Repliegue al Machu Picchu

A 80 kilómetros de la Plaza imperial de Cusco, Capital de los Incas, descansa sobre su altura el aire ancestral de todo un pueblo que debió replegarse para conservar los saberes, costumbres y tradiciones que la modernidad pretendía anular durante la conquista.


Por Ariel Duarte – Abogado

Cuatro extremidades de su cuerpo fueron atadas a caballos que se lanzaron al galope tras los latigazos de las fuerzas del orden.

Un juicio se desarrolló sin su presencia y lo condenó a una muerte cobarde e inhumana. Al momento de ser descuartizado, osó gritar en medio de la Plaza imperial de Cusco, el heredero Inca Tupac Amaru II, “Volveré y seré millones”.

Él soñaba la unión de “los compatriotas nacidos en estas tierras”. Todos los “españoles, criollos, mestizos, zambos e indios”, unidos por poner fin a la miseria y al sometimiento de quienes veían nuestro futuro como una cantera para financiar lejanos privilegios.

La misma cantidad de pedazos en la que balcanizaron el primer grito anticolonial de nuestra América, son los días que requieren conocer el último bastión Inca: las ruinas de Machu Picchu.

A 80 kilómetros de la Plaza imperial de Cusco, Capital de los Incas, descansa sobre su altura el aire ancestral de todo un pueblo que debió replegarse para conservar los saberes, costumbres y tradiciones que la modernidad pretendía anular durante la conquista.

Machu Picchu es símbolo de Repliegue. Ciudad oculta construida durante el siglo XV, sirvió en un principio para expandir la presencia incaica sobre los montes que rodean el río Urubamba, un sitio de descanso para el Inca Pachacútec que visitaba atravesando los pasos que hoy frecuenta el turista mundial. Con el comienzo de la conquista de Pizarro, parte del pueblo quechua logró replegarse hacia las montañas del Machu Picchu y Huayna Picchu, donde se mantuvieron ocultos hasta abandonarlas por falta de víveres.

Cuatro días nos llevó conocer la historia de varios compatriotas del continente, portadores de las verdades que hoy se transpiran en las marchas incansables de los excluidos.

En plenos ánimos turistas, emprendimos el Camino, un sendero de piedra que nació siendo de un pueblo y hoy es goce de quien puede pagarlo.

Ahí conocimos a Noemí: se define humildemente como quechua y cuenta que decidió estudiar la carrera de Turismo en la Universidad cusqueña, a fin de difundir la cultura de su pueblo y seguir su pasión por explorar y conectarse con su tierra.

Sin ánimos de buscar las venas abiertas, los cinco siglos de colonialismo comenzaron a pulular su putrefacción: así ella nos contaba cómo todo lo que era de la Pacha Mama y venerado por su pueblo, hoy estaba en manos extranjeras y privadas: agua, represas, minerales, petróleo, gas, electricidad y transporte.

“La compañía de tren que es obligatorio contratar para llegar hasta Machu Picchu es extranjera”, reflexionaba mientras avanzaba en los pasos del Camino. Hablaba de la empresa Perú Rail, cuya portada web sobre expone la felicidad del rostro gringo agasajado por el buen servicio de los sudamericanos. Dicha empresa goza también de la explotación del transporte hacia el lago Titicaca y los principales destinos turísticos.

Podemos hablar de casi 300 dólares, sólo de entradas y traslados desde Cusco, para poder conocer las raíces de nuestros antiguos pobladores.

Así también, las compañías que brindan el servicio turístico para recorrer los diversos niveles del Camino del Inca también son privadas, y sin contratar con ellas no puede ingresarse.

Noemí no se cansa de sonreír, una profunda espiritualidad americana la acompaña en cada respiro, habla de la familia que está construyendo con alegría y recuerda siempre las enseñanzas de su abuela quechua.

Sin guardar reparos, nos advirtió que existen vastos proyectos y constantes intereses por terminar de sellar el destino de nuestra Historia: privatizar Machu Picchu, que el acceso al santuario sea administrado por los privados, con la ilusión de que ello atraerá nuevas inversiones de infraestructura turística. Una vieja fábula ya conocida, siempre capaz de seducir a una sociedad cansada de corrupción.

Desde sus comienzos, el primer explotador que hizo público ante Occidente la existencia del Machu Picchu, Hiram Bingham, en 1911 recolectó objetos preciados de la ciudadela, desde oro, plata, hasta momias de Incas con sus pertenencias, las llevó hacia el Norte y hoy reposan como trofeos de guerra en la Universidad de Yale. Pese a los reclamos del Perú nunca fueron devueltos. El colmo es que hoy existen demandas judiciales por parte de los descendientes de Bingham, respecto a la propiedad sobre hectáreas del Machu Picchu por considerarse dueños dado el “descubrimiento” de su abuelo, que en realidad había sido guiado por pobladores rurales de la zona.

Noemí nos presentó desde un primer momento a quienes iban a llevar toda la infraestructura para el desarrollo de los acampes: carpas, linternas, ollas, vajilla, garrafas, hornallas, etc. Ellos eran los porteadores, en su mayoría quechuas de muy pocos recursos que viven en las afueras de Cusco. Cargan más de 30 kilos en sus espaldas cada día durante toda la travesía, sin calzado adecuado, muchas veces con sus “chanclas” o nuestras clásicas “topperolas”, corriendo por los caminos de montaña a fin de lograr satisfacer el servicio con el apretado tiempo que disponen.

Al buen estilo Rappi, los consideran empresarios autónomos que contratan las firmas de turismo. Incluso, les cobran el ingreso al Machu Picchu para poder cargar sus espaldas de peso. Ellos tienen su sindicato, la Federación de Porteadores de Cusco, que mediante medidas de fuerza en alta montaña, inéditas huelgas con turistas en plena excursión, lograron algunos pequeños avances, entre ellos, que el peso de carga no fuera ilimitado o que algunas empresas devuelvan la entrada que les cobran para ingresar a trabajar.

En el último día del acampe, tuvimos la suerte de presenciar una asamblea del sindicato en alta montaña, asamblea que se habló en un 80% en idioma quechua, de la cual luego Noemí nos explicó cuál era el verdadero conflicto: querían eliminar a la Federación de Porteadores como jugador en el empadronamiento de los porteadores, y que fuera directamente la oficina que cobra el ingreso al santuario la que los registre como agentes privados que prestan servicios en el santuario, una forma de eliminar la incipiente organización que los nucleaba y defendía sus intereses.

Asamblea de la Federación de Porteadores en Wiñnahuayna, a 2.600 m de altura

La preocupación de ellos era que desde que se pudieron nuclear en la Federación lograron la mayoría de las “conquistas”, para que su trabajo, por lo menos, fuese más digno que el de la mula, la que de última cuando detiene su paso no puede ser obligada a continuar y fuerza al resto a esperarla.

La realidad de ellos es alarmante: les pagan no más de 36 dólares por los cuatro días de trabajo, con jornadas de 24 horas en las que deben atender al turista y trasladar casi todas sus pertenencias.

La vida de ellos corre riesgos en cada Camino que emprenden, sentenciando su capacidad laboral en un futuro inmediato, un Camino que era propio para antepasados y cada vez más ajeno para su descendencia.

Porteadores

Noemí recoge los frutos, hojas y muestra animales de la zona, nos explica para qué sirve cada uno y recalca la importancia de resolver los problemas médicos directamente con las fuentes de los medicamentos: la naturaleza. Subraya que en Cusco no hay prácticamente atención pública de salud, por lo que se vieron forzados a mantener las tradiciones medicinales ancestrales provistas por la Madre Tierra. “Paz espiritual y buena alimentación, yo tengo abuelos y conocí quechuas de la zona rural que, trabajando toda su vida en sus tierras y sin conocer hospitales, viven más de 100 años”.

El pueblo del Inca había desarrollado una agricultura integral, entendieron que en cada altitud el suelo, el agua y la vida es única y diferente al resto, lo que implica que los nutrientes y las bacterias lo son también. De tal modo, desarrollaron en sus terrazas 3000 tipos de papa y más de 50 tipos de maíz, este último cultivo traído desde Centroamérica en donde sólo un tipo se había descubierto.

Una cultura de la alimentación y el cultivo que no requería de trabajos genéticos de laboratorio para entender que, abordando la existencia del suelo como un actor vivo más del ecosistema -y no como un mero componente químico-, podemos lograr que nos provea una infinita variedad de productos de cada especie.

Para terminar, le preguntamos si existían políticos en Perú con el rostro del quechua, es decir, con el rostro de su pueblo. La respuesta de Noemí fue que eso sólo había pasado en Bolivia, que en Perú era el rostro blanco y limeño el que decidía el futuro del país, que el pueblo no decidía nada y por eso todo era extranjero y privado. Nos aclaró que los pocos intentos por convertir esa realidad, terminaron en la corrupción de quienes se escondían detrás de un ideal para luego priorizar sus intereses.

Consciente de la verdad que aqueja a los olvidados de la tierra, reflexionó que han venido por todo y no queda otro camino que luchar y educarse para recuperarlo. La esperanza recorre sus venas y está en el milenario Camino que testifica en cada piedra el destino de gloria que puede tener nuestro pueblo.

Sin los avances de la modernidad que recalentó el mundo y lo convirtió en una gran chimenea defecadora de residuos, existe también la vida. Detrás de la papa blanca y moderna de Hipermercado, envasada en bandeja de plástico y con papel film, sabemos que en un rincón del mundo pudieron construirse 3000 posibilidades de una nueva forma de existencia.