¿Democracia para quién? Ley Sáenz Peña – Sucesos de la Historia #1

Escribe Justo Arias

Ilustra Jazmín Arribas

Año 1912. La Argentina cumplía cien años con su territorio delimitado y cercado, la prosperidad de veinte años sin crisis económicas y un comercio de carnes, cueros, lanas y trigo con el resto del mundo que la ubicaba a la altura de la opulencia europea. «Rico como un argentino» se decía en la Francia de esa época, la «belle epoque».

Era el país visto e imaginado por una aristocracia oligárquica, claro. 

Desde los suburbios una multitud empezaba a molestar por llevar medio siglo excluida de los asuntos de gobierno, aún cuando sesenta años antes y en nombre del pueblo que decía representar, esa clase dominante había sancionado un texto que decía «el Pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades» (artículo 22 de la Constitución Nacional). 

La palabra pueblo tiene su origen en la locución latina populus que significa conjunto de ciudadanos, pero en los hechos el «Pueblo» al que hacía referencia la Constitución Nacional se componía sólo por el 1,2% y 2,8% de la población total del país, la cantidad de votantes entre las elecciones presidenciales de 1862 y 19101.

Juan Bautista Alberdi, principal ideólogo de ese texto, sostenía que «alejar el sufragio de manos de la ignorancia y la indigencia es asegurar la pureza y el acierto de su ejercicio».

Esa indigencia se debía a la exclusión económica que padecía la mayor parte de la población por un modelo agroexportador que ubicaba al país como vendedor de materias primas que luego compraba a las grandes potencias industriales los productos manufacturados. 

Con exclusión del pueblo en las decisiones sobre el destino del país fue que una elite de terratenientes y controladores del comercio exterior construyó un país a la medida de sus intereses -y los foráneos, de yapa-: independiente del extranjero en lo formal pero dependiente en lo material.

Siempre vistos desde afuera y arriba como una barbarie más pasional e instintiva que racional y con más manos que cabeza, los calificativos para despreciar a las mayorías populares fueron variando con el tiempo: los «gauchos» pasaron a ser «compadritos» que luego serían los «cabecitas negras» de un «aluvión zoológico». Ese «subsuelo de la patria» se sublevaría en dos momentos de la historia: con el movimiento yrigoyenista y el peronista.

«Aluvión zoológico» fue la forma en que Ernesto Sammartino, diputado nacional por la Unión Cívica Radical, se refirió a los simpatizantes del peronismo en 1947

Las revoluciones de Unión Cívica Radical (1890, 1893 y 1905), las huelgas y los hechos de violencia de esos años definían un contexto social que contribuía a que la clase dominante se planteara la necesidad de ampliar la base social del electorado2.

Si bien la plebe era vista como una amenaza que debía ser contenida, la cuestión era ver de qué manera se la incluía sin afectar el modelo de país.  

El 10 de febrero de 1912 el Congreso Nacional sancionó la Ley 8.871, conocida como Ley Sáenz Peña por el apellido del presidente de aquel entonces. Si bien el voto universal existía desde 1857, y su carácter secreto desde 1902, esta Ley estableció su obligatoriedad y el cuarto oscuro.

Otra modificación fue la forma en que se implementaba la universalidad, ya que reemplazaba a las comisiones inscriptoras –un mecanismo utilizado para manipular y excluir a los ciudadanos- por los datos de la libreta de enrolamiento. Sin embargo, mantenía al margen la participación de las mujeres, que se consagró recién en 1947 con la sanción de la Ley Evita.

Un grupo de ciudadanos esperan el resultado de las elecciones de 1916 frente al local de la Junta electoral de Rosario.

En las elecciones presidenciales de 1916 la cantidad de votantes se triplicó, pasando del 2,8% al 9% de la población total del país, donde resultó elegido Don Hipólito Yrigoyen. Desde entonces la vida pública también empezó a democratizarse, cuando las «chusmas» empezaron a colmar universidades, ministerios y legislaturas con su «lenguaje soez de los suburbios»3.

Sin embargo, quienes habían asegurado sus intereses mediante la exclusión política de las mayorías tuvieron que buscar otros métodos para contenerlas. 

Los golpes de Estado que comenzaron en 1930 se conjugaron con los «fraudes patrióticos», elecciones con el partido mayoritario proscripto, prohibiciones de hacer cualquier tipo de referencia a líderes e ideologías, desapariciones, persecuciones, fusilamientos, atentados y bombardeos a civiles que finalizaron con la ejecución de un plan sistemático de exterminio mediante la fuerza del Estado. 

Ese horror fue el punto más alto de violencia política, y desde allí hasta hoy el «consenso democrático» sobre lo que Nunca Más tiene que suceder por suerte no se rompió. Pero que el sistema democrático se mantenga desde hace cuatro décadas con elecciones periódicas y libres no necesariamente se traduce en una democracia sustantiva que canalice y resuelva las demandas sociales

Desde la vuelta a la democracia gobiernos de distintas banderas y consignas alternaron en respuesta a los procedimientos electorales sin que ello modificara la estructura económica y social montada por la última dictadura cívico militar. 

Pensemos que casi una de cada diez normas que hoy regulan nuestra vida en sociedad cargan con la ilegitimidad de haber sido dictadas por gobernantes de facto bajo los propósitos represivos y neoliberales del «Proceso de Reorganización Nacional»4.

Antes de la última dictadura militar la pobreza no alcanzaba el 10% de la población, pero desde la vuelta a la democracia nunca bajó del 20%, llegó a casi 60% en 2001 y se mantiene en un promedio del 40% en los últimos años5.  

«Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura» dijo Raúl Alfonsín al asumir en 1983. Desde hace cuarenta años todos votamos, digamos, pero no todos comen, se educan y se curan. 

Es que el «consenso democrático» que reemplazó a la exclusión y violencia política de otros tiempos también trajo un consenso sobre el contenido de la política: el estado de cosas es presentado sin alternativa («there is no alternative» en palabras de Margaret Thatcher, «el fin de la historia» según Fukuyama, «pensamiento único» para otros, o lo que fue el «consenso de Washington» en los 90’) y su consecuencia es el vaciamiento de la democracia de su contenido molesto y peligroso para los poderes dominantes6.

La democracia representativa se funda en la idea de que el soberano es el pueblo, titular supremo del poder que ejerce mediante elecciones. Pero fuera de las «irreales libertades que los textos aseguran» -al decir de Scalabrini Ortiz la participación popular se limita al momento de elegir cada dos o cuatro años entre las opciones que se ofrecen. 

La negociación entre dirigentes sustituyó a la deliberación y al pueblo generalmente solo le quepa validar o desechar acuerdos sin participar autónomamente en las formas de control y decisión. La consecuencia resulta ser el distanciamiento entre el sistema político y la comunidad. 

El propio Jean-Jacques Rousseau escribió en 1762 sobre la democracia representativa: «el pueblo inglés piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante la elección de los miembros del Parlamento; tan pronto como éstos son elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada»7

Tiempo antes, en la Edad Media, los mandatos de los funcionarios habían dejado de ser imperativos (obligación de respetar los compromisos y directivas de los votantes) para ser representativos (libertad para votar actuar sin tener que responder a los compromisos asumidos frente a los votantes). Así fue que en nuestro caso Carlos Menem pudo pasar de proponer en las elecciones de 1989 «salariazo» y «revolución productiva» bajo el «síganme, no los voy a defraudar», a seguir los mandatos de Washington una vez elegido, poniendo en marcha flexibilizaciones laborales, privatizaciones y aperturas comerciales que terminaron con la Argentina industrial.

La globalización de hace algunas décadas permitió a una elite transnacional dueña de los grandes oligopolios internacionales actuar en un mercado global sin más reglas que las propias, sin compartir poder con casi ningún otro sujeto, ni aceptar límites de ningún tipo. 

Si pensamos en las cosas que cotidianamente consume una persona de clase media promedio en el mundo, es probable que mediante su celular Apple, Samsung o Xiaomi revise su Gmail, Instagram o Whatsapp, vista Puma, Nike o Adidas, se mueva en su Ford, Peugeot, Renault o tome un Uber, y al final del día quizás le quede tiempo para mirar ESPN, Disney o lo nuevo de Netlflix, Star+ o Prime Video. 

Todos esos consumos se traducen en ganancias de sólo cuatro mega-corporaciones: BlackRock, Vanguard, Fidelity (FMR) y StateStreet. Se trata de gigantes compañías financieras «dueñas del mundo» que, escondidas en la sombra de todas las grandes empresas internacionales, acumulan más riqueza que casi cualquier país8.

A su vista no somos ciudadanos de tal o cual país, sino usuarios y consumidores de un mercado global de bienes y servicios sin límites de fronteras. 

Según Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco, para obtener y conservar su posición social en las sociedades actuales cada individuo debe mantenerse en un estado de constante consumo. Consumir se vuelve una inversión personal necesaria para pertenecer a la sociedad de hoy y quienes carecen de los recursos para seguir las pautas de consumo quedan excluidos9.

El poder para excluir, tradicionalmente propio de los Estados, fue privatizado y hoy es del mercado de bienes y servicios. 

La globalización también modificó la cuestión del poder de los Estados y la representatividad, principalmente en Latinoamérica. Los partidos políticos (históricos sujetos legitimados democráticamente para intermediar entre el Estado y la ciudadanía) perdieron su poder en la dirección de los Estados frente a la influencia, lobby, financiamiento y poder de veto de actores transnacionales10

Tecnócratas, empresas, consultoras de riesgo, bancos, fondos de inversión, fundaciones, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), entre otros, sin estar sometidos a controles democráticos, tienen una voluntad que en última instancia prevalece por sobre la expresada por el pueblo

George Soros, multimillonario «gurú» financiero, dijo sobre las elecciones de Brasil del año 2002 que «los brasileños cada dos años pueden votar como quieran, pero en última instancia serán los mercados, que votan todos los días, los que acabarán imponiendo sus preferencias […] Los mercados obligan a los gobiernos a tomar decisiones impopulares pero indispensables […] Hoy, la importancia decisiva real de los Estados recae sobre los mercados». 

Después de la renuncia de Raúl Alfonsín en 1989 nació el concepto «golpe de mercado» para describir el comportamiento de grandes grupos económicos que (prescindiendo de las fuerzas armadas y mediante corridas cambiarias, devaluaciones, fugas de capitales y desabastecimientos) desestabilizan y hacen caer gobiernos elegidos democráticamente. 

En definitiva, ¿qué poder ejerce la ciudadanía depositando un voto cada ciertos años para elegir representantes, en un mundo en el que solo 10 corporaciones acumulan más riqueza que 180 países?11. 

Paradójicamente, una de las consecuencias del orden liberal mundial en sus formas políticas y económicas termina siendo la pérdida de intensidad de las democracia liberales-representativas, debido en parte a un contrasentido del propio liberalismo: mientras afirma que el liberalismo económico afianza la democracia, las grandes empresas actúan de forma autocrática12.

Sergio Massa y Mauricio Macri en el Foro Económico Mundial de Davos de 2016, donde anualmente se reúnen políticos y directores de las empresas más grandes del mundo.

La relación de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional es un caso ejemplar. El país estuvo bajo monitoreo (o cogobierno) del organismo durante 41 de los últimos 65 años y, por la renegociación de la deuda de marzo de 2022, durante dos años y medio va a establecer las metas que el Estado Nacional debe cumplir, examinando cada tres meses las medidas tomadas por éste, aprobándolas o desaprobándolas. De hecho, recientemente Carlos Melconian contó que rechazó ser ministro de economía durante la gestión de Mauricio Macri por considerar que «un presidente y un ministro, con Lipton –autoridad del FMI- al lado, toman mate. ¿Qué voy a hacer si el programa [económico] lo hacen ellos?».

Pareciera que nuestra suerte muchas veces no se decide en la Casa Rosada o por lo menos sin el visto bueno de los grandes centros de poder internacional. 

Sin embargo, la soberanía nacional necesariamente es preservada como una ficción en las formalidades que definen a una presunta nación independiente. Por eso nadie podría negar que la Argentina es un país con gobierno propio, normas nacionales, territorio, himno, escarapela y fechas patrias, aunque de hecho no ejerza la libertad e independencia -que tiene en los papeles- para decidir con autonomía sobre su presente y futuro.

La democracia liberal-representativa surgió hace tres siglos como respuesta a los poderes monárquicos de Europa, pero los pueblos de hoy -especialmente los del Sur- se enfrentan a otro tipo de poder, más difícil hasta de identificar, que opera globalmente.

Quizás la democracia liberal sea necesaria pero no suficiente para un ejercicio efectivo de la soberanía popular. Más que una forma, la soberanía popular es un principio, y su ejercicio puede variar según el tiempo, medio y circunstancias. 

Fue en ese sentido que Arturo Jauretche contradijo a quienes históricamente confundieron la noción de Patria con su sistema institucional, dejando en claro que ella y su libertad es lo permanente y sus instituciones solamente algo transitorio, siendo la primera el fin y lo segundo sólo un medio para su logro. Se trata del sujeto y no sus atributos, que sólo son formas transitorias que adopta según las exigencias de cada devenir histórico para el cumplimiento de ese propósito.

Un sistema en el que la ciudadanía participe de la forma más directa y efectiva posible se acerca al ideal del autogobierno, esencia de la democracia.

Métodos que buscan una democracia más participativa en la toma de decisiones políticas como los presupuestos participativos fueron implementados exitosamente en varios municipios del país, pero también, por costumbre o falta de interés en consultar a la población sobre ciertos temas, la consulta popular a nivel nacional hasta hoy nunca fue utilizada pese a estar regulada desde 1994 (artículo 40 de la Constitución Nacional). 

Un grado aún mayor de democratización que supere la superficialidad de una «democracia política» implicaría el logro de una «democracia social» con pleno disfrute de estándares dignos de vida y acceso universal a educación, vivienda, alimentación y servicios de salud.

No obstante ello, es insuficiente reivindicar la soberanía popular sin hacer lo propio con la soberanía nacional, ya que de poco vale la voluntad que exprese el pueblo si no es libre e independiente de poderes ajenos.

En el fondo la cuestión trata del dominio y posesión del pueblo sobre sí mismo, para disponer de su suerte y ser artífice de su porvenir. 

No es otra cosa que la proclama del padre de la Patria y luchador por la independencia y libertad de América: «Si somos libres, todo nos sobra».

 1 Semán, Ernesto. Breve historia del antipopulismo: los intentos por domesticar a la Argentina plebeya, de 1810 a Macri. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2021.

 2Rapoport, Mario. Historia económica, política y social de la Argentina: (1880-2003). Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Crítica, 2020.

3Galasso, Norberto. Historia de la Argentina: desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner. Tomo II. Buenos Aires, Colihue, 2011.

4https://www.lasleyesdeladictadura.com.ar/.

5Gerchunoff, Nicolás. “En Argentina, desde 1983 la pobreza nunca bajó del 20%”. 30 de diciembre de 2018, Perfil Córdoba.

6Koenig, Marcelo. Combatiendo al capital: una perspectiva sudamericana del estado nacional en los tiempos de la globalización y la exclusión. La Plata, De la Campana, 2009.

7Rousseau, Jean-Jacques. El contrato social o los principios del derecho político.

8¿Quién es el dueño del mundo? Blackrock y Vanguard”. (8 de Noviembre de 2021). Obtenido de Clima Terra: https://www.climaterra.org/post/qui%C3%A9n-es-el-due%C3%B1o-del-mundo-blackrock-y-vanguard.

9Bauman, Zygmunt. Vida de Consumo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010.

10Grabendorff, Wolf. “Los dueños de la globalización: cómo los actores transnacionales desmantelan el Estado (latinoamericano).” Nueva Sociedad, Septiembre-Octubre de 2017, https://nuso.org/articulo/los-duenos-de-la-globalizacion/.

11Global Justice Now. Controlling Corporations: The case for a UN Treaty on Transnational Corporations and Human Rights. Septiembre de 2016.

12Calcagno, Alfredo Eric, et al. El universo neoliberal: Recuento de sus lugares comunes. Madrid, Ediciones Akal, 2015.

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