De la soja al crudo

Llegó la hora de cambiar de piel en la Nación Argentina

Cuando nuestra Argentina logró ordenarse en torno a un Estado moderno, con su propia Constitución y sus nuevos límites territoriales relativamente consolidados, tuvo su primer impulso social y económico a raíz de un proyecto agroexportador. De la cofradía del grano y el puerto nació un auténtico sistema de valores culturales, políticos, económicos e infraestructurales en una Argentina que se pensó sencillamente como una red de rutas y tendidos ferroviarios dirigidos hacia un único puerto.

Esta estructura material tuvo cambios y variantes, de primar la exportación lanera en 1860 a un mayor protagonismo del trigo hacia principios del Siglo XX. El granero del mundo. Luego con el surgimiento de la industria frigorífica y el desarrollo de la marina mercante permitió que la primera mitad del Siglo XX tuviera una diversificación con importante protagonismo de la carne vacuna, no sólo en volumen de divisas, sino también en el valor simbólico y cultural que representó la figura del ganadero dentro de la “Sociedad Rural” como una cuestión de status.

El período de entreguerra y la crisis del ’29 empujó a estrategias de protección como la Junta Reguladora de Granos, donde el Estado concentraba la compra de granos para garantizar la renta del productor. Y luego durante el peronismo, esta estrategia mutó hacia un sistema de regulación e incentivo de exportaciones y precios internos, básicamente para mejorar la productividad del agropecuario pero a la vez también para sostener el poder adquisitivo de los asalariados.

La expansión demográfica global y la creciente demanda oriental, sumado a nuevas formas de producción basada en fertilizantes y herbicidas que propician el rendimiento por hectárea, cambiaron nuevamente las prioridades y la soja se convirtió en la estrella productiva hacia principios del Siglo XXI.

Como vemos, la lectura de cada escenario nos permite ver que lo que en todo momento histórico se ha intentado fue reproducir lógicas donde la producción nacional desembocaba en un único puerto, y el centralismo se constituía en una pirámide natural de poder económico-político-cultural, ubicado concretamente en un tiempo y espacio llamado: Ciudad de Buenos Aires.

Nuestra corriente histórica, que luchó siempre por la industrialización como medio para la transformación de la matriz económica y en consecuencia la emancipación nacional, no logró consolidar un modelo económico que se sostenga como política de Estado y que pueda imponerse a los cambios tecnológicos que sucumbieron en el mundo luego de la Segunda Guerra, más intensamente luego de la crisis del petróleo y peor aún en el comienzo de la era neoliberal. Diezmados por la dictadura militar y el menemismo, entramos al Siglo XXI con una crisis histórica de deuda y una dependencia casi absoluta del valor internacional de la tonelada de soja.

La expansión de la demanda de ese pequeño brote permitió una década de superávits gemelos con inversiones que reforzaron un mapa infraestructural y demográfico concentrado en el cinturón Rosario-Buenos Aires, con tímidas y humildes muestras de expansión en otros centros quasi industriales como Mar del Plata, Bahía Blanca, Córdoba, Rafaela, Mendoza o Río Grande.

Así las cosas, el centralismo se replicó siempre al calor de una economía “agro dependiente”. Dios atiende en Buenos Aires, los medios de comunicación del “interior” (término desagradable perfectamente funcional a esta lógica agrocéntrica) replican programas de TV, radio, stream y cine, producidos en Palermo. Las publicidades que nos venden productos a todos los argentinos están protagonizadas por chicos “conchetos” con aire global. La identidad nacional fue subordinada a la endofobia eurocéntrica de la ciudad capital. Describir la foto general ya a esta altura del texto es redundante.

Pero lo que tenemos hoy enfrente es una oportunidad dorada, histórica, urgente y probablemente irrepetible, que si no se entiende desde la pirámide de poder, será estúpidamente desperdiciada y probablemente acabe por quebrar territorialmente a la República Argentina.

Literalmente hay una Argentina más rica que la pampa húmeda, y es la Argentina petrolera. Al mismo tiempo que el Norte argentino presenta posibilidades extraordinarias a raíz del litio, y si bien la demanda global estimada para los próximos 10 años no logra hacer sombra a la realidad proyectada por Vaca Muerta, Palermo Aike y Malvina Norte, es parte de un mapa nuevo para un país que va a tener que reflexionar si prefiere seguir mandoneando desde la ciudad recaudadora o si va a permitir de una vez por todas pensar una Gran Nación Federal.

La confirmación de yacimientos gasíferos en los suelos del norte neuquino en 2010 por la entonces empresa 100% privada “Repsol-YPF” en una zona de esquisto hasta entonces casi desconocida, implica el nacimiento de una nueva Argentina. No es un tema en discusión. Es sólo cuestión de ver quiénes lo logran entender o quiénes siguen acomodados en la lógica de la Argentina agraria.

Esta revolución -materialmente lo es- en la matriz productiva y económica argentina requiere necesariamente un cambió ideológico total respecto de la forma de concebir cultural e infraestructuralmente la Argentina. Y esto implica necesariamente repensar dónde orbita la centralidad de la República.

Según el último censo, la ciudad de Añelo fue la que más creció demográficamente. Un crecimiento abismal de casi el 600% en 10 años. Si bien la demanda creció a partir de 2017 en el período 2015–2021 la ciudad todavía seguía siendo un dormidero de trabajadores con diagrama pero luego de la pandemia, se aceleró el negocio inmobiliario y las condiciones socioculturales de vida en la ciudad, luego de un fuerte trabajo del ecosistema formado por “Estado — Empresas — Sindicatos” para propiciar el asentamiento de los trabajadores con sus familias. Esto implicó una enorme inversión en establecimientos educativos, culturales, deportivos y judiciales por parte de la Provincia de Neuquén, ayudada principalmente por las principales operadoras: YPF, Chevron, Axion, Pluspetrol, TecPetrol, Vista, Pampa Energy, etcétera.

El mero titular (“Añelo fue la ciudad que más creció en los últimos 10 años”) marca un cambio de paradigma. Desde la centralidad cuesta entender el cambio que implica. Los sectores políticos confunden la estructura de la sociedad agraria con cualquier otro sistema extractivista o de economía primaria. Consideran que da igual un modelo basado en la minería extractiva (litio u oro, por ejemplo) que el proceso productivo que implica la exportación de hidrocarburos. Lo simplifican y subestiman con la palabra “extractivismo” pero la foto grande es mucho más compleja y prometedora. No se trata solamente de ser un país productor de materias primas.

La realidad es que la inmensa demanda que impulsa el proceso de exploración, extracción, logística y refinamiento del producto hidrocarburífero no tiene límites. Desde los salarios y la capacitación que imprimen en los sectores más bajos a la infinidad de procesos que requieren ingenierías de todo tipo (geología, química, física, civil, mecánica, electrónica, arquitectura).

La minuciosidad que reclaman el petróleo y el gas en cada uno de sus procesos implica un verdadero sistema de redistribución de capital y producción de valor agregado, a diferencia de los procesos agrícolas que tienden a ser procesos de acumulación simple y tienen cadenas cortas de producción, con bajísimo nivel de trabajo calificado y en gran medida trabajos en condiciones de cuasi esclavitud.

Argentina es un país susceptible de ser arrastrado por la coyuntura, que suele tentarse con el corto plazo y subestimar el valor de la estrategia. Esta perspectiva no escapó a la noticia que nos trajo el mes pasado la discusión sobre si el puerto de GNL que proyectaba YPF con Petronas (estatal malaya) debía situarse en Bahía Blanca o en Río Negro.

Desde la perspectiva técnica, nadie en su sano juicio ni hubiera soñado con Bahía Blanca, pero el lobby bonaerense hizo el intento. Además para la Patagonia era políticamente importante adquirir esa inversión, no sólo por el flujo de capitales sino por el impacto social, demográfico e infraestructural que va a implicar este proyecto. El hecho de la mera existencia de una intención por parte de Buenos Aires de acaparar el proyecto reavivó los discursos localistas que dan nutrientes a una retórica muy particular que se viene gestando lenta y cuidadosamente en los últimos 20 años. El retroceso de los partidos nacionales, y la conformación de partidos locales en Neuquén y Río Negro demuestran esa tendencia.

Los discursos políticos particularmente del actual gobernador Figueroa de Neuquén (ex-Mpn) cuyo eslógan fue “neuquinizate” y el del rionegrino Weretilneck (Juntos Somos Río Negro) tiende a exaltar estas diferencias.

La provincialización de los recursos naturales más que federalismo tuvo que ver con el espíritu privatizador y desnacionalizador propio de la década menemista.

Mientras las principales naciones desarrolladas del mundo petrolero defienden sus empresas estatales, nosotros dejamos que Neuquén otorgue concesiones a empresas privadas subsidiarias de capitales foráneos en las mayores áreas de Vaca Muerta. Cuando todo era riesgo e incertidumbre, YPF tenía el 95% de las áreas concedidas en Vaca Muerta, y las trabajaba en el marco de una alianza con Chevron. La casi re estatizada petrolera argentina diseñó y construyó la red de servicios fundamentales para el funcionamiento de esta zona: abastecimiento, logística, inversiones millonarias que proveen de energía eléctrica, centros de almacenamiento e infraestructura de la cual hoy se sirven los privados. Actualmente en cambio YPF no alcanza el 45% de las áreas concesionadas.

Basta listar las empresas líderes en extracción y refinamiento: Gazprom (Rusia), Rosneft (Rusia), Aramco (Arabia Saudita), PDVSA (Venezuela), NIOC (Irán), CNPC (China), NNPC (Nigeria), Qatar Petroleum, Petronas (Malasia), Equinor (Noruega), etcétera, etcétera, etcétera. De hecho los dos principales socios en operaciones argentinas de mayor riesgo son estatales: Petronas y Equinor.

Argentina nuevamente resulta ser un paraíso al revés: los fanáticos del capitalismo voraz y globalizado dan lecciones de privatismo, en un escenario donde el Estado desarrolla la infraestructura que garantiza “riesgo CERO” para los inversores privados, y luego le entrega en bandeja de oro el negocio asegurado. Luego las migajas que le quedan a la NO estatal YPF, las planificarán junto con empresas estatales de otras naciones. Por un lado te dicen que lo estatal es ineficiente, y por otro salen a buscar eficiencia con empresas estatales extranjeras.

Todo ello en el país de Enrique Carlos Alberto Mosconi, pionero mundial en la defensa de diseñar empresas estatales para la explotación de recursos estratégicos.

La anarquía reinante en todos los aspectos: legal, financiero, tributario, infraestructural, jurisdiccional y político, favorece a cualquiera que no sea argentino. La fragmentación de la Nación, como una eventual balcanización del territorio es el sueño húmedo de cualquier buitre anglosajón.

El freno natural a este riesgo en potencia tiene, entre otras aristas, la necesidad de cambiar de epicentro: ya no en la geografía del cauce del Río de la Plata, inspirado en la Argentina agraria, sino en el mapa ampliado de la Argentina Grande, donde el punto medio es Tierra del Fuego si se piensa en términos bioceánicos, o en el Paralelo 40º Sur si se piensa en el epicentro del nuevo motor económico de la Nueva Argentina: Neuquén.

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