sí, dictadura no”, “muera la Mazorca”, “el gobierno más inepto e inmoral que ha regido este suelo”, “un paso atrás hacia la barbarie[18]. La situación se volvió incontrolable y el 6 de septiembre de 1930, apoyado de derecha a izquierda y legitimado por la Corte Suprema, se inició un ciclo de golpes cívico-militares que ocupó gran parte del siglo XX en nuestro país y en la región. Yrigoyen, según Scalabrini Ortiz, pecó de haber gobernado bajo las mismas instituciones del régimen, tal vez creyendo que en algún momento el país entero se iba a unir en favor de su propio destino, y de no haber desarmado el núcleo de poder de la oligarquía[19], aunque no podemos afirmar que se contara con la fuerza social necesaria para hacerlo. Así es que fue derrocado, su casa destruida, fue acusado de todos los males habidos y por haber y encarcelado en la isla Martín García. Otros dirigentes de la UCR siguieron la misma suerte y el partido fue proscripto para las elecciones del año siguiente. La década infame había llegado. El gobierno se volvió a poblar de los viejos apellidos del régimen, al que se sumaron directivos de las principales empresas extranjeras y se abrió paso a un períodode profunda entrega y sumisión. El sector revolucionario del movimiento radical intentó reponer el orden democrático y se alzó en armas como en las viejas épocas. Esta vez en Paso de los Libres pero sin éxito. “Frente a la dictadura de Justo y de las grandes compañías, incitamos a acompañarnos en esta cruzada rebelde y renovadora por la democracia y la independencia política y económica la Nación. ¡A las armas! ¡Viva la Unión Cívica Radical[20].

El 3 julio de 1933 Hipólito Yirigoyen murió en su casa, enfermo, perseguido por el poder pero acompañado por la juventud militante y viejos correligionarios que lo contuvieron hasta el final. “Son las siete y veinte de la tarde. Se abren los balcones, la multitud comprende. Miles de corazones se han puesto a latir y miles de ojos se han puesto a llorar. Todos se quitan los sombreros, algunos se arrodillan. Acaba de morir el defensor más grande que haya tenido la democracia en América Latina. Pero no ha muerto; ¡vive, ciudadanos! ¡Vivirá siempre! ¡Viva el Doctor Hipólito Yrigoyen. Acto seguido, la multitud entona las estrofas del himno nacional argentino[21], describió el historiador Manuel Gálvez. El pueblo, conmocionado, comenzó a exigir un velatorio acorde a su grandeza y así, según el diario Crítica, luego de años de haberle hecho la vida imposible, reconoció que “500.000 almas emergiendo de la raíz honda del pueblo formaron un solo brazo para levantar, acariciándolo, el ataúd del último caudillo”. Pudo tomar distancia de La Prensa, que con su odio habitual apenas tituló “Ha muerto un ex comisario de Balvanera[22].  Por otro lado, Scalabrini Ortiz expuso: “Un millón de argentinos lo llevó a la tumba con ese dolor de pueblo que ha perdido a un amigo[23]. Don Hipólito fue velado durante sesenta horas en su hogar y su cajón fue llevado en andas, al igual que había llegado a la Casa de Gobierno, hasta el cementerio de Recoleta.

Años más tarde, esa militancia revolucionaria daría origena la Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina (FORJA), la primer gran usina de pensamiento nacional, que como puente histórico y a través de sus escritos formaron a una generación de patriotas que lograron poner fin a la infamia de esos años y en cabeza del Coronel Perón retomaron el camino, todavía inconcluso, iniciado por Yrigoyen pero cuyo espíritu de lucha y de constancia aún vive en el corazón del pueblo argentino.


[1]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 29.

[2]Del Mazo, Gabriel Cuadernos de Forja, El Pensamiento Escrito de Yrigoyen, pág. 93.

[3] Ídem, pág. 95.

[4]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 44

[5] Ídem, pág. 45

[6] Ídem, pág. 46

[7]Scalabrini Ortiz, Raúl Yrigoyen y Perón, pág. 55.

[8] Del Mazo, Gabriel Cuadernos de Forja, El Pensamiento Escrito de Yrigoyen, pág. 92

[9]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 68.

[10] Ídem, pág. 83

[11] Ídem, pág. 84

[12] Del Mazo, Gabriel Cuadernos de Forja, El Pensamiento Escrito de Yrigoyen, pág. 100

[13] Ídem, pág. 101.

[14]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 81.

[15]Scalabrini Ortiz, Raúl Yrigoyen y Perón, pág. 61.

[16] Del Mazo, Gabriel Cuadernos de Forja, El Pensamiento Escrito de Yrigoyen, pág. 105.

[17]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 153.

[18] Ídem, pág. 160

[19]Scalabrini Ortiz, Raúl Yrigoyen y Perón, págs. 65-68.

[20]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 162.

[21] Ídem, pág. 186.

[22]Galasso, Norberto, Don Hipólito, pág. 188

[23]Scalabrini Ortiz, Raúl Yrigoyen y Perón, pág. 68.

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