ANDRÉS CALAMARO – EL SANTO GRIAL DEL ROCK N´ ROLL ANIMAL

Autor: Alejandro Villa

Compostela, 1999. El agitado siglo XX sólo quería sentarse a terminar en paz cuando los milenarios restos del apóstol Santiago y algún peregrino nocturno en la fría noche gallega pudieron escuchar de fondo a dos tipos parecidos, uno con acento argentino y el otro, con un inglés rebuscado, difícil de entender. Minnesota y Buenos Aires tuvieron su encuentro en la ciudad de piedra, a metros de la impresionante catedral. Era el gran maestro de la prosa musical, Robert Zimmerman, alias Bob Dylan, que en su paso por Argentina con la gira Stone del año anterior había señalado con el dedo a un tal Andrés Calamaro para llevárselo a dar vueltas por la madre patria. “Mi amigo Andrés, el rey del ritmo”, pronunció el genio Roberto, que habla poco y dice mucho. Escenario con el máximo ídolo y sueño cumplido.   

Pero la historia empezó largos años atrás. De padres universitarios aunque con vía libre para la inclinación artística, hijo directo de Charly y de Miguel –yo también soy Abuelo gracias a él-, Andrés llegó a este mundo con muchas ganas de crear y crear y ser fiel a su afición suicida preferida: rock de verdad con amistad. Políticamente incorrecto por definición, polémico por diversión, bohemio por obligación natural, fundamentalista del mate, de Independiente y de la tauromaquia. Sí, de las corridas de toros. Dijimos polémico, no se asuste.  

Poco antes de terminar los años del horror, el submundo cultural porteño vio algo en el pibe que hacía de las suyas con los teclados del grupo Raíces y no se equivocaba. Con la producción del Gran DT del rock argentino, el pichón del quinto Beatle se sumaba a la segunda y más popular formación de Los Abuelos de la Nada. “Dale vuelo a Andrés y dejalo cantar”, le recomendó a Miguel, que venía de gitanear largo por Europa. Y el pibe cumplió. Las obras hablan por sí solas. Había olfato para el hit. Tanto que el mismo Charly se lo quiso llevar a tocar con él y el Abuelo, cansado de que le tocaran el equipo, respondió con una trompada directa a los anteojos de García. Tenía buena piña Miguel, el Sobremonte marplatense lo sabe. Si los ́80 pedían pop había que estar a la altura, la recuperación democrática reclamaba un baile permanente y los Abuelos fueron parte central del cambio de aire.  

En paralelo, su carrera individual empezó tímida, sin salir del molde de la época, hasta que al fin soltó la cadena y llegaron para quedarse la distorsión y la velocidad. Al lado suyo había aparecido Ariel Rot. El Marinero y el Capitán, donde a veces manda el marinero, que con Julián Infante habían estado haciendo lío y sacudiendo, allá lejos, la noche posfranquista con Tequila a la cabeza. La crisis cíclica llegó a finales de la década y expulsó a unos cuantos músicos que no encontraban su lugar en la escena. Nadie sale vivo de aquí, el futuro estaba afuera. 

En España había dónde caer, los padres de Ariel y Cecilia tenían un piso en Madrid y ahí fueron a parar con 90 dólares que tenían que hacer durar. Cuando ya no había ni para el metro, apareció Don Joaquín Sabina para prestarle unos coros a sus Pastillas Para No Soñar. El tío Joaquín tuvo conciencia de oficio y pagó por lo que parecía un premio. “Yo estoy entre Los Rodríguez y Tequila y ellos entre Sabina y los Stones”. Es probable. Andrés, Ariel, Julián y Germán rendían homenaje a esa vieja costumbre madrileña por la que los padres de familia se quedan trabajando en la ciudad durante el verano mientras madre e hijos se van a la costa a disfrutar del sol español. Quedarse “de Rodríguez” invita a la juntada, las cañas, las tapas, alguna trampa y todo eso que la vida familiar impide o limita. “¿Cómo quieren sonar?”, preguntó un productor. La respuesta fue contundente y el parlante reventó con Start Me Up a todo volumen. “2% rumba, 98% rock and roll”, decían. Por mi parte, dejaría un huequito para el flamenco, de fondo y sin ofender al pueblo andaluz. Pero así fue, España veía nacer a su primera banda Stone. Buena suerte, compañeros. Costó arrancar, los oídos en la tierra de Paco y Camarón no estaban muy acostumbrados a la electricidad. En Argentina, la amiga Fabi Cantilo ayudó muchísimo popularizando Mi Enfermedad, la elegida por Diego para debutar en el Sevilla del narigón. Como siempre, lo que toca Dios lo convierte en oro. A partir de ahí, las miradas se volcaron sobre la banda y facilitaron la grabación de Sin Documentos, el disco consagración, el que cambió la historia del rock en la península según los opinólogos locales. Palabras Más, Palabras Menos confirmó el éxito con algo de rock pesado, punk, reggae, baladas y mucha guitarra española. La historia se escribe en hojas desordenadas. Siempre. Los Rodríguez revolucionaron el rock de ese país. Todo lo que vino después tiene su referencia ahí. “Hubiéramos sido los Allman Brothers latinos”, puede ser. Porque hay rock and roll de leones y también los hay de corderos. Pero enseguida, los egos y los excesos con la dama más cruel no dejaron otro remedio que una gira de despedida y otra vez a la aventura en solitario.

Y fue aventura nomás. Primero Alta Suciedad, el segundo disco más vendido del rock argentino, con acompañantes de la talla de Steve Jordan, Marc Ribon y la producción del legendario Joe Blaney. Acto seguido, una separación donde metió la cola su viejo amigo y padrino Charly García, hizo rápido efecto y mediante doble Honestidad Brutal, soltó con profunda oscuridad, o con farmacia y con aguante, su caótico estado de ánimo. Quiero vivir dos veces para poder olvidarte. Por las dudas, grabó casi todos los instrumentos de las 37 canciones que confiesan todo y se mandó una de las dedicatorias musicales más bellas que se conozcan, seguís siendo el himno de mi corazón, Miguel. Ah, y se puede escuchar la voz de un Diego cantante también. Las adicciones se intensificaron y lo fueron empujando a verse cada vez más ermitaño en ese No Tan Buenos Aires de fines de los ´90 y en su réplica europea. Pero aquellas maratones sin parar de escupir canciones fueron buena pesca. Y lo fueron. La frenética trilogía se cerraba con El Salmón, como el pez de río que nada contra la corriente. Obra quíntuple con un lado A para mostrar y cuatro caras llenas de rarezas, reversiones y grabaciones caseras. Fin de ciclo y pico de su carrera, ciclo repleto de hits que hoy forman parte del cancionero tradicional de nuestra música. Pero los años de intoxicación desenfrenada empezaron a pasar una carísima factura. La balanza llegó a marcar 49 kilos, no salía, no dormía ni comía. No sé ni dónde tengo la nariz, y le creemos. El búnker de Pacheco de Melo era una lúgubre cueva medieval. “24 horas componiendo, con gente que entraba y salía y la policía que venía a diario. No era una persona, estaba en otro mundo por completo. Había que ponerle el sándwich en el teclado para que comiera algo”, declaró una compañera de la época. Los ´80 porteños y el Madrid de los  ́90 resultaron un combo explosivo. Cinco años de borrón y trinchera, Deep Camboya y anticipo a la era de las plataformas digitales. La superficie era un peligro. “Situación de estupefacientes, rock, fútbol, sala de ensayo”, respondió a un movilero que notó su presencia en un acto por los 26 años del último golpe de Estado. Mejor guardarse. 

La resurrección empezó a insinuar con la grabación, entre viejos amigos, de clásicos ajenos más alguna innovación con El Cantante y se volvió a instalar con el rescate a cargo de Bersuit Vergarabat, que lo invitó a Cosquín y prestó a sus músicos para volver a ensayar. La cosa iba en serio. Después de una absolución tardía en un juicio absurdo por apología al consumo por esa reflexión al micrófono en la que una noche platense de ¡1994! comentó “estoy tan a gusto que me fumaría un porrito”, llegó El Regreso esperado. Se ve que los años de clandestinidad reprodujeron la prédica de su palabra y tres noches de Luna Park sirvieron para volver a plantar bandera en la escena nacional con amigos como Juanse, Ciro Martínez, Juanjo Domínguez y su hermano Javier de invitados. Ya que estaba, se grabó un disco en vivo con Bersuit a su espalda. Otra vez, el éxito decía presente y ese 2005 terminó con 25 mil personas en el estadio de Obras Sanitarias al aire libre. Lógicamente, volvió también la hiperactividad con un disco de tangos, otro con Lito Nebbia, la reunión de “Dos Rodríguez” con Ariel diez años después y un nuevo amor pareció sacarlo del infierno. Hasta se animó a ser padre. Ya no soy el viejo Andrés, que no dormía jamás, soltó con lengua popular mientras escribía con mucha nostalgia para los amigos que se fueron primero. Miguel, Pappo, Luca, Moura, Julián, Rodrigo –el chico cuartetero-, después Gustavo, Luis Alberto y, por supuesto, Diego Armando, escuchan con atención cada vez que suenan los versos de su canción. Quiero convencerlos de que vuelvan conmigo. La masividad se confirmaba año a año con recitales multitudinarios, acá, en el resto del continente y obviamente en España. Llegaron los homenajes, los premios, las múltiples invitaciones -incluido el propio Indio Solari- y una clara influencia en las obras de la música castellana que surgían. En una especie de reivindicación demorada, se “calamarizó” el rock por un rato. “De los artistas que se nota que me escucharon, el que más me gusta es Pity Álvarez”, esta vez el lobo está acá. Después vinieron nuevos discos con menor perfil, es cierto, pero no sin nuevos hits, grabaciones en vivo, colaboraciones, duetos y otra vez gira con Dylan por España hasta volver al ruedo con más fuerza para cargar la suerte sobre nuestros días. De Mr. Bob a la Mala Fama sin escalas.

Querido y respetado por todo el ambiente cultural, Andrés Calamaro es uno de los artistas más trascendentes que nos haya tocado ver de cerca, referencia ineludible de la hispanidad americana. Cuatro décadas de música popular, de inagotable capacidad creativa, maestro de la letra y la rima, poeta fértil de verdad, el capitán de un barco de piratas y del arca de Noé, nuestro Santo Grial del rock n ‘ roll animal. Es esa buena combinación de Homero Simpson con Rolling Stone, capaz de saltar al escenario con Jumpin´ Jack Flash y terminar recitando el Martín Fierro para recordar que no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor.  

Amigo desconocido, como cada año, desde un rincón del mundo brindo contigo, ¡salud!

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