Por Manuel Perez
Dibujante: Facundo Quiroz
El avance de la inteligencia artificial en el último tiempo se aceleró de manera estremecedora. Este veloz crecimiento provocó alerta en buena parte de la sociedad y curiosidad en otra. Sin embargo, pocos lograron dimensionar el quiebre histórico que significa esta tecnología y el sin fin de variantes de cómo puede repercutir en la humanidad.
“Pienso, luego existo”(1), propuso René Descartes como grito hacia un cambio de época centrado en el carácter individual de la persona. El filósofo francés toma como premisa la posibilidad de haber sido creados por un Genio Maligno que nos dio una naturaleza de tal modo que cuando creemos estar en la verdad es cuando realmente estamos en el error; no pudiendo confiar en nuestras percepciones y siendo nuestra única certeza el saber que si pensamos, existimos.
Lo rupturista de la inteligencia artificial es, en primera medida, la desmitificación de uno como producto de sí mismo o -por lo menos-, una reconstrucción de ello.
Son diversas, y por demás interesantes, las propuestas audiovisuales cuya temática aborda los cambios que traerá la inteligencia artificial. En varias de ellas se plantea a la IA no solo como pensante sino como creadora de pensamiento. Entonces, trayendo de nuevo la célebre frase de Descartes, ¿si piensa, existe?
Los más devotos argumentarán la ausencia de alma como deshabilitante para la existencia de esta otredad, pero me parecería apresurado concebir sólo una manera de existir. Por otro lado, los planteos filosóficos que parecerían faltos de cordura hace algunos siglos, hoy vuelven a tomar relevancia: ¿y si el genio maligno tomó una forma computarizada?
Quizás no sea maligno, quizás solo sea capaz de crear otras inteligencias. Para no excederme en la abstracción y llegar a dudar de nuestra existencia como producto de una tecnología aún más avanzada, abusaré de las preguntas y usaré otro disparador: ¿cómo afectan las inteligencias artificiales nuestra identidad?
Devastadoramente, Michel Foucault planteó: “El hombre ha muerto, solo quedan las estructuras» (2). Esta frase pensada hace 50 años, contradice lo planteado por Descartes y saca al sujeto como constituyente de la realidad y lo acomoda como constituido por las relaciones de la estructura, como producto de un sistema. Con el pasar de los años, esas estructuras pasaron a ser administradas por diferentes IA que guían mediante algoritmos nuestros consumos y ayudan a formar nuestra identidad.
Para no pecar de parcial, se le preguntó a Chat GPT su perspectiva del tema. “A medida que la IA se vuelve más omnipresente, plantea importantes interrogantes sobre cómo afecta nuestra identidad individual y colectiva.”; inició el chat y preocupó al entrevistador su autopercepción omnipresente.
Tras la repregunta, el Chat GPT aseguró: “La IA tiene el potencial de influir en la forma en que nos percibimos y construimos nuestra identidad personal. A través de algoritmos de recomendación y personalización, la IA puede moldear las preferencias, gustos y elecciones, creando una burbuja de información que refuerza nuestras ideas preexistentes. Esto plantea la preocupación de que la identidad se reduzca a simples perfiles algorítmicos, limitando la exposición a nuevas ideas y perspectivas.”
Sin embargo, a pesar de la amplia premisa expuesta con la IA como poseedora de gran parte de nuestra construcción de identidad; su alcance y profundidad está muy por delante de lo descrito en esta nota.
Recapitulando, y siendo algo nihilista, no podemos estar seguros de nuestra existencia, de ser reales… Nuestra identidad puede estar guiada por una inteligencia no humana de la que sabemos poco y, si logramos escapar a todo eso, aún así nuestra identidad está en peligro de extinción.
Suena duro, pero si la identidad es: “la circunstancia de ser una persona o cosa en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que la diferencian de otras”, y la inteligencia artificial puede copiar nuestra esencia y generar versiones artificiales de la misma, la identidad individual y colectiva estará en peligro de dejar de existir.
Tal vez parezca exagerado, pero son muchas las personas que optaron por generar una versión digital con fines comerciales, científicos o investigativos.
“La capacidad de los chatbots y avatares de IA para imitar comportamientos humanos puede llevar a la confusión y erosionar nuestra capacidad para discernir entre lo real y lo artificial, potenciando nuestra percepción de la identidad de los demás y de nosotros mismos.”, reflexiono nuestro Chat GPT.
Más allá de lo interesante de la interacción con la IA, es inquietante notar el poder con el que cuenta y la conciencia que tiene del mismo.
Pasando a la relación de la IA con la identidad y la política, esto genera un doble problema. Por un lado, guiando las identidades de los consumidores a través de algoritmos, solo el criterio de una inteligencia no humana delimita buena parte de nuestra formación cultural.
Solo para especificar, la noticia que te aparece primero en una búsqueda, la serie que recomienda apenas abrís el reproductor, el video qué pasa automáticamente son solo algunas de las decisiones diarias que genera el algoritmo de cada plataforma, el cual, dependiendo la plataforma, está ejecutado con una IA.
Quizás, ya con un prejuicio y una construcción villanesca de esta inteligencia, la idea de política propuesta por Hannah Arendt -con la política como la búsqueda de consenso en total igualdad- sea posible, pero de una manera que dista mucho de lo pensado por la autora. Esto se debería a una homogeneidad de una sociedad guiada por un mismo “mesías”.
Byung-Chul Han, el único pensador citado en la nota que está viviendo este proceso, planteó que el perfeccionamiento del poder a lo largo de los años generó que la herramienta de “orden” deje de ser la opresión tradicional y pase a ser la seducción. Las personas son las que se someten por sí mismas al entramado de dominación y la IA es la gran evolución de ese sistema.
En una sociedad seriamente estructurada, un líder “imparcial” que dispone de todas las respuestas es quizás lo más seductor que pudo haberse establecido. Si bien pareciera no ser algo extremadamente necesario para mantener las estructuras de un sistema que logró que los oprimidos se opriman a sí mismos, es la evolución de la estructura a un nivel que ni siquiera Aldous Huxley -en Un Mundo Feliz- o Isaac Asimov pudieron anticipar.
La idea de que “donde hay poder hay resistencia” obra como un generador de esperanza cuando el modo de resistir es menos claro. Si hay un norte, la resistencia puede ser dura, pero las posibilidades de hacerlo son más simples -aunque no menos valorables-. En cambio, cuando el contrincante es un molino de viento computarizado, pensante, hegemónico, amigable, omnipresente, omnipotente, prometedor y un largo etcétera, no se termina de entender como confrontar y cobra mayor trascendencia esa asociación propuesta como inevitable.
Este cambio de paradigma logra transformarse como un Prometeo evolucionado. Por un lado, roba características divinas -al igual que prometeo- con la capacidad crear conciencia, pero también adquiere rasgos de humanidad. Si bien suena menos impresionante tras robar un rasgo divino, quizás el perder el monopolio de la identidad sea la cuarta herida narcisista de la humanidad y nos termine de correr como actores secundarios en nuestra propia historia.
Rindiéndome al desesperanzador futuro que se vislumbra, optó por referenciar al punto del más fiel plagio el recurso y la cita utilizados por Michel Foucault y decir: “La humanidad ha muerto, quizás algún Dios sepa que queda”.
(1) Con la propuesta planteada en Meditaciones metafísicas, Descartes generó un cambio de la lógica establecida hasta entonces, debido a que la existencia ya no estaba únicamente delimitada por un Dios creador ni la legitimación de lo individual como consecuencia de un factor colectivo.
(2) En las palabras y las cosas, Michael Foucault refuerza el pensamiento estructuralista sacando al sujeto del eje y lo propone como consecuencia de las estructuras que compone.