Amiga del Pueblo: Yolanda Ortiz (1926-2019)

Publicado el Por Repliegue

Por Fausto Estefanell Pradás y Justo Arias

Nacida en Tucumán en el año 1926, se doctoró en química y se especializó en toxicología, viendo despertar su interés por la ecología a mediados de los ’60.

Por ese entonces, la lucha por la protección ambiental atravesaba una etapa retórica, en la que sembró símbolos y utopías; contribuyendo al análisis y cambios de paradigmas. Propició la identificación de los problemas y su estudio a través de la articulación de políticas públicas protectoras de los recursos naturales nacionales.

Abanderada de la «revolución mental», sostuvo la necesidad imperiosa de cambiar las estructuras de las ideas, necesarias para poder abordar el problema; en aras de que la naturaleza y la sociedad se encuentren en sintonía armónica y el mundo sea más humano en términos de justicia social.

Si bien defendió los derechos de los animales, lo que motivaba su interés eran las condiciones insalubres de trabajo de los obreros, puesto que “no había nadie que controlara eso, siempre ganaba la patronal, y lo que yo buscaba era que los trabajadores tuvieran un ambiente digno de trabajo”.

Su adelantada visión e incansable labor partían de una mirada holística de lo ambiental, en la inteligencia de que los recursos naturales y la sociedad no son escindibles sino que se interrelacionan, siendo uno solo. Para ello sostuvo el rol clave de la educación ambiental, como la única forma que permitiera repensar el desarrollo.

En 1972, nuestra Amiga portó el «Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo” –su “biblia”- de Juan Domingo Perón, a través del cual apelaba a una necesaria “transformación de las conciencias, a una revolución mental”.

Se trataba de un escrito difundido mundialmente en la Cumbre Climática Mundial de Glasgow de la ONU, que propuso incorporar la perspectiva ambiental en la agenda pública, concibiéndola como un problema urgente e integral que asociaba el medioambiente con lo humano, es decir, la producción, el modelo de desarrollo y el consumo con la pobreza, el despilfarro de recursos y la contaminación ambiental.

En consecuencia, al asumir su tercera presidencia, en 1973, Perón la designó como secretaria de Recursos Naturales y Ambiente Humano -dentro de la competencia del Ministerio de Economía-, convirtiéndose en la primera mujer en desempeñar un cargo de la especie en Latinoamérica, y uno de los primeros organismos ambientales estatales existentes en el mundo en aquel entonces.

Una vez allí, propuso conciliar el desarrollo industrial con el cuidado del ambiente: trabajo, industria, medioambiente, dignidad humana y justicia social fueron concebidos distintos aspectos de un mismo asunto.

Es así, que prohibió habilitaciones a empresas que incumplieron el deber de procesar sus desechos: “nosotros planteamos que no era posible que las empresas no considerasen el ambiente: si se llevaban las ganancias, no podían dejar arruinado el ambiente de donde sacaban las materias primas.”.

Desde esa ética conceptualizó el problema medioambiental, al que relacionaba íntimamente con el modelo de producción seguido hasta entonces. Afirmó que fracasaba porque destruía la naturaleza y el tejido social. En efecto, la necesidad imponía lograr una armonía entre la producción y el medioambiente bajo la noción de que los temas ambientales son ante todo «cuestiones económicas» para lograr un desarrollo sostenible que permitiera superar la pobreza.

Su tiempo a cargo de la Secretaría fue breve, puesto que sus iniciativas quedaron paralizadas a partir de la muerte del Presidente Perón y el golpe de estado, debiendo exiliarse a Venezuela. Sin embargo, siguió con su militancia ambientalista hasta sus últimos días, en 2019.

A modo de reconocimiento, la Ley nacional Nro. 27.592/20 lleva su nombre. Dicha ley tiene como objetivo garantizar la formación integral de los funcionarios públicos en materia ambiental, con perspectiva de desarrollo sustentable y con especial énfasis en el cambio climático.

Yolanda dejó un camino a seguir, marcado por su compromiso militante, vigente en políticas públicas ambientales y de género en nuestro país.

“El ego del ser humano es muy grande. La globalización implica cambios biológicos, físicos, psicológicos, culturales, cósmicos. La complejidad de la tecnología, de la comunicación y de la biotecnología lleva a pensar que el hombre controla la vida, y le quita valor al rol de la naturaleza […] Hay que darle más lugar a las emociones. Hay que legitimar más al ‘otro’. […] Lo emocional contribuye a ver lo que es la naturaleza, lo que es la vida”.

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