Campo e industria: dos caminos para un mismo fin

El debate político en la arena pública de nuestro país ha mostrado, durante muchos años, discursos que refieren a una pugna de “modelos de desarrollo” para la Argentina.


Por Eliseo Nicolás Marchetti y Marco Stiuso

Probablemente hayas oído enunciar, en épocas electorales, frases como “estas elecciones son fundamentales para nuestro país, porque aquí se define qué modelo de país tendremos”. Pasan los años, pasan las elecciones, y el mismo planteo se escucha de izquierda a derecha, atravesando todo el arco político.

En muchos de esos discursos, la pugna por el modelo de país refiere a una aparente tensión que nuestra historia política y económica muestra (según algunos analistas e historiadores), basada en la disyuntiva entre “campo” o “industria”. Es decir, la bifurcación de caminos hacia una Argentina enfocada en la producción manufacturera y al valor agregado en sus exportaciones, o un país con sesgo hacia la exportación primaria.

Vale aclarar que, hoy en día, el esquema de una Argentina exportadora de materias primas no se remite únicamente al sector del agro sino, también, a las explotaciones mineras y petrolíferas.

En un contexto donde el debate político carece cada vez más de la profundidad necesaria, y las cuestiones estratégicas para nuestro desarrollo quedan relegadas, resulta central abordar la aparente problemática entre la industria y la producción agrícola de nuestro país. Decimos aparente porque, como verán, es posible contar con un entramado productivo que congenie ambos perfiles. En definitiva, una Argentina para todos. Es aquí donde nos encontramos con un sector fundamental para el desarrollo federal: la industria de maquinaria agrícola.

La clave se encuentra, como suele ocurrir, lejos de la Capital Federal. El inconveniente, por su parte, está en la corta visión que se tiene de dicho desarrollo desde allí. Lamentable esto radica en el hecho de que, desde distintos sectores de la administración pública, se desconoce el peso del entramado industrial que existe a lo largo y ancho de nuestra Patria.

Los pequeños pueblos y ciudades de las provincias (principalmente de la zona centro) cuentan con importantes industrias que funcionan no sólo en su rol productivo, sino también como articulador social y garantes de sus localidades.

Particularmente, en los pueblos y ciudades pequeñas de las provincias de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, se concentra el 95% de las industrias de maquinaria agrícola. Prácticamente la totalidad de ellas se ubica en localidades con menos de 30.000 habitantes. En algunos casos, incluso, se trata de fábricas ubicadas en pueblos con menos de 2.000 habitantes, como lo son los casos de Ferré o Todd, en el norte de la provincia de Buenos Aires.

Nos referimos a localidades que, en muchos casos, parecían quedar en el olvido tras el abandono de los ferrocarriles, pero que, gracias al arraigo y el sentido de pertenencia de sus habitantes, han mantenido su actividad pujante durante las últimas décadas.

Desde pequeños talleres y emprendimientos familiares hasta grandes empresas con altísimo nivel tecnológico y exportador, la industria de maquinaria agrícola argentina es un gran ejemplo de producción y progreso nacional y federal. Actualmente, las empresas nacionales de este rubro emplean alrededor de 40.000 personas directamente, siendo parte de una cadena de valor de más de 100.000 puestos indirectos. A su vez, un porcentaje considerable del sector exporta regularmente sus productos, con alto valor agregado, a los cinco continentes desde hace varios años.

Retomando el debate sobre el “campo o industria”, en la historia argentina reciente hay ejemplos que muestran cómo ambos modelos son compatibles e incluso pueden retroalimentarse y potenciarse mutuamente en el caso de la maquinaria agrícola. La producción agrícola argentina es destacada en el mundo no solamente por la riqueza de su tierra en la pampa húmeda sino, también, por revolucionar el proceso productivo en dos aspectos: la siembra y el acopio de granos.

En el primer caso, la argentina inventó el sistema de siembra directa, que modifica rotundamente el hábito de trabajo sobre la tierra. Por el lado del almacenaje de granos, se desarrolló en nuestro país el sistema de silobolsa para el acopio de los mismos.

Estos dos desarrollos, surgidos en el seno de nuestra Nación, demandaron a las industrias un nivel de innovación y adaptación de gran importancia. Pasaron los años y hoy, décadas después, contamos con distintas PyMEs nacionales que exportan sembradoras y maquinaria para el sistema silobolsa a Europa Oriental, Latinoamérica, Australia, Medio Oriente, Rusia y África.

Nuevamente, cabe recordar que todas estas empresas se encuentran en el llamado “interior del interior” de nuestro país, agregando valor mediante el trabajo argentino. La problemática radica en que los desarrollos mencionados no han sido únicamente fruto del ingenio y el espíritu emprendedor argentino, sino que surgieron como respuesta a las crisis que evidenciaba un estado de fuerte naturaleza unitaria y la necesidad de maximizar la eficiencia en este contexto.

Hoy en día, la situación no ha cambiado mucho. Contamos con un entramado industrial federal con identidad, grandeza y fuerza, aunque esta última se enfoca en contrarrestar la inoperancia de un estado unitario que desconoce (o peor aún, ignora) las necesidades de nuestro país y las problemáticas de índole estratégica para nuestro desarrollo.

Asimismo, al comprender la Argentina como un todo (campo e industria), no podemos obviar una particularidad trágica de nuestro país: la existencia de enormes latifundios en manos de terratenientes que, sin interés en trabajar, la alquilan a precios exorbitantes, significando casi la mitad del costo de producción.

Esta característica nos remonta al sistema de producción feudal, donde el siervo de la gleba trabajaba la tierra del señor feudal, quien recibía la mitad de la producción por el simple hecho de contar con el título de propiedad. Hoy, si bien las condiciones sociales y materiales han cambiado enormemente, la figura del productor agrícola y el dueño de la tierra en la zona núcleo de la pampa húmeda emulan el sistema productivo de la edad media, sin la condición de esclavitud. 

Para potenciar el desarrollo de un país con campo e industria resulta vital que, en una de las tierras más productivas del mundo, se elimine la rentabilidad extraordinaria que remite únicamente al título de propiedad de un bien que no se amortiza, bajando considerablemente los costos de producción sobre el sector que definió históricamente la inserción de nuestro país en el mundo.

Mientras tanto, la industria argentina continúa su desarrollo e innovación constante, llegando a destacarse mundialmente. Para ejemplificar, podemos destacar el caso de Crucianelli, una empresa ubicada en la localidad santafesina de Armstrong (con una población no supera los 15.000 habitantes), cuyo nivel y calidad de producción se encuentra entre los más altos del mundo en lo que refiere a maquinaria agrícola. 

Por su parte, desde la administración pública, la falta de cercanía con las industrias deriva en una gran ignorancia sobre las capacidades y condiciones de las mismas. La situación se vuelve preocupante cuando, desde la banca pública, se financia la importación de bienes terminados que compiten directamente con nuestras industrias, sin que las empresas importadoras ofrezcan mejores soluciones o mayor calidad en sus productos.

Por el contrario, a modo de comparación con nuestro principal socio comercial, el FINAME del BNDES (la banca pública de Brasil), exige un mínimo de integración nacional para financiar cada producto, privilegiando los desarrollos nacionales. No se trata de “cerrarse al mundo”, sino de ser inteligente para privilegiar el trabajo y la tecnología nacional cuando ésta se encuentra en condiciones de competir y ofrecer las soluciones requeridas.

Mientras los industriales de todo el país luchan por su reconocimiento y promoción, el estado y la banca nacional llegan al límite de premiar como “Empresa Exportadora” de la Argentina a John Deere, una multinacional estadounidense que únicamente ensambla algunas partes en nuestro país, mientras contamos con industrias pujantes a lo largo y ancho de nuestro territorio que generan empleo genuino mediante mano de obra calificada y valor agregado. 

Si tomamos el conjunto de la cadena agroindustrial (es decir, la sumatoria del campo y la industria relacionada al mismo), contaremos con 3,7 millones de puestos de trabajo, representando el 24% del empleo nacional a lo largo y ancho del país. Una Argentina con campo e industria es posible. La maquinaria agrícola es un eslabón fundamental para ello. El país federal está allí. Lo que falta es la irrupción de un capitalismo moderno en la zona núcleo de la pampa húmeda, y un estado con identidad, conciencia y acción federal, fuera del sesgo porteñocéntrico que ha sabido mostrar desde mediados del siglo XIX. 

Fuentes: INDEC, IERAL, NOSIS, FADA

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