Aunque a nadie ya le importe

Por: Pedro Pablo

Un análisis crítico de la verdad construida por los medios y aceptada por los consumidores

Una de las claves de la post verdad, es que a nadie le importa la verdad. El desinterés por indagar y constatar es una característica propia de la posmodernidad. Así como en las relaciones amorosas -donde los sujetos se convierten en objetos consumibles y servomecanismos del ego más que de la construcción de un vínculo basado en el compromiso y el respeto por la otredad- en el mundo de las ideas, las personas (profesionales o no) compran ideas que les sirven para simplificar su vida y dar coherencia a un mundo hiperdiversificado, hipersegmentado e hipercomunicado. Las ideas, como las personas, como cualquier cosa que pueda ser puesta en palabras, es un objeto de consumo. Lo compro y pasa ser parte de mi acervo o lo descarto.

La guerra es un momento en que las relaciones y las percepciones de la vida se tensan a un punto tal, en el cual la ilusión que genera un mecanismo de consumo se destruye como una bola de cristal. Pero el sujeto ya ha aprehendido una forma de vida y de internalizar la realidad. Es un mecanismo de defensa leer titulares que nos sirven y rechazar aquellos que nos interpelan y nos ponen en jaque. Y de hecho, el sistema sustenta ese mecanismo reforzando los mensajes que forman parte de nuestro paradigma, memorizando nuestros consumos y generando un perfil de consumidor, replicando mensajes que el algoritmo sabe, vamos a aceptar con mayor anuencia.

Así, los medios de comunicación desarrollan minuciosamente una estrategia para crear una lectura única. Y es muy difícil resistirla. El berretín que más me llama la atención es la necesidad de nazificar a un bando u otro. Los nazis desaparecieron. Ni Hitler, ni Mussollini están en escena. O lo que es peor: sus ideas ya no tienen lugar, en ninguno de los dos lugares. No hay brutalismo en las artes, no hay una visión corporativista de la economía, no hay una idea de superhombre. La idea de raza de hecho, en este conflicto, simplificaría mucho la cuestión porque implicaría una unificación de la raza Eslava. Una paneslavización generaría la unión de pueblos occidentales y orientales con un enorme acceso a bienes minerales que durante la segunda guerra eran subestimados por no encontrarle la función tecnológica que tienen hoy en día. Esto que estoy diciendo es un absurdo, tan absurdo como hablar de nazismo en este conflicto. Pero ambos bandos usan el término. ¿Por qué? Porque la construcción del sentido “nazi” como cuestión peyorativa es la construcción mediática más grande y mejor lograda por la mejor escuela de comunicación que conoció la tierra que fue la escuela americana de posguerra.

¿Cómo cuantificamos el horror del nazismo? Si lo hacemos desde las cifras, podríamos juzgar con la misma vara a Estados Unidos, a la Unión Soviética o a China. Si lo hacemos desde los métodos, las vejaciones norteamericanas en Abu Ghraib o los abusos soviéticos en Alemania, más de 860.000 violaciones a mujeres, la tortura, los fusilamientos sin juicio previo, son moneda corriente. La característica principal del nazismo es sin duda el racismo, el antisemitismo y la supremacía, características que no son parte de este conflicto. No hay interés por destruir al otro. No al menos hasta la fecha, sin duda la concatenación de situaciones de esta índole pueden tener por efecto la confirmación de premisas nacionalistas, fortalecer identidades y no desde el positivo sino más bien desde el odio y el resentimiento nacional que genera toda ocupación.

Pero volviendo al tema, tan eficiente fue la campaña de posguerra, que me veo obligado a dedicar un párrafo para decir que con esto NO estoy reivindicando al nazismo ni devaluando el enorme daño que le hicieron a la humanidad. Mucho menos equiparándolo con otros genocidios de la historia reciente. Y aprovecho el mismo párrafo para agradecer eternamente a esa gran escuela de comunicadores americanos que lograron educar a las generaciones subsiguientes de manera tal que rechacen y repudien el nazismo, a punto tal que se vuelve sinécdoque y logran llamar “nazi” a cualquier cosa que suene dañino para la humanidad. No es este caso.

Ahora bien: Putin no es nazi, es un hombre de armas formado por los soviéticos (repito, grandes genocidas de la historia moderna); y Zelenski es un hombre que se formó en derecho occidental y capitalista, en el mundo liberal e hizo su fortuna y su campaña política a partir de un negocio multimedios, y un programa de TV donde desplegó sus capacidades y demostró su entendimiento del mundo consumista y globalizado.

El enfrentamiento directo y coyuntural es entre una Ucrania (pueblo eslavo capitalista) occidentalizada que quiere ser parte de la OTAN y la UE, recuperar Crimea y fortalecer su PBI con los beneficios geoestratégicos que le va a dar los derechos obtenidos sobre el Mar Negro; y por otro una Rusia que viene de 4 años de recuperación económica y militar y puede aprovechar hoy (post pandemia y un gobierno americano débil) para consolidar su posición sobre el Mar Negro, el Mar de Asov, su dominio como primera potencia productora y exportadora de Gas en el último decenio quizás de dependencia energética hidrocarburífera.

La tensión generada por la inminente anexión de Ucrania a la OTAN, con el apoyo de EEUU hace que Putin no tenga opción más que reaccionar. Cabe otro análisis las formas o alternativas que tenía a una invasión de este tipo.

Ahora bien, todo eso, y todo a lo que le podemos dedicar toneladas de tinta para explicar los porqué y los cómo de este conflicto y sus potenciales desenlaces, a la gente no le interesa.

La falta de interés por la verdad, es el arma más importante en esta guerra. Una foto puede conmocionar. La asociación de un bando u otro a la figura del nazismo, puede motivar a tomar posiciones. Ayer 27 de Febrero se informa la muerte de 328 civiles ucranianos, 14 niños. Putin puede ser un gran estratega, pero sin lugar a dudas subestimó la correlación de fuerzas mediáticas, y la capacidad de influir en la opinión pública en un mundo globalizado por parte de Estados Unidos y la Unión Europea. Cada día que pasa, cada niño que muere en suelo ucraniano, cada foto de refugiados o de soldados voluntarios es un estigma en su imagen. La cual hasta hace no muchos días atrás era abrazada por una buena parte del mundo occidental como símbolo desafiante al statu quo global, como alternativa de poder a las megapotencias que bombardean y desestabilizan naciones enteras todos los años hace 77 años. Hoy, Putin es un Nazi, y esa batalla probablemente ya esté perdida.

Cabe analizar cuidadosamente hasta qué punto puede afectar su imagen puertas adentro, debilitar su estructura de poder interna, y lastimar su dominio territorial, teniendo en cuenta que las sanciones económicas recaen también sobre los miembros de la Duma y la Oligarquía rusa.

La guerra de Ucrania, encabezada por un líder mediático (Zelenski) puede ser el primer hito de la historia donde un influencer del Siglo XXI vence a un líder político con formación militar, gracias a su arsenal mediático, al apoyo mediático global, planificado y diseñado para construir un nuevo monstruo: un líder ruso que intentó asegurar la supervivencia de su nación asegurando los límites de su territorio a fuerza de alejar a la OTAN, aterrar a la Unión Europea y consolidar su acceso a los recursos naturales que conforman la base de su estructura económica.

Como sea, nada de eso importa. La verdad no importa en el nuevo orden mundial.

Publicado originalmente en: A nadie le importa. Un análisis crítico de la verdad… | by Pedro Pablo | Feb, 2022 | Medium

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