El ruido de los olvidados: la importancia de los prescindibles

De los puntos más infecciosos de la humanidad brotan obras de arte con un poder de transformación sin precedentes, es nuestra responsabilidad poder cuidar a aquellxs que son responsables de ellas.


Por Joaquín Bañuelos

@polska.musica

Buenos Aires, Argentina y el mundo delinean un paisaje desconcertante, lejos quedó aquella imagen de las grandes metrópolis atestadas y hoy las avenidas parecen rios por los que el agua ya no pasa.

El mundo se re-configura por el impacto de una gran crisis sanitaria, o debiera decir “humanitaria”? ¿Es este el momento en el que un virus nos confina al aislamiento o es solamente un paso adelante en la construcción de ese “ser aislado” que venimos formando entre redes sociales, servicios de mensajería 24 hrs. y la extrema virtualidad mediante la cual nos relacionamos?

Hoy ese abrazo cálido de unx amigx suena a tiempos de gloria de un pasado remoto. Tratamos de adaptarnos a la urgencia del momento reuniéndonos mediante videoconferencias que, dolorosamente, nos sacan (un poco) ese sabor avinagrado que deja la soledad.

El escenario entonces luce casi apocalíptico: la modernidad que ya viene arrasando con nuestros valores como comunidad desde hace más de cien años y confinando nuestra vista al “inmenso” horizonte de nuestro propio ombligo, arrastrando como un río que rompe el límite de su caudal todo a su paso, ahora se reinventa en una escena de ciencia ficción que nos encierra en nuestras habitaciones limitando todo contacto con el “otrx” a una pantalla.

En el mejor de los casos algunxs estarán pasando este “aislamiento social preventivo” (macabro slogan de cuarentena) con algúnx otrx que les dé un poco de calor, o -tenemos que hablar de estos temas también, que digo también: sobretodas las cosas- con su peor pesadilla; siendo ya casi 10 los casos de femicidio registrados desde el inicio de la cuarentena. Otrxs quizás estén sintiendo como las paredes de su departamento se vuelven cada vez más estrechas, asfixiándolos, volcando en su sistema nervioso central grandes dosis de estrés perturbadoras.

En este contexto, aparecemos como única válvula de escape a esta pandemia que, si no te infecta los pulmones, seguro te pone de rodillas contra la ansiedad: lxs artistas.

Abundan en las redes sociales la demanda de canciones, “masterclasses”, cine y series (limitando muchas veces este ítem al reducido catálogo del mainstream “netflixeano”), teatro, fotografía, la pintura, recetas de cocina y literatura entre otras tantas disciplinas que podría seguir enumerando por un largo rato.

Doy por descontado que ante este tipo de situaciones revalorizamos lo épico de dar una vuelta en la plaza con unx amigx, compartir un rato charlando en la vereda con cualquiera y lo glamorosos y transportadores que son los besos y los abrazos que tanto extrañamos. Porque los besos abren portales, y quizás por eso nos quieren lejos.

Ahora, ¿nos pusimos a pensar en lo increíblemente fundamental que se vuelve para cada unx de nosotrxs el arte?

En los últimos veinte años, el presupuesto de cultura de la nación se redujo de manera espeluznante. Entre el año 1998 y el 2007 el presupuesto bajo del 0,9% del gasto nacional al 0,38%; es decir, se redujo a menos del 50%.

Veamos algunas de las consecuencias de este tipo de políticas en los últimos 5 años:

Según señala un informe elaborado por el Centro Universitario de las Industrias Culturales Argentinas (CUICA) de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV), entre 2014 (año en que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner elevó la Secretaría de Cultura al rango ministerial) y 2018 (cuando Macri volvió a degradarla) las partidas presupuestarias para la implementación de políticas culturales públicas tuvieron una caída acumulada del 29%, y del 32%, si se compara con el presupuesto 2015.

En 2018, a la Secretaría de Cultura de la Nación se le asignó un presupuesto de $4.480.607.310, que se incrementó en un 10% para 2019, un porcentaje muy alejado de la inflación del mismo período que alcanzó el 56,7%.
Así mismo en el periodo entre 2013 y 2017 la asistencia a espectáculos bajó un 40% en el rubro del teatro, un 35% en lo que concierne a la música en vivo y un 13% respecto de la asistencia a los cines.

El INCA sufrió recortes del 60% de su presupuesto en el año 2017. Según esta institución para recuperar la inversión de una película de costo medio sería necesario vender 583 mil entradas. En el año 2019 sólo 16 películas alcanzaron o superaron esa cantidad. Si se toman los datos de la asociación de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), estas fueron sólo 13.

Entre 2015 y 2019, según la información recogida por el CUICA, la producción editorial tuvo una caída superior al resto de los sectores productivos de la cultura, que se verificó en cada uno de los puntos de su cadena, desde la impresión de ejemplares a la venta en librerías.

En el caso de la literatura en el primer semestre de 2019 se registraron 18,6 millones de ejemplares impresos, un 55% menos que en 2015. Pero si la comparación se hace con el mismo período de 2014, la caída es superior al 70 por ciento. En 2014 se habían publicado un total de 128 millones de ejemplares; y en 2018 fueron apenas 43 millones, y la caída sigue, progresiva y constante. Según el último informe de la Cámara Argentina del Libro (CAL), y esta merma representa la pérdida de 5000 puestos de trabajo en el sector editorial.

A esta enorme crisis cultural se suma el paso devastador que tuvo la gestión de Mauricio Macri persiguiendo a espacios culturales mediante clausuras ridículas, y destruyendo muchos otros mediante saldos desorbitantes en sus facturas de servicios básicos como luz, gas y agua producto de los tarifazos, confinandolos a su cierre, y así a la quita de la fuente de trabajo para muchos artistas y otrxs actores de la cultura.

En este punto voy a profundizar en el campo en el cual yo mismo me desarrolle: la música; por dos motivos elementales: el primero es que prefiero ahondar con conocimiento de causa y el segundo es que el contacto constante con artistas de otras disciplinas me confirman que este tipo de situaciones es extienden en cada una de las ramas artísticas, con leves o nulas diferencias en cada caso puntual.

Imagínense que tan desolador son las condiciones de trabajo de lxs artistas que reconocemos como un gran mérito de la lucha del colectivo, y sin dudas lo es, la inclusión en la ley de medios sancionada en el año 2009, el hecho de que se garantice que el 30% de la programación en los medios sea música hecha por autores e intérpretes argentinos, y de este 30% solo la mitad sean resultado de producciones independientes.

¿De qué modo pretendemos que lxs artistas se desarrollen y se formen en medio de este escenario absolutamente desolador?

La “tilinguería” siempre estará lista para cuestionarnos, para desprestigiar nuestras profesiones y vaticinar que todo aquello que importamos es mejor por el mero hecho de su procedencia primermundista. Para muestra basta un botón dicen: el tango que ya no escuchamos en nuestras principales emisoras de radio es un género de excelencia en países como Japón, o Alemania.

Los encontronazos de lxs artistas versus la realidad y el contexto social son muchos, no quisiera seguir enumerando ya que no es ahí a donde va el foco de este escrito.

Insisto con que no quiero poner el ojo en lo escabroso de ser un artista en argentina y el acto de heroísmo que eso hoy supone.

Entonces, el cuadro ahora es más claro, hoy una crisis sin precedentes nos lleva a una desestructuración total de “lo conocido”, el mundo que conocíamos hasta hace quince días parece no tener nada que ver con este que inventamos dentro de nuestras casas, y en este nuevo contexto social, económico, y por supuesto cultural, una gran oportunidad: la de no volver más a ignorar todo aquello que nos completa, la de no volver más a ignorarnos.

No sabemos cuánto puede durar este aislamiento social que nos envenena, pero sabemos que cosas no queremos recuperar de aquel pasado reciente en el que la urgencia nos hacía perder de vista lo importante. Y hoy que lo importante es urgente necesitamos resignificar, entre otras cosas, a lxs artistas. Y ojo, cuando hablo de artistas no hablo de aquellos personajes endiosados por la televisión, sino; de nuestros pibes y pibas que participan de  orquestas juveniles a lo largo de todo el país, de mi amigo Juan cantando en la esquina de cabildo y juramento, y de todxs aquellxs que hacen del arte una válvula de escape para la crueldad del mundo.

De los puntos más infecciosos de la humanidad brotan obras con un poder de transformación sin precedentes, es nuestra responsabilidad poder cuidar a aquellxs que son responsables de ellas.

No tengo dudas de que este tipo de reflexiones aplican para un sin fin de modificaciones que debemos aplicar cuando llegue el momento de re-organizarnos como comunidad después de este caos.

Situaciones similares suceden con el ámbito de la salud, la producción de alimentos y en general con todo lo que concierne a “lo público”; que no es más que aquello que es de todxs.

Entonces, ¿vamos a permitir que “lo público” siga estando al servicio del privilegio de unas pocas personas? ¿Seremos capaces de resignificar “lo importante” en nuestras vidas?

Hoy que solo te baja a tierra esa canción, o que el inmenso dolor de la incertidumbre sólo se soporta transitando las líneas de una novela, acordate que detrás de esa obra hay un trabajador de la cultura sobreviviendo a la extinción de su actividad.

No podemos volver a desestimar aquello que nos completa. Cuando la vida nos ponga lejos, busquemos el atajo.

Nota al pie de página: Agradezco a Ricardo Daniel Vernazza por su aporte en este trabajo, y por su lucha incansable por los derechos de lxs musicxs y lxs artistas.

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