Por Marco Stiuso y Ariel Duarte
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Los Baby boomers y la Generación X refieren a aquellas personas nacidas en las décadas del ‘50, ‘60 y ‘70, fechas que para nuestra historia nacional tienen un significado particular.
Un buen día y sin que las noticias lo anunciaran, ambas generaciones cristalizaron el cierre de la bendita grieta que nos acompañó desde el 2008 y “la 125” (1), cuando se anunciaban las retenciones indiscriminadas para todo el sector agropecuario, que desencadenaron cortes de ruta patronales y marchas masivas para defender la democracia.
Una vez desatado el conflicto, la grieta ya era un hecho y permitió a algunos plantar bandera sobre debates profundos, aunque en el fondo, la fragmentación social era directamente funcional a quienes sacan ventaja de la división de los argentinos y argentinas. La fractura civilizatoria adquiere relevancia sobre todo en nuestro caso, cuando disputamos el 61% de nuestro territorio con potencias extranjeras.
La Generación X había sido “la juventud maravillosa” de los ‘70, cuando querían hacer la revolución. Ya en nuestra década del 20, algunos de sus miembros serán recordados como los claudicadores de buenos modales que pretenden sepultar la posibilidad de cambios profundos en nuestra Argentina.
El ciclo del “menosmalismo” iniciado en 2015 fue hábilmente aprovechado por el poder, al construir un falso cuco libertario que hace de cualquier lobo suelto un corderito atado. Una vez más, sectores del progreso nos enseñan sobre la derechización de la sociedad. Para algunos la culpa siempre es del pueblo, al cual le remarcan que la mejor opción es el ala progre de los delfines políticos de Corporación América.
Argentina consolida la matriz económica y social que se intentó tras el golpe del ‘55, se articuló con la última dictadura cívico militar del ‘76 y se profundizó en la década del 90. Ya sin destino propio, la clase dirigente se obnubila por la posibilidad de ser “Argenchina” o la “Australia sudamericana”, y sentencia a su propio pueblo en el tránsito rápido hacia la política del fernet, 70% adentro y 30% afuera, ahora sí, estructural.
Los compatriotas que soldaron el gasoducto cumplieron una tarea sublime y en tiempo récord, y sobre cada costura autógena simbolizaban lo que la dirigencia política nacional había logrado tras décadas de enfrentamientos de cúpulas.
Algunos comentan que tales generaciones ya se venían reuniendo hacía tiempo en una pizzería de Av. Del Libertador; que los sectores económicos nacionales rentistas del agro, la energía y las finanzas habían promovido tales acuerdos desde 2013 cuando se empezó a hablar de Reforma Constitucional; que sus protagonistas del sector político se formaron en la misma cantera liberal de la Ucedé (2) de Álvaro Alsogaray (ex ministro de economía de la dictadura fusiladora); y que el globalismo de los socialdemócratas europeos, el partido demócrata yanki y el partido comunista chino, habían coincidido en los negocios articulados en Argentina a partir de 1976.
Si en algún momento fuimos “todos peronistas”, hoy somos “todos globalizadores”. Algunos eligen una sombra más que otra, pero “la multipolaridad” de los discursos que amaga con promover un polo propio, en los hechos se convierte en multipolaridad de los negocios: la idea no es industrializar la Nación y conformar un polo industrial en hispanoamérica, sino insertarnos en las cadenas de suministro de polos ajenos y como proveedores de materias primas.
La cúpula dirigencial de la Generación X decidió ponerse la camiseta postindustrial y coincidir en exactamente la misma agenda de desarrollo. Quienes nos cuentan que “representan cosas diferentes”, decidieron consensuar en hacer lo mismo. “La única verdad es la realidad”, una frase que parecía vacía, tenía más contenido de lo que creíamos.
Pero a riesgo de ser objeto de insultos de la época, tales como “conspiracionistas”, preferimos empezar a hablar por algunos hechos significativos del cierre de la grieta.
El ‘Consenso del Fernet’
Época electoral: imágenes, spots, alianzas, rupturas y mucho revuelo mediático. Las disputas públicas intentan lanzar cuestiones menores a la escena, mientras se ocultan las convergencias profundas. Algunos por convencimiento, otros por fuerza mayor, y otros por falta de planificación propia: casi todos caen en manos de un mismo esquema económico.
“Es un orgullo para la Fundación Mediterránea contar con el único equipo que tiene un programa integral para la Argentina”, afirma Carlos Melconian, presidente del IERAL (3).
Melconian se había formado en la cantera liberal de Martínez de Hoz, y años más tarde fue uno de los protagonistas del cajoneo de la auditoría de la deuda iniciada en el Banco Central durante el Ministerio de Economía de Bernardo Grispun. Luego trabajó como delfín de Cavallo en la Convertibilidad a lo largo de las etapas de Menem y De La Rúa, y se recicló como candidato eterno del Pro naciente: era la garantía neoliberal que ofrecía Mauricio Macri hacia los banqueros. Años más tarde, ya en el gobierno de Cambiemos, presidió el Banco Nación y promovió parte del irresponsable endeudamiento al que se llevó al país, así como a los ciudadanos mediante los créditos UVA, la nueva Circular 1050 (4).
Con un estilo llano y persuasivo, Melconian fue elegido por el grupo de compañías privadas que dirige el IERAL y la Fundación Mediterránea, el mismo lugar que ocupó Cavallo, a fin de elaborar un plan económico que sirviera de plataforma no escrita de todos los candidatos a Presidentes en 2023. Sí, todos, incluido el oficialismo que tiene como jefe economista a uno de su propia banda, Rubinstein.
Aunque aún es poco lo que se conoce sobre las medidas propuestas, sí están claros los lineamientos generales del plan económico del IERAL: institucionalizar la bimonetariedad (el anhelo de las “clases magistrales”); nuevo acuerdo con el FMI; reajuste de tarifas; nuevo régimen cambiario; reformas laborales, previsionales, tributarias, de AFIP, Aduana y del estado; estabilización para bajar la inflación (sin decir cómo). Además, contempla la modificación de la carta orgánica del Banco Central y leyes vinculadas al sector energético.
Ahora bien, resulta interesante enfocarse en lo que busca este plan económico que nadie pudo ver en detalle. Cuando se establecen los horizontes, se evita cualquier palabra que refiera a la industria. En su lugar, casi como intentando reemplazar la importancia central que tienen las manufacturas en el destino de un país, escuchamos los conceptos de “desarrollo” y “producción”, mucho más amplios y difusos. No habría problemática a desnudar si se tratase de una cuestión únicamente semántica, pero la verdad muestra un trasfondo más profundo: el modelo de país que busca el plan económico de Melconian es un modelo que prescinde totalmente de la industria manufacturera argentina.
El desarrollo, para este plan, tiene su catalizador en la energía, la producción agraria primaria, las facilidades financieras y la construcción de acuerdos de libre comercio con los multipolos del mundo. Todo ello, con el foco exportador.
Ahora bien, los conceptos del plan económico aplicados a la agenda política de nuestros días revelan por qué este manual hecho para el “próximo gobierno”, sea cual sea, no es letra muerta. Ninguno de los candidatos de las fuerzas presentados ha mostrado un programa económico de cara al pueblo de nuestro país.
Algunos se escudan afirmando que es imposible plantear un plan económico hoy en día, por la incertidumbre sobre el escenario de asunción del próximo presidente. Otros, mandan a los empresarios a conformar un plan económico (sin mencionar que muchos de los principales empresarios están nucleados en el IERAL). Algunos, simplemente, enfocan sus discursos en problemáticas precisas o de otra índole, evitando abordar la economía en su conjunto, o claman por la necesidad de “un programa”, pero poco hacen para la concreción de tal objetivo. Lo cierto es que, ante el vacío de planificación, sólo queda entregar la agenda en manos de un tercero que ya lo tiene armado.
El país del consenso está llegando: el final de la grieta partidaria, la disolución del Kirchnerismo (ya sin sus protagonistas históricos en la escena central) y la imposición de perfiles “moderados” nos va llevando de a poco al gran consenso político. Cabe aclarar, el consenso político no implica per se el consenso social. Sin embargo, las cosas para la cúpula partidaria están bien claritas: todos están de acuerdo en una Argentina postindustrial: desarrollo, producción y exportaciones. Todo ello en color verde, con logos innovadores y con el número 2030.
Ganadores y perdedores
Lejos está el plan económico de Melconian de plantear una Argentina industrial como la que supimos tener hasta la década de los ‘70.
El siglo XX culminó su comienzo con la construcción de YPF, la primera petrolera nacional, pionera en una generación de corporaciones energéticas en el continente. La misión de Mosconi (5) era clara: luchar por bajar el precio del combustible, lograr que se vendiera en todo el país y garantizar reservas capaces de 20 años de desarrollo.
La baja en la comercialización de la energía no sólo permitió la producción de derivados y el inicio de la petroquímica -antecedente del plástico-, sino que posibilitó la fabricación de bienes esenciales que hasta ese momento se importaban.
Ni los bombardeos, la proscripción o el estado de violencia de dictaduras y guerrillas, lograron opacar una red ferroviaria de gran alcance territorial, polos industriales en el interior de Santa Fe y Córdoba, fabricación nacional de automóviles, aviones, equipamiento militar, desarrollo siderúrgico y metalmecánico, entre tantos otros motivos de orgullo nacional.
La misma Córdoba que hoy se galardona por ser la primera productora de maní, es la que ayer nos otorgaba el orgullo de fabricar el Torino que sorprendió al mundo en la carrera de Nürburgring de 1969. Ambos modelos fueron compatibles, pero hoy la satisfacción se limita a cumplir con las necesidades de industrias y consumos ajenos.
Los años pasaron y la propuesta de lo post industrial se consolidó en todo el arco político. Enfocarnos en ser parte del “mundo” aterriza en toda la cancha. Siempre se anuncia la innovación, el desarrollo y la producción, aunque se obvia definir qué rubro se innovará, bajo qué interés se desarrollará y en qué sectores se promoverá el aumento de la producción.
En un repaso de los últimos 10 años en la Argentina, tenemos algunos indicios de los ganadores del próximo modelo de país, que se asentará luego de la rectificación de los desequilibrios macroeconómicos que tenemos hoy en día.
La economía argentina que se había levantado del 2001 en base a la producción apalancada por el consumo, dio un vuelco a partir de 2014 hacia la matriz de especulación financiera y renta.
El actual gobernador de Buenos Aires se había hecho cargo de la economía y la obsesión por resolver todo con dinero se hizo presente. Los problemas no se solucionaban desde el trabajo y la producción, sino con la impresión de billetes y el acceso a los mercados de deuda. Pasó a ser más importante el flujo de capitales que el de insumos de producción.
Los bancos, apadrinados por las Lebac (6) creadas en el Banco Central, viraron su rol de servicio financiero para la economía real, para convertirse en beneficiarios de un sistema de renta asegurada por el pueblo argentino a través de la emisión monetaria. El Banco Central aseguraba la tasa de ganancia de los bancos y licuaba la deuda con la inflación que luego pagamos todos.
El gobierno nacional, también, comenzó a bailar la música de los acreedores internacionales. Volvían los bonos de deuda soberanos por decenas de miles de millones de dólares para pagarle a Repsol y al Club de París. El objetivo era “volver a los mercados”, ya que los altos precios internacionales de materias primas que posibilitaron una nutrida balanza comercial se habían terminado.
Las Lebac, que garantizaban una sobretasa de ganancia para el sistema financiero y destruía la posibilidad de crédito para la industria y la vivienda, se profundizaron en los gobiernos de 2015 y 2019. En 2014 tenían una tasa del 30% y se prestaba por el lapso de 28 hasta 90 días. Hoy se llaman “Leliq” y Pases (7), con plazos de 7 y 30 días y las tasas superan el 100% anual. Con ello, los bancos tienen una tasa de ganancia mensual asegurada por el Banco Central de más de 1 billón de pesos ($1.000.000.000.000).
En paralelo, la energía comenzó a ganar un lugar central en la agenda política. La “sintonía fina” de 2012 se reflejó luego en el plan de negocios de YPF presentado por Galuccio. Había que optar entre desarrollar los pozos convencionales y los marítimos con la tecnología que ya utilizábamos. Sin embargo, el negocio de traer a Chevrón y lotear Vaca Muerta ofrecía mayores posibilidades de negocios para intermediarios de la especulación y la renta, así como la penetración de los anglosajones en la organización energética nacional. Se fueron los gallegos y vinieron los anglófilos.
Ya en 2016, mientras el presidente de YPF que había promovido Vaca Muerta se convertía en dueño de una petrolera que aprovecha las concesiones del shale gas y shale oil, Aranguren pasaba de ser presidente de la angloholandesa Shell para ocupar el cargo de Ministro de Energía y Minería de la Nación.
El aumento del combustible fue la prioridad y la política de estado de equiparar los precios locales al precio internacional de quienes no poseen energía, se profundizó desde el gobierno de Cambiemos hasta nuestros días.
La producción energética ha incrementado su participación en la agenda política hasta ofrecernos hoy un debate estructural para el futuro de nuestro país: el destino del gas de Vaca Muerta.
Teniendo en nuestro suelo una de las principales reservas energéticas del continente, surge una dicotomía que desnuda las visiones industrialistas y postindustrialistas de la Argentina. Quien quiera una Nación industrial, con valor agregado y puestos de trabajo calificados, optará por destinar nuestros recursos energéticos al enriquecimiento de la matriz productiva. Por su parte, quien desee consolidar y profundizar el modelo primario y financiero, optará por construir el gasoducto con dirección al polo industrial de San Pablo y, así, alimentar de energía barata a nuestro principal competidor.
El consenso político reflejado en el actual plan Melconian primó: exportar el gas de Vaca Muerta con el objetivo de hacerse de las divisas necesarias teniendo en cuenta la coyuntura actual, para que con esas divisas, “algún día” nos desarrollemos. Esto se valida fácilmente en uno de los conceptos que, de alguna u otra forma, escuchamos y leemos en los medios hoy: “La producción de Vaca Muerta puede cambiar la ecuación macroeconómica del país”. Sin embargo, ¿hemos escuchado afirmar que la energía de Vaca Muerta puede incrementar exponencialmente la sustitución de importaciones?
A contramano de la política energética de Mosconi y las promoción del crédito público de Miguel Miranda (8), tenemos hasta aquí dos grandes ganadores del modelo de Melconian: los bancos y las energéticas. Los grandes perdedores: la industria nacional y los miles de puestos de trabajo que la misma implica. En este esquema, resulta casi intuitivo comprender a qué situación se llevará a los asalariados y jubilados.
Tenemos distintos casos, en el mundo y en nuestro país, de qué es lo que pasa cuando un modelo financiero (o, mejor dicho, especulativo-rentístico) se impone frente a un modelo productivo y de consumo. El 2001 en Argentina, el 2008 en Estados Unidos y el colapso de la Zona Euro en 2009 fueron algunos ejemplos de ello.
La otra gran renta ganadora es la agraria de la zona núcleo de la Pampa Húmeda. Cabe diferenciar, cuando se habla del campo, los distintos actores que se involucran directa o indirectamente con el concepto, ya que muchas son las diferencias entre quien alquila la tierra para vivir de su renta, quien toma la administración de la producción, quien ofrece trabajo en la misma, quien contrata la maquinaria necesaria y quien la fabrica.
Al abordar la posición del agro en el esquema planteado por el IERAL encontramos un punto interesante para analizar. El plan económico, adelantó el propio Melconian: “no incorpora en el corto plazo una rebaja indiscriminada en las retenciones de los grandes cultivos que generan los recursos gruesos del Estado: ni soja, ni trigo, ni maíz”. Tampoco plantea, como no lo ha hecho ningún gobierno argentino, medidas sobre el alquiler de los grandes latifundios de la pampa húmeda.
Parecería mantenerse el régimen actual, donde las retenciones recaen sobre quien produce y trabaja la tierra, sin afectar la ganancia extraordinaria de quien vive de la renta de la misma sin otorgar fuerza de trabajo ni administración del valor. Cabe destacar que, hoy en día, el costo del alquiler de la tierra en la zona núcleo ronda el 40% del costo total del productor. El propio CEO de Syngenta, Aracre, reconoció que en algunas zonas de la Pampa Húmeda los contratos de alquiler se hacen sobre el 50% de lo producido. Carlos Pagni, periodista estrella de La Nación, casi sin quererlo, mostraba en su programa cómo el 25% de la producción en Argentina se la llevan los terratenientes. Hasta en la producción agraria vemos, entonces, que quienes producen serán parte de los perdedores, mientras que los rentistas seguirán en la vereda de los ganadores.
En definitiva, un país en el cual prima el acceso a dólares mediante la explotación de materias primas y la especulación financiera por sobre la industrialización, el otro gran perdedor es el conjunto de trabajadores asalariados, pasivos y activos, cuyo poder adquisitivo sólo se valoriza cuando el valor agregado de lo que se produce es la prioridad de la política económica.
La postal del fin de la industria se encolumna por izquierda a través de los planteos en torno a la existencia de una “tercera economía” que no es la del “mercado” ni la “estatal”: la llaman “economía popular” y radica en las cooperativas de trabajo surgidas tras el 2001. Tales herramientas de subsistencia se consolidan como futuro gracias a decisiones deliberadas de una clase dirigente que renunció a industrializar el país.
Antesala para el próximo mes: el mito de la “desdolarización”
De consolidarse el país del consenso político, la moneda continuará siendo el eje de la economía, como ha sabido serlo desde el 2014. Este fenómeno, llevado al plano internacional, muestra evidencias en los acontecimientos del último mes: nos referimos al proceso de creciente “yuanización” de las finanzas públicas, aunque no cuestionamos el hecho de que la economía sigue conducida bajo la lógica del dinero, no importa quién lo imprima.
La inserción de China en nuestro país comenzó con la manufactura barata y abundante a raíz de la última dictadura cívico militar (el reemplazo de la “fabricación nacional” por el “made in China”) y continuó con la inserción geopolítica y estratégica (expresada en la Estación Espacial en Neuquén y la adquisición de las concesiones exportadoras de granos por parte de COFCO, entre otros) que hoy incorpora al vector financiero/monetario con la adquisición masiva de yuanes del Banco Central, y se proyecta como ilimitada siempre y cuando Argentina se zambulla de lleno en la disputa geopolítica del Pacífico: hay yuanes ilimitados siempre y cuando compremos aviones de guerra.
El dinero prestado es aún más oscuro que el del sistema financiero tradicional de Estados Unidos: no se conocen las tasas, los plazos, los intermediarios, las condicionalidades, pero se supone que son mejores porque los presta el Partido Comunista Chino, aunque el destino es garantizar que nuestro principal prestamista, el FMI, tenga asegurados nuestros pagos y no colapse.
El fenómeno de la “yuanización”, festejado por el progresismo que ve a Estados Unidos como un opresor, sin ver lo mismo en China, ha sido abordado como una muestra de un supuesto “nuevo orden multipolar” que se avecina, donde el declive de Estados Unidos es inevitable. Sin embargo, esta visión no da cuenta de la problemática de fondo: que la moneda de China reemplace a la estadounidense, no modifica el rol del dinero como ordenador de la economía. Así, la cosmovisión progresista no hace más que contradecir la máxima de Arturo Jauretche: “No se trata de cambiar de collar; se trata de dejar de ser perro”.
La ingenuidad y limitación de este análisis tampoco no consigue entender el cambio rotundo que implicó la asunción de Trump para la geopolítica de Estados Unidos. La disminución de la presencia del dólar en el comercio internacional no es de ninguna manera contraria al interés yankee.
El país norteamericano ha mostrado un giro radical en dos ejes centrales de su accionar. En primer lugar, dejó de obrar como “gendarme del mundo”, retirándose de distintas regiones (Afganistán, Siria, etc) y evitando involucrarse de lleno en nuevos conflictos (como por ejemplo la Guerra entre Ucrania y Rusia). En consecuencia, volvió a identificar el interés nacional como estructurador de la política internacional, donde China es el principal adversario. En segundo lugar, Wall Street dejó de ser el eje central de la economía, y comenzó a ganar protagonismo el interior productivo del país.
Teniendo en cuenta las tendencias que muestra el accionar de Estados Unidos desde la gestión Trump hasta el presente, cabe preguntarse por qué el FMI, que tiene como principal socio al país norteamericano, acepta sin problemas ciertos pagos en yuanes. ¿Será que Estados Unidos dejó de centrarse en la moneda para centrarse en la industria? Dato de color: la maquinaria productiva yankee está más viva que nunca.
Aclaración final
El Plan Melconian se ha encolumnado como el único programa del sistema político en las principales 4 ofertas electorales. Algunos lo han apadrinado y pretendieron que fuera también candidato, otros buscaron fotos a fin de asegurarse gobernabilidad hasta las elecciones.
El drama central no pasa por si las principales fuerzas políticas se declararon abiertamente a favor del Plan Melconian, sino porque las mismas no ofrecieron ningún tipo de programa alternativo, lo cual hace al plan liberal el único vigente, salvo las expresiones tradicionales del peronismo doctrinario, que por primera vez en más de una década lograron conformar un plan económico con una orientación en la industrialización y el trabajo.
A continuación y como siempre, el compendio de las noticias relevantes del último mes que pasó.
Notas al pie
(1) La Resolución N° 125/08 intentó regular el sistema de movilidad y los aumentos en las tasas de retención de la soja y el girasol.
(2) La Unión del Centro Democrático es un partido político argentino conservador liberal fundado en 1982 por Álvaro Alsogaray.
(3) El Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) se dedica al análisis de la problemática socio-económica nacional y latinoamericana para brindar recomendaciones de políticas públicas.
(4) Según la Circular 1050, emitida por el Banco Central, en enero de 1980, durante la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz, quienes habían tomado créditos debieron pagar altas tasas de intereses por los créditos hipotecarios que habían tomado; la circular establecía que las entidades bancarias podían otorgar créditos sin fijar previamente las tasas de interés.
(5) Fundador y primer presidente de la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales.
(6) Las Letras del Banco Central (Lebac) es un papel que crea el Banco Central para tomar crédito de pesos del sistema financiero. La tasa la fija la autoridad monetaria, que sirve de piso para el resto de todos los préstamos del mercado. Es decir, si el BCRA en 2014 aseguraba una tasa de ganancia de entre el 20 y el 30% anual, los bancos preferían prestar al resto del público como mínimo a esa tasa, porque sino resulta mejor dársela al Central y tener una renta asegurada.
(7) Las Leliq y los pases pasivos, son instrumentos a descuento en pesos que emite el Banco Central diariamente a través de subastas. Estas Letras de Liquidez funcionan a un plazo de siete días y fueron creadas exclusivamente para que puedan operar los bancos. Por esta razón, se diferencian de las Lebac, que operan con un plazo mínimo de 28 días, y en las que pueden invertir desde personas físicas, personas jurídicas hasta entidades financieras. Desde el 11 de enero del 2018, el BCRA comenzó a colocar estas letras, que se licitan diariamente, al igual que los pases pasivos. Así, cada vez que los bancos consideran que tienen liquidez excedente, pueden volcarse a este instrumento. Estas Leliq también cuentan con un mercado secundario de modo que los bancos que compran estos instrumentos pueden volver a venderlos si necesitan el dinero.
(8) Presidente del Banco Central de la República Argentina entre el 25 de marzo de 1946 y el 17 de julio de 1947, durante las presidencias de Edelmiro Julián Farrell y Juan Domingo Perón.